Escritor y ensayista multipremiado, impulsor del papel intelectual como crítico de la política, retratista del México posterior a 1910, con sus camadas de millonarios, autócratas y conservadores de fachada revolucionaria, sin dejar de ser un autor cosmopolita que vivía la mitad del año en Londres, Carlos Fuentes fue uno de los dos referentes literarios de nuestro país en el último medio siglo.

 

Hijo de un diplomático (nació en Panamá en 1928), Fuentes vivió en el extranjero buena parte de su adolescencia, aunque sus obras, especialmente las primeras (La región más transparente, La muerte de Artemio Cruz, Aura) reflejaron las tensiones y desigualdades del México posterior a la Revolución.

 

Sus obras, de hecho, describieron el tránsito de la sociedad mexicana rural a la urbana.

 

Amigo de Gabriel García Márquez, Luis Buñuel, Alfonso Reyes, de Bill Clinton, de presidentes latinoamericanos como Julio Sanguinetti, visitante de los salones de baile, como el México, y los cabarets en los años 50, fue una presencia constante en el mundo de las artes y la política.

 

El propio escritor, en la inauguración del Coloquio de invierno, celebrado en la UNAM en 1991, enunció qué intereses y preocupaciones marcaron su pensamiento y creación literaria.

 

Su generación, explicó en aquella ocasión, llegó a la mayoría de edad en el momento en que se formaron dos grandes potencias enfrascadas en obtener la supremacía mundial, una vez acabada la Segunda Guerra Mundial.

 

“Aprendimos a rechazar por igual la intervención norteamericana contra los regímenes democráticamente electos de Guatemala y Chile, y la intervención soviética contra los movimientos democráticos en Hungría y Checoslovaquia. Por igual, la guerra norteamericana contra Vietnam y la guerra soviética contra Afganistán. A los latinoamericanos nuestra civilización nos decía claramente que la Guerra Fría sacrificaba demasiadas posibilidades políticas y culturales de nuestra humanidad”.

 

Además de su postura crítica respecto a las intervenciones estadunidenses en América Latina, la temática de sus novelas, sus críticas al autoritarismo priista y en especial su denuncia de la matanza de Tlatelolco el 2 de octubre de 1968, en la que destaca su defensa de Octavio Paz, quien renunció a su cargo de embajador en la India, que recibió amplia difusión en los medios internacionales, le ganaron la etiqueta de opositor al régimen del PRI.

 

Protagonista, en términos intelectuales, de la actualidad política, Fuentes encabezó a un grupo de escritores y artistas que respaldaron el discurso de apertura Luis Echeverría Álvarez bajo la lógica de que, a principios de los 70, apoyados por Estados Unidos, las dictaduras militares ponían en jaque a la democracia al punto de hacer un llamado: “Echeverría o el fascismo”.

 

El propio Echeverría lo designó embajador de México en Francia, en 1972, pero el escritor renunció al cargo en 1977, cuando el nuevo presidente, José López Portillo, designó a Gustavo Díaz Ordaz como embajador de nuestro país en España.

 

Premios y polémicas

 

Constante candidato al premio Nobel, el más importante en el mundo de la literatura, Fuentes recibió más de 50 distinciones entre órdenes, medallas, grados honoris causa o galardones literarios, iniciando con el Rómulo Gallegos en 1967, hasta el Formentor en 2011, con los puntos más altos en 1987, cuando recibió el Cervantes, y en 1994, cuando se le entregó el Príncipe de Asturias.

 

De especial relevancia para él fue el Cervantes, el de mayor prestigio en Iberoamérica, ya que siempre se declaró admirador de El quijote de la Mancha y a menudo se refirió a ese territorio que alcanza dos continentes y abarca casi toda América como “el país de La Mancha”.

 

En la medida que se acrecentaba su obra literaria, su prestigio e influencia también crecieron, al punto de ser referencia internacional sobre los que sucedía en nuestro país. En universidades y medios de comunicación, tanto en Estados Unidos como en Europa, su voz tenía un importante peso y esa notoriedad lo llevó a enfrentarse con críticos y, más importante, con su amigo, y el otro referente de la literatura mexicana de las últimas décadas, Octavio Paz.

 

En un texto publicado por Enrique Krauze en Vuelta en 1988, titulado “La comedia mexicana de Carlos Fuentes”, el historiador llamaba “guerrillero dandy” al novelista, además de que le reprochaba ser superficial, con tendencia a reproducir lugares comunes y profundamente contradictorio.

 

“La imaginación política de Fuentes parece congelada en 1962, algo que ni un escritor de discursos del PRI podría repetir sin sonrojarse: ‘todos en México existimos y trabajamos gracias a la Revolución”.

 

La amistad entre Paz y Fuentes se rompió y sus diferencias se profundizaron al grado de que en 1990, el primero promovió el Encuentro Vuelta por la libertad -en el que pensadores de tendencia conservadora reflexionaron sobre la caída de la Unión Soviética- donde Mario Vargas Llosa dijo que el PRI era la dictadura perfecta y se llevó un regaño del poeta, ya galardonado con el Nobel.

 

Dos años más tarde, Fuentes llevó la batuta en la organización de una suerte de réplica a ese encuentro, el Coloquio de invierno, al que no se invitó a Paz ni los colaboradores de su revista, Krauze incluido.

 

El poeta reclamó tanto su exclusión como el hecho de que el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes financiara, en parte, la organización. El resultado fue que Carlos Salinas despidiera al presidente del organismo, Víctor Flores Olea, por desatar la ira del escritor.

 

Esos acontecimientos profundizaron la distancia entre ambos. A la muerte de Paz, Fuentes, quien legó su correspondencia a la Universidad de Brown, argumentó que él siempre defendió a Paz pero que éste decidió romper la amistad. Esta relación, escribió, consta en las cartas que se abrirán “cincuenta años después de mi propia muerte, cuando las intimidades, franquezas, desavenencias, querencias e insultos que inevitablemente salpican un canje de letras tan cotidiano e intenso, no hieran a nadie y sólo fatiguen a los biógrafos”.

 

En este año electoral, el narrador fue participante involuntario de otra polémica. En la Feria del Libro de Guadalajara, el candidato del PRI, Enrique Peña Nieto, no pudo recordar el nombre de tres novelas que lo hubieran influido, y dijo que La silla del águila, de Fuentes, era obra de Krauze.

 

Fuentes dijo a la BBC: “este señor (Peña) tiene derecho a no leerme. Lo que no tiene derecho es a ser presidente de México a partir de la ignorancia. Los problemas exigen un hombre que pueda conversar como par con Obama, Angela Merkel o Sarkozy, y no es este el hombre capaz de hacerlo”.

 

La respuesta del PRI corrió a cargo del senador Jesús Murillo Karam, quien dijo que un error no descalifica a nadie “y es arrogante aquel que por un tropezón pretende calificar a otro”.

 

La muerte de Fuentes, a quien no pocos críticos consideraban el mayor escritor en México, deja un vacío en la opinión de izquierda y vacante el puesto del autor con el punto de vista más influyente en el mundo.