Al ritmo de varias decenas de víctimas al día, el pueblo sirio sigue luchando por su libertad. Existen pocas esperanzas sobre el resultado final de la revolución. Son dos las razones de pesimismo a corto plazo. La primera es que el régimen el-Asad cuenta con dos grandes ventajas; supo tejer una red de alianzas internacionales sólidas y es despiadado. China, Irán y Rusia no parecen preparados a abandonar un aliado que les parece invaluable. Para Irán y Rusia, la pérdida de Siria significaría unaevicción del tan estratégico teatro medio-oriental donde han visto sus posturas debilitadas año con año. Hoy ya no pueden realmente tener influencia pero si conservan el poder de estorbar. Utilizarán este poder hasta el último momento, apoyando a un dictador sirio impresentable e injustificable pero imprescindible para sus intereses.
El-Asad y sus seguidores saben que la lucha emprendida por la oposición es una lucha a muerte y en caso de derrota acabarían probablemente como el dictador libio o iraquí, masacrados o ejecutados sumariamente, o en el mejor de los casos, como Milosevic de Yugoslavia en La Haya. Con estas condiciones, continuarán con el baño de sangre, pues al menos no es la suya. Tampocoharán caso al derecho internacional como lo comprueban sus incursiones a Turquía o a las instancias internacionales, en primer lugar la ONU, como lo comprueba su desprecio a los compromisos que ellos contrajeron con el enviado especial Kofi Annan.
Pero existe una razón aún peor que vaticina que los heroicos manifestantes sirios no están cerca de vivir en una democracia. Los ejemplos de Egipto, Libia o Túnez apuntan a que las revoluciones árabes están rápidamente confiscadas de las manos de las que las hicieron para recaer en las manos de los partidos islamistas para los cuales la democracia no es lo principal. Los precedentes de las consultas democráticas en Líbano, Gaza o Marruecos tampoco son alentadores pues en estos casos tampoco ganaron los demócratas sino los sectores más conservadores de la sociedad. En Siria la decepción promete ser aún mayor.
En este caso, la revolución está desde el principio liderada por los Hermanos Musulmanes sirios. Pero sobre todo la estructura del poder que se apoya sobre minorías religiosas, alauítas y cristianos, garantiza que en caso de derrumbe del régimen, al menos un cuarto de la población del país será en la mira a priori del nuevo gobierno, esto sin contar los que colaboraron con el antiguo régimen y la parte de la clase media que se benefició de él.
Aunque cueste decirlo es probable que un nuevo régimen se revele de peor manera que el actual, por una gran parte de la población, y que la guerra civil continúe, mientras centenares de miles de sirios, alauitas y cristianos tomen el camino al exilio como ya pasó en Irak, Palestina o en Líbano y puede pasar con los coptos cristianos de Egipto.
En estas condiciones cuesta trabajo entender cuál sería el interés de Occidente en meterse en una guerra civil que no va a poder apagar sino a atisbar. Podrá doler admitirlo pero con o sin el-Asad el futuro de Siria es sombrío y la carnicería va para largo. Una intervención exterior empeoraría las cosas, como bien lo entienden los vecinos inmediatos de Siria, Irak, Israel, Jordania, Líbano y Turquía.
*Profesor en el departamento de Estudios Internacionales del ITAM