Un calor apabullante y el pensamiento inmediato de que no vas a aguantar todo el día el toquín, es empezar con mala actitud la andanza al cierre de la 13 edición del Vive Latino.
Soy de esas románticas que siempre pensó que iría por primera vez al Festival en una edad ideal para reventarse todo el día a pleno rayo de sol, brincando y cantando -en mi caso, hace una década más o menos-, pero no fue así; y ayer, por primera vez, fui testigo de la vorágine que es El Vive.
El acceso más fácil aunque más apretado era en Metro, y por si acaso querías o te sobraba una entrada, no faltaba revendedores –una treintena, si el cálculo no me falla- tan sólo a la salida de Ciudad Deportiva; eso sí, resguardados por la policía en un plan de complicidad que hasta se simulaba lícita. Y el acceso, como subir en la estación Hidalgo en hora punta entre semana.
El cierre del Festival empezó a las dos de la tarde y reunió a figuras emblemáticas como La Lupita y músicos más nuevos como Hello SeaHorse! Compuesto por cuatro escenarios, dos carpas y dos escenarios; el blanco y el verde, siendo éste el principal y ambos patrocinados por una firma de cerveza mexicana, la gente empezó a llenar el recinto a pesar del calor que acosaba; aunque siempre con la vendimia por todos lados: de las clásicas paletas heladas hasta los mezcalitos, una combinación de congelada con mezcal, por si el calor fuera poco.
La mayoría de los asistentes oscilaban entre los 2o y 25 años, aunque no me fiaría de mi cálculo, nunca se sabe.
Y aunque me perdí a Paté de Fuá, todavía pude ver a Tropikal Forever, para la banda que le gusta el cumbiancheo; de esas rolas combo bodas/XVaños que a todos nos gustan en el fondo, aunque lo neguemos.
Tras el tiempo de reencuentro de La Lupita con los fans, Hello SeaHorse arribó con sin mucha fuerza pero fue subiendo cuando la vocalista se coló entre los asistentes y cantó el sencillo ‘Bestia’, con el que prendió a casi – porque a mi hermana no- todos los presentes.
De ahí la sorpresa con Gogol Bordello, una especie de punk gitano que encendió a los asistentes y que hizo que se nos olvidara un poco el calor. Y luego la gran espera, para ver después de años a Illya Kuryaki and The Valderramas, fans de siempre y los nuevos que conocen las canciones emblemáticas, llegaron a México a sólo unos meses de la muerte de “El Flaco” Spinetta, uno de los integrantes de la banda: puro sabor y puro punch.
El ir y venir entre el escenario principal, el verde, y el escenario blanco; una mala ubicación en un terreno propio para un encuentro de futbol con vistas al recorrido del metro, y con una estela de polvo alrededor y un sonido tan malo como si fuera un evento gratuito, y los acordes de Monocordio para enamorase en ausencia, o en presencia de…
Ese ir y venir se fue haciendo más pesado por la afluencia de la gente, conforme pasaban las horas y el calor se transformaba en una brisa propia de la primavera, y a la espera de los grupos que pondrían el broche de oro al Festival.
Error la polvareda para escuchar a The Horrors y Kinky, un mal sonido y retrasos aunque las bandas se esforzaron.
Al arribo de Molotov, el escenario verde se encontraba ya tan saturado que ni los que vendían chela podían pasar ya, no importó. Parecía que toda esa masa era una revolución entera, unos minutos de protesta tangibles y eufóricos, quienes en ‘Frijolero’ cantaron a todo pulmón como en una comunión, acompañados al acordeón por Julieta Venegas.
Al terminar su participación, la gente que quizá como yo tenía deberes temprano, se fue saliendo hasta dejar a un tercio la capacidad del escenario principal, aunque fue un cierre que a mi, que no conocía a Fat Boy Slim me dejó muy contenta: un juego de luces y mezcla electrónica con la lúdica personalidad de su intérprete, que siguió manteniendo el tono alto de la poca audiencia que quedaba ya. Seguro todos eran jóvenes e igual perdían una clase, pero yo, que se me había pasado la hora de dormir, sentía que la estridencia en mi cabeza no terminaría nunca, con todo y fuegos artificales.
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