En el marco del festejo de sus 80 años, Elena Poniatowska dice: “Es necesario tomar en cuenta siempre a las nuevas generaciones en cualquier proceso de transformación del país. Yo, por lo pronto, tengo mucho que decir todavía, ahora que cumplo los ochenta, espero hacer un libro por año hasta llegar a los 90”.
Hèlene Elizabeth Louise Amelie Paula Dolores Poniatowska Amor, quien es llamada amistosamente como Elenita, evoca todas aquéllas imágenes de su niñez, y la mayoría coinciden en la figura de su madre, Paula Amor.
“Con ella y mi hermana Kitzya, llegué en un barco que trajo muchos refugiados, se llamaba el Marqués de Comillas. La Ciudad de México resultó maravillosa, era así de chaparrita, no había edificios altísimos. Eran todos de tezontle rojo y hasta parecían del color de la sangre seca, muy bellos”, cuenta la escritora.
Pensar en la autora de La Noche de Tlatelolco, como una mujer apegada a los rezos y a las plegarias parece difícil, más por su labor rebelde como periodista, que siempre buscó -y aún lo hace-, ampliar la voz y la presencia de los sectores más marginados, destacando su papel a favor del pleno respeto a los derechos de las mujeres.
Poniatowska Amor sí es una mujer apegada a las creencias.Recuerda que solía ir a la iglesia con su familia y ahí, frente a la silenciosa presencia del crucifijo, rezaba por su padre, quien murió en la guerra.
Sobre su formación académica cuenta la autora de Hasta no verte, Jesús mío que estudió en un convento de monjas donde aprendió, entre otras cosas, “a lavar trastes”.
Pero una mujer inquieta como Poniatowska no podía quedar rezagada a los rezos, a los viejos y anchos muros de los conventos e insistió en estudiar una carrera universitaria: “Yo intenté llegar a la universidad a estudiar literatura, lenguas y todo lo que me gustaba, pero me dijeron que lo que había estudiado en la escuela de monjas no me servía y que tenía que estudiar la secundaria”.
Y añade: “Al poco tiempo me olvidé de los estudios, porque empecé a hacer mucho periodismo, me integré demasiado a él y me faltó carácter para lograr mis propósitos de estudiar una carrera universitaria, por eso admiro muchísimo a todos los que sí la han logrado hacer”.
Sobre su andar en las redacciones de los diarios relata que fue más por azar: eso me vino del cielo, dice, porque cuando yo aparecí en un diario como Novedades, entonces era una niña de escasos 17 años.
Fue así que al pararse en la sala de redacción el jefe la miró como quien mira a un niño queriendo escribir el quijote: “Lo que hizo fue recordarme a mi tía, Pita Amor, que estaba loca. Es sobrina de Pita, que está loquísima, decía”.
Sólo ella, que lleva 80 años transcurridos nos puede contar sobre las grandes figuras del siglo XX, como aquéllas constantes visitas a la penitenciaría de Lecumberri a José Revueltas, o sus pláticas con el muralista Diego Rivera.
“Diego Rivera era lindísimo conmigo y a la primera entrevista que le hice me acompañó mi mamá, porque él había pintado a la tía Pita desnuda y entonces mi mamá fue como para protegerme, y es que yo no sabía nada, venía del convento de monjas y por eso se me ocurría preguntarle a Diego Rivera si sus dientes eran de leche, pues se veían chiquitos para una persona tan grandota y forzuda. Son chiquitos, me contestó, pero con ellos me como a las güeritas preguntonas”.
Hablar de Elena Poniatowska, de Elenita, lleva a las evocaciones requeridas del movimiento estudiantil de 1968, y su gran crónica La Noche de Tlatelolco. La escritora vivió aquellos días con su esposo Guillermo Haro.
“Él me contaba muchas cosas porque se la vivía en la universidad, donde constantemente los estudiantes gritaban: La universidad territorio libre de América”.
Rememoró que en los ratos en los que no estaba siguiendo el movimiento estudiantil, acompañaba a Guillermo Haro, quien estaba en el observatorio astronómico de Tonantzintla, y él le preguntaba: Oye Elena, ¿qué estás haciendo?
“Yo le contestaba: ¡rezando!, y él me decía ¡Tonta¡ ¿a eso te traje? Pero siempre que iba rezaba, pues yo consideraba que aquella oportunidad de mirar el cielo de una manera tan diferente y profunda debería ser aprovechada para rezar”.
La escritora recuerda que el Movimiento del 68 se convirtió para ella en un ejemplo de lo que podía lograr la juventud unida.
“Poco después del 2 de octubre comencé a ir al Lecumberri a entrevistar estudiantes presos y como me hablaban rápido, yo trataba de aprenderme de memoria lo que me decían para escribirlo a la carrera antes de que se me olvidara”.
Y concluye: “De ese movimiento de los sesenta algo bueno salió, la juventud de hoy tiene más libertades por los jóvenes de ayer. Por ello es necesario tomar en cuenta siempre a las nuevas generaciones en cualquier proceso de transformación del país”.