En alguna ocasión, el famoso escritor y filósofo italiano Umberto Eco dijo: “Dos clichés juntos nos hacen reír, pero cientos de ellos unidos nos provocan emoción…”.
Lo anterior bien podría aplicarse a Días de Gracia, la muy intensa ópera prima del egresado del CUEC Everardo Gout, donde el director y también guionista nos receta varios clichés a escoger: una Ciudad de México violenta y sin ley (desde Amores Perros no veíamos un retrato tan crudo de esta ciudad), fuerzas policiacas corruptas, un crimen organizado cada vez más brutal, y un héroe en la figura de un policía que, a pesar de toda la inmundicia que le rodea, quiere hacer las cosas bien.
La gran diferencia con Días de Gracia es que, no importando el alud de clichés, la cinta funciona, es emocionante, audaz en su cinematografía y demandante para quien la ve. Estamos ante una rara avis del cine mexicano, un thriller urbano-policiaco que transita por la fina línea que divide lo pretencioso de lo ambicioso, pero que tiene el talento necesario para caer -casi siempre- en la segunda categoría.
La acción de la cinta sucede a tres tiempos, utilizando como telón de fondo los mundiales de futbol de 2002, 2006 y 2010. La razón de esto es por demás interesante: está documentado que durante los partidos del mundial es el momento en que menos crímenes se cometen en la Ciudad de México. Esos son los “días de gracia”, los días en que los criminales bajan la guardia; el momento ideal para atacarlos.
O al menos eso es lo que le dice el comandante José (José Sefami, otro cliché) a su pupilo, el aguerrido policía Lupe (un sensacional Tenoch Huerta) quien, teniendo como ídolo rector a Emiliano Zapata, está convencido de su misión para ir contra los criminales sin importar el costo.
En Días de Gracia se notan auténticas ganas de hacer bien las cosas, aunque para ello sea necesario recurrir a editores de gran renombre como Hervé Schneid (el mismo que editó Amélie), a músicos tan profesionales como los de Massive Attack, o a cantantes de lujo como la mismísima Scarlett Johansson (si, también canta).
Así, nada parece ser terreno vedado para Gout y para su equipo: lo mismo hace un plano secuencia prodigioso donde su cámara desconoce la fuerza de gravedad, como se divierte en una toma -muy a lo Matrix– de una baleado abatido en cámara lenta.
Cometen un error quienes ven en esta cinta una crítica a la situación de inseguridad en México. Se trata de un simple relato del bien contra el mal, una cinta de género que encuentra sus raíces no sólo en el cine de González Iñárritu sino en cientos de cintas de acción orientales (el cine de Hong Kong y Japón) donde seguimos a un héroe estoico que se enfrenta a toda adversidad hasta que la realidad lo golpea de regreso.
No exenta de problemas (algunos diálogos son francamente ridículos, la estructura del guión podría ser algo tramposa, el montaje molestará a más de uno), resulta mayor la suma de sus aciertos, siendo el más importante aquella voluntad de eludir convencionalismos, la convicción de ser ambiciosa, el saber escapar a la etiqueta de “cine mexicano”, para ser, simplemente, cine de calidad.
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