La reciente discusión sobre el debate de los candidatos a la Presidencia y la conveniencia o no de fijar una cadena nacional o forzar a TV Azteca a transmitir el debate en vez del futbol, me trajo a la mente ese programa que se me mete a la radio los domingos a las 10 de la noche.
La primera pregunta que me hago es ¿debe el estado imponer contenidos a la sociedad? Para el estado un debate o un programa nacional pueden ser contenidos suficientemente importantes que deban llegar hasta las conciencias de todos los habitantes. Sin embargo, yo tengo derecho a ponderar qué me resulta más importante, el deporte, la música, la religión, la política, el naturismo, etcétera. El estado, al imponer contenidos, quiere cambiarme el orden de preferencias y poner por encima de mis preocupaciones, las suyas.
La hora nacional está próxima a cumplir 75 años. Fue concebida durante el Cardenismo como un medio de comunicación entre el gobierno y sus gobernados. Pero el contexto era muy distinto al actual: por un lado el peso del estado era mucho mayor, la capacidad de la sociedad para discutir con ésta era casi nula y, sobre todo, no había televisión. La penetración de la radio era muy alta, se podía llegar a todos los hogares con pocos distractores. Una hora completa lanzando contenidos era un aparato de difusión e ideologización del estado, que si bien nunca se utilizó como el chavista Aló presidente, sí ha sido una forma implícita de ensalzar al gobierno en turno.
Hoy día la hora nacional es un programa con muy baja calidad de audio. Siempre me he preguntado por qué se esfuerzan en evocarme una transmisión de los años 30. De los contenidos no puedo hablar, por filosofía soy de los que invariablemente la deja en La hora na…, apaga el radio y pone música. El estado me está imponiendo contenidos, invade mis libertades y yo tengo derecho a reírme de sus intentos de colarse a mi conciencia. Si estoy en el auto tengo tres alternativas al menos: apagar, poner discos compactos o conectar mi teléfono a las bocinas del auto. Si estoy en casa amplio mis opciones a la televisión, a leer, a ordenar, a lavar, a navegar, a tuitear y hasta a escribir artículos cuestionando La hora na… o jugar Angry Birds.
Es claro que mi decisión es Nunca escucharás la hora nacional. No niego que más de un programa podría ser bastante bueno. Me niego a la posibilidad de que el estado me imponga lo que he de escuchar como lo hacía en la víspera de la Segunda Guerra Mundial. ¿No sería tiempo ya de relevar a las radiodifusoras de la obligación de transmitir todos los domingos a las 10 de la noche La hora na…? ¿No les podrían dar la alternativa de transmitirla en el horario que quisieran del mismo domingo?
Habiendo en esta época tantas actividades alternativas a escuchar La hora nacional, es ridículo que el gobierno la siga manteniendo como una transmisión obligatoria a la misma hora. La celebración de sus 75 años son la ocasión idónea para jubilarla. El que quiera seguir escuchándola, sugiero que todos los domingos a las 10 de la noche sintonice una de las estaciones del Grupo IMER, es decir, las radiodifusoras del gobierno con cobertura nacional. Es más, me atrevo a comprometerme a que si optaran por esta alternativa los escucharía al menos una vez antes de morir.
@GoberRemes