Estimar el impacto del debate no sólo es difícil, sino prácticamente imposible. El debate se desarrolla en un contexto en el que el elector recibe información constantemente. Cotidianamente, los ciudadanos obtiene información de las campañas electorales en noticieros, spots televisivos, radiofónicos, imágenes gráficas en espectaculares y cartelones, recibe comentarios de familiares, amigos y un largo etcétera. En este escenario el debate es únicamente una pieza más de información.

 

Cualquier medición de percepción de ganador está en alguna medida «contaminada». Al día siguiente del debate aparecieron diferentes encuestas telefónicas que realizaron periódicos como El Universal o Reforma, o consultorías como Ipsos Bimsa o Parametría. Lo que estas mediciones reflejan es más la preferencia de los electores previa al debate -forjada con cierta anterioridad-, que la percepción objetiva de ganador. Por ello, en la mayor parte de estas mediciones Enrique Peña Nieto resultaba el candidato ganador.

 

Una encuesta telefónica normal tiene un sesgo a favor de Acción Nacional porque captura la opinión del segmento de la ciudadanía más urbano, con más ingresos, más escolarizado, perfil tradicional de los electores panistas. Sin embargo, cuando la muestra se controla para que refleje la preferencia electoral que existe en vivienda, el resultado de la percepción de ganador será similar al de una encuesta de vivienda. En el que, como lo muestran las decenas de encuestas, va a la cabeza Enrique Peña Nieto.

 

Cuando un asesor o consultor utiliza expresiones como “el debate le costó 5 puntos” o “el debate le dio 3 puntos” de preferencia electoral, en realidad están haciendo estimaciones hipotéticas. Son afirmaciones que no están sustentadas en ninguna base metodológica sólida.

 

Estas observaciones son aún más ciertas cuando el debate aportó muy poca información nueva. Para que un debate, así como cualquier otro evento relacionado con la campaña, altere la preferencia electoral debe de: 1) aportar nueva información, 2) relevante para la vida pública y 3) el cambio en la preferencia debería de favorecer a una de las opciones en la contienda y no repartirse de manera aleatoria.

 

Estas tres condiciones no se cumplieron en el debate presidencial del 6 de mayo. No hubo información nueva ni de forma, ni de sustancia. La información que se dio ya era conocida por noticias o spots televisivos, tanto en la parte crítica como en su respuesta. De hecho, la información que se utilizó durante el debate fue muy similar o prácticamente la misma que se usa en los spots de la campaña. Y por lo menos para el caso de los tres principales contendientes, sus niveles de conocimiento pasan del 95%. Es decir había poco que no se supiera ya.

 

La sorpresa en todo caso fue la percepción de que, en términos relativos, el ganador del debate fue Gabriel Quadri. La explicación no tiene que ver sólo con su buen desempeño. Si no precisamente con que era el candidato menos conocido y sobre el que menos había información. Gabriel Quadri inició la campaña con menos de 15 puntos de conocimiento y al momento del debate ya estaba en 60%. Comparado con sus contrincantes tenía 35% menos de conocimiento, lo cual implica una buena ventaja en un debate en el que se esperan novedades, y sobre todo si se tiene un buen desempeño.

 

En conclusión, podemos decir que con los recursos metodológicos a la mano es prácticamente imposible aislar y por lo tanto medir los eventos del debate presidencial. El ganador relativo del evento era quien por la definición previa de las preferencias electorales, encabeza las mediciones.

 

Como el resto de la campaña, mucho en términos incidentales, poco de cambio en las preferencias electorales.