Valérie Trierweiler es tan cartesiana como republicana. No quiere que su pareja y el Estado se encarguen de mantener a sus tres hijos. De ahí sostiene su intención de salir cada mañana de Palais de l´Élysée (casa presidencial) a ganarse el pan como cualquier otra mujer independiente.

 

Valérie es cartesiana porque la razón le gobierna. No desea obsequiar su libertad a cambio del glamour que por default adquiere toda primera dama: cortar listones, administrar instituciones de beneficencia, acariciar a niños de la calle frente a una decena de fotógrafos, representar un objeto humano (maniquí) durante encuentros diplomáticos de Monsieur President, no. Valérie Trierweiler no quiere ser Carla Bruni, Valérie quiere ser Valérie.

 

Es republicana porque reconoce que la vitalidad de las instituciones del Estado francés depende del respeto que de ellas tenga la sociedad. No vale la pena el rechinar de dientes cada vez que los republicanos cuestionen los hábitos de vida de la familia diplomática de Monsieur le Président.

 

François Hollande no es el padre de los hijos de Valérie. Tres adolescentes de 15, 17 y 19 años, cuyas inquietudes naturales requieren de financiamiento que el Estado no les otorgará a pesar de que su madre sea la pareja del hombre que a partir de mañana se convertirá en Presidente de la República Francesa. Valérie se ha divorciado en dos ocasiones y lleva el apellido de su anterior pareja, Denis Trierweiler. Hollande, por su parte, tiene cuatro hijos con quien fuera su esposa y candidata presidencial del Partido Socialista hace cinco años, Ségolène Royal.

 

(François Hollande y yo) “no somos una pareja de Estados Unidos”, responde Valérie Trierweiler a Paris Match (la revista en la que, por cierto, ha trabajado durante los últimos doce años de su vida profesional, primero cubriendo la sección política y en últimas fechas, la cultural), a la pregunta: ¿Por qué no estuvo en el escenario con él?

 

La noche de la victoria socialista (el pasado domingo) uno de los escenarios parisinos con mayor contenido simbólico, la Bastilla, se convirtió en el objetivo final del GPS de decenas de miles de socialistas que, eufóricos, esperaron hasta la media noche al ganador.

 

La fotografía sin Valérie se convirtió en inquietud de más de un periodista.

 

La respuesta es sencilla, Valérie y François no son Obama y Michelle; Felipe y Margarita; Néstor y Cristina. Los latinoamericanos y un importante número de culturas se llevarán las manos a la cabeza porque los nuevos inquilinos del Elíseo no cumplen con las leyes de la moral que deben de seguir a pie juntillas todas las parejas presidenciales.

 

Christophe Barbier, director del semanario L’Express, pronosticó que durante la campaña de François Hollande, habría roces naturales entre Ségolène Royal y Valérie Trierweiler.

 

En su libro Maquillaje, los políticos barnizados escribió: “Valérie tendrá que encontrar su lugar y su tono durante la campaña, suena utópico (…) sobre todo cuando dos mujeres tendrían que fumar el incienso de la gloria para eliminar cierto resentimiento”.

 

Todo indica que Barbier se equivocó. Desde el año pasado, Valérie ya había dado muestras de civilidad y respeto a la anterior pareja de François. El 12 de octubre Trierweiler escribió en su cuenta de Twitter: “Homenaje a Ségolène Royal por su campaña sincera, desinteresada y sin ambigüedades. @fhollande”. Se refería al apoyo que Ségolène otorgó a un diputado socialista. Pero más allá del objetivo, el tuit con copia a Hollande (@fhollande) representó un acto público de civilidad.

 

Coherente

Valérie nació en Anger, al oeste de Francia. De familia humilde, tiene cinco hermanos. Su padre se quedó inválido durante la Segunda Guerra Mundial y su madre trabajó en una pista de hielo como vendedora de boletos. Estudió Historia y Ciencias Políticas en La Sorbona. Le apasiona leer biografías. Una de ellas, la de Roger Casement, escrita por Vargas Llosa en la novela El sueño del Celta, Valérie la calificó como apasionante.

 

Valérie tenía 23 años cuando conoció a François Hollande. Él trabajaba como asesor de François Mitterrand, uno de sus faros, guía y luz.

 

Unos años después, el trabajo como periodista de Valérie provocó que ambos se encontraran frecuentemente. De manera secreta, la relación entre ambos se gestó en 2006. Un año después, la hicieron pública.

 

En ese momento, Hollande declaró a una revista que Valérie era la mujer de su vida.

 

En 2010 Valérie se mudó al departamento de Hollande.

 

A Valérie Trierweiler le gusta ir al gimnasio; nada y hace bicicleta. Fue ella quien sometió a Hollande a una dieta rigurosa durante la campaña. El resultado fue bastante bueno. Bajó 10 kilos.

 

Valérie, como periodista política, ha estado acostumbrada a subir al cuadrilátero. El año pasado, Nicolas Sarkozy utilizó a Valérie como pieza de ajedrez; el presidente manifestó sus dudas sobre la independencia, que sobre las grandes fortunas tiene François Hollande. Y lo hizo sabiendo que Valérie se encontraba trabajando para un canal de televisión, Direct 8, cuyo dueño es el millonario Vincent Bolloré. En esa ocasión Valérie renunció al canal. Lo hizo para no manchar la campaña de Hollande.

 

“Me encanta escuchar a François, aplaudir al hombre que amo, y seguir siendo periodista porque no supone un problema”, declaró hace unos días, la que mañana entrará al Elíseo en compañía del presidente Hollande. Claro, todos los días, Valérie saldrá a trabajar para realizarse como periodista y para mantener a sus hijos.

 

Y si el Papa y otras personalidades del mundo no recibirán al presidente de Francia acompañado por su pareja, no importa. Los protocolos, tarde o temprano, cambiarán gracias a Valérie Trierweiler, la revolucionaria.