¿Acaso fue un error del gobierno de Ernesto Zedillo vender los bancos a los grupos extranjeros después de la crisis financiera de 1994-95? ¿Fue un error de Carlos Salinas de Gortari firmar el TLCAN con la apertura de inversiones al 100% a los capitales extranjeros en el sector bancario?

 

Las respuestas a esas preguntas –a más de una década de preeminencia de la banca extranjera en las operaciones bancaria del país- son asuntos de la mayor trascendencia pública. Más aún en una coyuntura en la que la crisis financiera internacional está replanteando las reglas del juego y las estrategias en la industria y en las economías en prácticamente todo el mundo.

 

Así que es pertinente reevaluar las ventajas, oportunidades, riesgos y saldos de un sistema financiero con una abrumadora presencia  de subsidiarias de bancos extranjeros que a febrero pasado representaban 67% de la cartera crediticia y 73% de los activos bancarios totales.

 

Públicamente algunos banqueros como Antonio del Valle, ex funcionarios públicos como Guillermo Ortiz o Jesús Silva-Herzog Flores, o políticos y legisladores como Manlio Fabio Beltrones, han impulsado abiertamente la idea de que, sin excluir la participación de la banca extranjera, los bancos que operan en México sean, mayoritariamente, propiedad de capitales mexicanos.

 

Otros más simpatizan con la idea. En los últimos años he conversado con altos funcionarios de Hacienda, del Banco de México, algunos legisladores e, incluso, con altos directivos de subsidiarias de bancos extranjeros que operan en México y que –voz adentro- piensan lo mismo.

 

El propio Miguel Mancera Aguayo, quien fue gobernador del Banco de México durante las negociaciones del TLCAN y el periodo posterior a la crisis de 1995 y quién avaló la apertura bancaria y algunas operaciones de venta a los capitales extranjeros, dice en un artículo publicado en Nexos el 1 de abril de 2011: “debo confesar, la vuelta de los bancos principales de nuestro país al control de accionistas mexicanos idóneos no podría causarme sino enorme regocijo”.

 

Muchos de ellos piensan que efectivamente fue un ‘error histórico’ aunque las circunstancias financieras y políticas de los años noventa parecían no ofrecer alternativas reales. Algunos como Antonio del Valle piensan que sí había opciones para vender los bancos con problemas de cartera vencida a banqueros mexicanos, pero que “el gobierno no confió en ellos”, dice, o quizá no tuvo una estrategia clara.

 

Pero más allá de la nostalgia o de las pinceladas de nacionalismo que entraña esta postura, el hecho es que los argumentos que se esgrimen para ‘remexicanizar’ la banca no han logrado, hasta ahora, ser contundentes en el debate, en la definición de políticas públicas y, menos aún, en el convencimiento para que un número significativo de empresarios y banqueros locales invierta en el sector y reviertan la preeminencia de los banqueros extranjeros.

 

Quienes impulsan esta idea desde hace tiempo -claramente liderados por Roberto González Barrera y Guillermo Ortiz– ven en las elecciones presidenciales la oportunidad de que el asunto forme parte de la agenda del candidato ganador que –por cierto- asumen será el priísta Enrique Peña Nieto. ‘Remexicanizar’ la banca –y lo que eso signifique- es el objetivo que se han trazado, aunque Peña Nieto no ha dicho nada al respecto.

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