La muerte del asesino confeso de siete personas en Francia en nombre del Islam no clausura el debate sobre la integración de los musulmanes franceses al país. Azar o premeditación, el hecho de que Mohamed Merah haya escogido perpetrar sus crímenes en plena campaña electoral amplifica más aún las consecuencias de sus horrorosos actos.
A corto plazo dos candidatos salen con ganancia. La primera es la candidata de la extrema derecha que había colocado los temas de la mala integración de los inmigrantes, en particular los musulmanes, a la cabeza de sus prioridades y que ve esta decisión discutible reivindicada por los recientes hechos.
El segundo es el presidente saliente Sarkozy que pudo durante tres días dejar su traje de candidato poco popular y vestir él de presidente de todos los franceses en un momento de crisis y de luto nacional por el asesinato de tres soldados, de tres niñitos y del padre de dos de ellos a quemaropa y a sangre fría. Toda la semana no hubo diez candidatos sino un presidente y nueve candidatos que no podían discrepar en nada, y solo lo podían aprobar y apoyar.
Para muchos observadores, solamente un milagro, independiente del curso de la política y de la campaña electoral, podía salvar a Sarkozy. Este milagro puede haber ocurrido con los crímenes islamistas de este lunes. Sarkozy puede ahora valerse de su papel simbólico como presidente y jefe del ejército, de su posición institucional para resolver, con éxito, el problema del peligro planteado por un fanático sin piedad suelto en el territorio nacional y de su experiencia como secretario de gobernación y ahora como presidente para enfrentar el problema de la seguridad frente al islamismo. También evita que el debate se siga concentrando en la crisis económica o las desigualdades sociales, temas en que sus resultados son mucho menos brillantes y que hasta ahora hacían de el, un presidente sumamente impopular.
De todas maneras un ataque terrorista complica siempre el discurso político y las campañas para todos los candidatos. También Sarkozy que deberá cuidarse de no cometer errores, pecando de triunfalismo o atisbando la hostilidad contra una franja importante de la población. Después de una terrible ola de terrorismo islamista importada de Argelia a principios de los años noventa, Francia se había quedado relativamente tranquila y sus servicios secretos y de seguridad habían demostrado su eficacia. Lo demostraron una vez más esta semana encontrando y aniquilando un individuo sumamente peligroso pero astuto y aislado en apenas un día.
A largo plazo, sin embargo dos problemas permanecen. Primero la lucha contra el terrorismo islámico después de la muerte de Bin Laden, un terrorismo mucho más atomizado y por ende más difícil de contrarrestar. En segundo lugar, la integración de cuatro millones de musulmanes, en su gran mayoría árabes de orígen y franceses de nacionalidad como el asesino Mohamed Merah y que viven los eventos recientes como una doble tragedia, la nacional (y cabe recalcar que dos de las víctimas también eran árabes, soldados en el ejército francés) y la comunitaria pues una minoría ínfima pero vociferante y ahora violenta no acepta los valores de la república, creando un fenómeno de exclusión resentido como injusto.
*Profesor en el departamento de Estudios Internacionales del ITAM