Si el mejor referente comparativo del poder de compra es el índice Big-Mac el futbolístico es el Barcelona. Una hamburguesa que tiene los mismos ingredientes, los mismos sabores y sus correspondientes calorías, en el futbol, el Barcelona se convierte en el mejor referente para darnos cuenta que no existe otro equipo que se le igual. Ninguno ha ganado la canasta de títulos durante los últimos años, y sobre todo, ninguno tiene a un estratega tan franciscano como lo es Guardiola.

 

La culpa es del equipo culé. En efecto, los equipos que integran la liga de futbol mexicana, si se comparan con el Barcelona, sufren de una especie de efecto cinematográfico con el que los jugadores juegan en cámara lenta y, lo peor, no buscan la portería contraria para anotar el gol. La película bien se podría llamar: Durmiendo al balón y a los aficionados. Suena patético pero de lo que en verdad se trata es de un fraude.

 

Para consumar el fraude, alrededor de todos los equipos mexicanos se ha creado una industria mediática-empresarial donde se vende una liga a precio de Champions pero, cuyo auténtico valor, es mediocre.

 

A Carlos Salinas de Gortari se le criticó por haber metido a México a la liga OCDE. En cuestión de minutos las comparaciones nos dimensionaron. Bienvenidos a la globalización. Nos despertamos bajo una atmósfera distinta a la que los políticos retóricos y mediocres nos tenían acostumrados. El nacionalismo ramplón, tan adoctrinado en los niveles educativos inferiores, nos había convertido en una sociedad tan etnocéntrica como ignorante.

 

En 2012 cientos de restaurantes mexicanos presentan a sus comensales la Champions. Un auténtico espectáculo futbolístico; cientos de universitarios ha dejado de comprar la camiseta del América para vestir la del Barcelona. Por alguna extraña mutación, pasan las cohortes juveniles mexicanas.

 

En China, al finalizar el siglo pasado, no era difícil encontrar en manifestaciones, a miles de jóvenes gritando soflamas en contra de Estados Unidos. Claro, con camisetas del equipo Chicago Bulls con el número 23 perteneciente a Michael Jordan.

 

Pero vale la pena derivar el espectáculo de la Champions en el Barcelona. Con Messi, Iniesta y Guardiola, fue el mejor club del mundo. En clara posición franciscana, Guardiola nos dio la noticia de que estaba vacío. Que “desgasta ganar tanto, no Mourinho”. Por eso tomó la trágica decisión, para los culés, de abandonar al barca el último día del presente mes.

 

Cuando las matemáticas del placer señalaban al Barcelona como la principal fuente de alegría del mundo (Guardiola ha ganado 13 títulos y le falta jugar la final de la Copa del Rey), el entrenador nos avisa que deja al equipo. Camus nos diría que la moral de Guardiola no tiene registro comparativo durante las últimas tres décadas. Pero cuando la lujuria futbolera aparece, nos convence de nuestra tristeza.

 

Por si fuera poco, como hermano franciscano, a Guardiola le provoca alegría que su alumno, Tito Vilanova, lo sustituya.

 

Después de Guardiola, quien mejor conoce a Tito es Mourinho. En especial, su dedo. El dedo que tocó el ojo de Tito Vilanova regresará la próxima temporada para continuar con la epopeya hegeliana. El robusto Mou contra el alumno de Guardiola.

 

Si Guardiola supiera que su decisión de dejar el banquillo del Barcelona generó más externalidades negativas que positivas, en especial el sentimiento global llamado tristeza, posiblemente regresaría al puesto de entrenador.

 

Y sí. Lo bueno para el IFE, es que una final (ahora hipotética) de la Champions, entre el Real Madrid y el Barcelona, no se programara para un domingo por la noche.

 

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