Una persona allegada a un político mexicano, después de preguntarle por su decisión que tomará el primer día de julio durante las elecciones presidenciales me respondió: “votaré por el candidato que se sepa la tabla (de multiplicar) del siete”. Parece chiste. No lo es.

 

En Francia, dos de los candidatos presidenciales han dado clases de Letras, Jean-Luc Mélenchon y Francois Bayrou. Marine Le Pen, la ultra derechista que utiliza a la discriminación como bandera seductora, utiliza música de Verdi para animar sus mítines. Francois Hollande, el candidato socialista que hoy ganaría la segunda vuelta sin mayor problema, trabajó en France Culture, una de las estaciones de radio con mayor influencia, antes de incursionar en la política.

 

Si rebobinamos la historia, aparece Valéry Giscard d’Estaing quien tenía una cultura científica. Mitterrand escondía con su abrigo el periódico deportivo L’Equipe pero nunca dejaba concluir el día sin leer Le Monde, y sobre su egiptofilia no es necesario matizar, basta con observar la pirámide que le colocó al museo de Louvre o el edificio dedicado a estudios africanos. Para Francois Mitterrand, la comprensión de la gente se obtiene gracias “al conocimiento de la geografía, la literatura y la historia”. Así lo confesó Erik Orsenna, uno de los encargados de escribirle sus discursos, en el suplemento Culture & Idée del periódico Le Monde del sábado pasado.

 

“El político que no utiliza referencia literarias es como el jugador de la selección de futbol que no conoce la Marsellesa”, sentencia Orsenna.

 

Francia tiene un ministerio dedicado a la cultura gracias a Malraux, un personaje autodidacta que siempre vivió en el continente literario a lado de Breton, Aragon, Éluard, Jacob y Gide. Su amigo De Gaulle fue apasionado de la historia.

 

Georges Pompidou fue un enamorado de la poesía contemporánea. Más hacia atrás nos encontraremos con el presidente Raymond Poincaré, abogado especialista en editar el material de Voltaire y defensor de Julio Verne.

 

Sobre la temporada electoral mexicana comienza a colocarse una espesa nube de pesimismo o desconcierto. Entre los candidatos no existe un apasionado por la literatura.

 

Si recurrimos a dosis de realismo, tendría que eliminar las palabras “pasión por la literatura” para colocar “la intención de recurrir a figuras no asimiladas a la burocracia”. Entonces, la frase quedaría de la siguiente forma: Entre los candidatos no existe la intención de recurrir a figuras no asimiladas a la burocracia”.

 

Vázquez Mota, Peña Nieto y López Obrador son tres personajes ignorantes. Sobre Quadri lo mejor será catalogarlo como el outsider que tendrá como objetivo ambientar los salones (urnas) electorales. Los tres podrán ser expertos en la elaboración de tarjetas y oficios; podrán hipnotizar y seducir a las masas; podrán presumir que siempre han sido vigías de la administración pública. Lo que nunca podrán decir son analogías. Esos viajes de la imaginación en busca de argumentos para solidificar las ideas como ocurre entre los sofócratas. Amantes del conocimiento antes que de la política.

 

Lo de la tabla de multiplicar del siete suena a chiste pero refleja la realidad de un país cuya clase política carece de imaginación. No de aquella de la que nos hablan los filósofos de la estupidez como Yordi Rosado o Adal Ramones (confunden a la imaginación con la fe por la estupidez) sino de la que detona la evolución del pensamiento.

 

Muy pronto veremos a los de siempre, Krauze, Aguilar Camín, Taibo, Poniatowska, Fuentes, Aguayo, entre muchos otros, ofreciendo servicio de catering intelectual a los candidatos pazguatos.

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