Fue en la Universidad, durante el séptimo semestre, cuando abordamos un proyecto para la Catedral de Atlacomulco, en el Estado de México. Allí tuvimos la suerte de conocer personalmente a Carlos Mijares (autor de la Parroquia de Ciudad Hidalgo y de una capillita magistral en el panteón de Jungapeo, ambas en Michoacán y de tabique) que amablemente nos recibió para orientarnos en nuestro proyecto de arquitectura religiosa. Nos dio una lección en cuanto a la “capacidad de la nave”, que nos preocupaba particularmente: “no importa si es una peregrinación, o si sólo hay una persona en la iglesia, debe provocar devoción y recogimiento por igual”, tan magistral lección podría ser la conclusión de la columna, pero revisemos más.

 

 

Independientemente de espléndidos ejemplos contemporáneos a nuestro alcance (en la Ciudad de México), como la Capilla de las Capuchinas en Tlalpan, de Luis Barragán; la Iglesia de la Santa Cruza en el Pedregal, de Antonio Attolini Lack; la Capilla de nuestra Señora de la Soledad, “el Altillo”, en Coyoacán, de Enrique de la Mora y Félix Candela; la Parroquia de la Divina Providencia en la Colonia del Valle, de Honorato Carrasco con Amaury Pérez; o la Iglesia de San Ignacio de Loyola en Polanco, de Juan Sordo Madaleno con Álvaro Ysita…conseguimos un librito naranja que en la portada rezaba Que Labor la del Pastor de Belén y que, aunque parecía de catecismo, resultó ser un gran documento para entender como deben diseñarse las iglesias después del Concilio Vaticano II (concluido por Paulo VI en 1965). Allí se explica espléndidamente el programa arquitectónico de una iglesia. Se trata de una obra de fray Gabriel Chávez de la Mora (Guadalajara, Jalisco 1929), arquitecto y monje Benedictino “gran jefe” de la arquitectura religiosa y del arte sacro de nuestro país.

 

 

Fray Gabriel es el primer egresado de la Escuela de Arquitectura de la Universidad de Guadalajara en 1955, año en el que ingresa al Monasterio Benedictino de Santa María de la Resurrección (Ahuacatitlán, Cuernavaca) donde proyecta y construye la primera capilla en Latinoamérica con el altar de frente, en 1957, anticipándose al Concilio Vaticano II. Además de la característica poco común de su doble vocación –arquitecto y monje-, fray Gabriel se coloca desde sus inicios como personaje de búsqueda, no simplemente como un contestatario que se opone a lo establecido, sino como una promesa de inagotable talento y visión.

 

 

A finales de los años 50 comienza la producción del trabajo artesanal que realiza en los Talleres Emaús, que desarrollaban productos artesanales y artísticos de notable calidad (plata, fierro y serigrafía), y que alcanzaron una demanda y reconocimiento tales, que llegaron a la realización numismática de las medallas que se otorgaron a los atletas en los juegos olímpicos de México1968.

 

 

Su obra arquitectónica ya es sumamente reconocida: El Monasterio Benedicto del Tepeyac (1968), hoy abadía del Tepeyac en Cuautitlán Izcalli, Estado de México; la famosísima Capilla Ecuménica de la Paz, en Las Brisas, Acapulco –una obra maestra que se reconoce en toda la bahía a través de su monumental cruz-; la Basílica de Guadalupe en colaboración con Pedro Ramírez Vázquez y José Luis Benllure; las intervenciones en las catedrales de Cuernavaca o de Zamora, o más recientemente el teatro San Benito Abad, una obra civil con la que obtiene la Medalla de Oro en la bienal de Arquitectura Jalisciense en 2001, que lo reafirma como arquitecto capaz de resolver proyectos de cualquier género y escala.

 

 

Toda su obra –arquitectura, iconografía, pintura, mobiliario, escultura, ajuares litúrgicos, cruces, cirios pascuales, sagrarios, confesionarios, orfebrería, cálices, ostensorios, insignias, vitrales, mosaicos, fierro colado, heráldica, logotipos, caligrafía y tipografías– se acomodó y cayó en su lugar con la magnífica exposición 55 años de arquitectura, que tuvo lugar en el Palacio de Bellas Artes a principios de 2010, año en el que recibió la Medalla Antonio Attolini por la Escuela de Arquitectura de la Universidad Anáhuac México Sur.

 

 

Sirva este tiempo de Semana Santa, en este caso desde las montañas del sureste mexicano, para enviar un mensaje de felices pascuas a fray Gabriel Chávez de la Mora, extensivo a todos nuestros lectores con perspectiva.

 

@JorgeVdM_Arq