En estos momentos dos economías latinoamericanas, conducidas por gobiernos personalistas sin contrapeso político, presentan dificultades que podrían estallar en el futuro.

 

Venezuela y Argentina registran una creciente inflación, de 29% y 22% respectivamente, y un endeudamiento notable en una región como América Latina, que después de décadas de inestabilidad aprendió a controlar la inflación, profesionalizar los bancos centrales e impulsar el libre comercio regional, especialmente entre economías vecinas mediante el MERCOSUR. Ello fue el mejor acervo latinoamericano para enfrentar la crisis mundial del 2008.

 

El origen de los problemas de Venezuela y Argentina no está en la economía internacional sino en el ciclo, interno, de reproducción de gobiernos surgidos después del quiebre de sus economías y sistemas políticos. De las crisis se pasó a la personalización del poder y a la reelección tanto de Hugo Chávez como de Cristina Fernández.

 

El petróleo venezolano financia desde hace trece años el camino al socialismo de Chávez y sostiene el geriátrico régimen cubano y el sandinismo de Nicaragua; además de los 28 millones de venezolanos su gobierno sostiene a otros 16 millones con subsidios en petróleo.

 

La Argentina después de sufrir en el 2001 y 2002 un colapso institucional y económico profundo, ha consumido los últimos nueve años tanto en la recuperación como en la reproducción del gobierno de la familia Kirchner, iniciado con Néstor, continuado por su viuda Cristina y asesorado por su hijo Máximo, figura gris y determinante para conformar un gabinete de amigos, integrado por una especie de liga sub-40 de edad enriquecida en los organismos públicos.

 

Los resultados de la bonanza son contradictorios. Chávez goza del petróleo caro (95% de sus ingresos por exportaciones) pero aumentó la deuda externa y Fernández, gracias al polo agroexportador integra el exclusivo club del G-20 pero incumple con obligaciones financieras. No viven la crisis de 1929 pero aplican un recetario de nuestros abuelos: controles de precios, proteccionismo nacionalista y la tentación de emitir moneda sin respaldo de reservas.

 

Los juglares que simpatizan con Cuba, Chávez y la familia K denuncian que las corporaciones mundiales están en contra de estos gobiernos, pero los problemas descritos residen en estos monopolios del poder. Esperemos que no lleven a sus países al suicidio colectivo de populismo e inflación analizado hace más de dos décadas por Rudiger Dornbusch y Sebastián Edwards en “La macroeconomía del populismo en la América Latina” (El Trimestre Económico, 1990, no. 225, pp. 121-162).

 

*Profesor en la UNAM