En época de campañas es más común escuchar cosas como que el día de la elección el ciudadano puede cobrar cuentas con los políticos. Los políticos que no cumplen las pagarán todas en las urnas. ¿Realmente pasa eso? El sistema político no está diseñado para premiar o castigar el buen o mal desempeño de los actores. El sistema político actúa por inercia, lo mismo que la telefonía y la banca. Lo que pareciera competencia no es tal, es sólo un breve momento en el que el elector elige con quien se esclavizará los siguientes años.

 

Hablemos de telefonía, por ejemplo. Cuando uno va a comprar un teléfono celular, uno compara entre decenas de modelos y toma una serie de decisiones, entre ellas la compañía con la que contrata el servicio. Una vez que firma, el cliente pierde la oportunidad de elegir, al menos durante el tiempo que dure su plazo forzoso. Se acabó la sonrisa el vendedor.

 

Algo similar ocurre con los bancos. Quien quiere contratar un crédito hipotecario elige la tasa más baja, el menor cargo por apertura y en general las condiciones que parecen más convenientes. Ya habiendo contratado el crédito el individuo enfrenta circunstancias en las que la aparente competencia se acaba. Sí es posible cambiar de banco, pero hay que pagar nuevamente avalúo de la propiedad, escrituras, comisiones y en general sufrir la burocracia de los bancos.

 

En la política pareciera que tenemos la oportunidad de premiar o castigar, no obstante, cuando el político cumplió todas las condiciones necesarias para ser castigado por el elector, resulta que hay un político todavía más reprobable en el partido de junto. El resultado es que la aparente competencia queda en una camisa de fuerza. A esto hay que sumar la falta de reflexión del electorado: lo que ya es bastión de un partido político es una gran barrera para los demás partidos y la ciudadanía generalmente está eligiendo entre dos opciones con posibilidades de ganar, y no entre todos los partidos existentes.

 

A esto hay que sumarle que hay partidos que tienden a ir en coalición en las elecciones: el PVEM con el PRI, el PT y Movimiento Ciudadano con el PRD. Es decir, no importa cuántos partidos existan, si al final de cuentas en cada elección sólo dos partidos, tal vez tres, son los que tienen posibilidades de ganar.

 

¿Se puede castigar con el voto a un político despreocupado de sus electores? Creo que en general se requiere que los candidatos sean demasiado malos para que el elector los pueda rechazar o demasiado carismáticos para que los pueda premiar. En todo caso, la elección tiende a ser entre dos partidos dominantes en cada estado o municipio, y el esfuerzo de quien se postule por un partido débil en la zona terminará fracasando.

 

El sistema no es tan competido y por ello es, quizá, que no está dando los frutos que la ciudadanía demandaría. Una vez tomada la decisión del voto, el elector es esclavo del gobernante en turno; al final del mandato sólo podrá decidir entre mantener al partido gobernante en el poder, o cambiar por el otro partido fuerte en la zona. Esto equivale a querer cambiar de hipoteca por una mejor tasa, pero tener que pagar miles de pesos para lograrlo.

 

El planteamiento que tendríamos que hacernos es cómo cambiar esos incentivos, de un sistema partidista en el que es casi imposible premiar o castigar a nuestros gobernantes, a otro sistema centrado en mecanismos no electorales que lo hagan más competitivo. La clave está en la construcción de formas de participación ciudadana en las políticas públicas, que lleven a que la decisión del elector no sea cada tres años, sino de manera constante en todos los temas que le atañan.

 

@GoberRemes