La palabra soez, el vituperio, el insulto, tienen desde luego su lugar en el uso del lenguaje. Se emplea con mucha más frecuencia al hablar que al escribir, sobre todo si entre los interlocutores hay amistad o confianza extrema o, de plano, odio declarado. Pero, parafraseando al popular slogan comercial que pretende impedir caer en el alcoholismo, mientras lo estimula, “Nada con exceso, todo con medida,” se puede aplicar perfectamente al uso el idioma.
El tema es relevante porque, tal vez por el encono provocado por las campañas políticas en México, el uso y abuso de vocablos “altisonantes”, como decía mi abuela, ha cobrado una fuerza desmedida en las redes sociales. Es la solución fácil de los ejércitos de tuiteros que cobran de las arcas de los partidos políticos para atacar a los rivales. Siempre es más fácil recurrir a la descalificación para golpear al contrario, que desarrollar una argumentación por lo menos creíble, buscando el mismo fin.
Ya de hacer propuestas en tuiter, mejor ni hablamos. Es hasta cierto punto comprensible la falta de compromisos de los candidatos en tuiter, porque no es fácil presentar el diseño de una política seria en 140 caracteres. Pero los tuiteros saben que, si realmente hubiera interés, se pueden programar tuits consecutivos para explicar las cosas con mas profundidad y puntualidad. Claro que dejar esta responsabilidad a los porros tuiteros, como los llamó su inventor Federico Arreola, es una aventura, por decir lo menos, peligrosa.
La elegancia literaria del insulto es un arte que no se debe perder. ¿Recuerdan aquella inolvidable respuesta de Salvador Novo, entonces cronista de la Ciudad de México, al escritor Luis Spota en una histórica polémica que sostuivieron? Novo le dijo a Spota, “ Qué se puede esperar, Luis, de alguien que lleva en el apellido paterno la profesión materna”. ¡Esos eran insultos!
Sabemos que los usuarios de tuiter son parte del muy pequeño porcentaje de mexicanos que ha recibido una educación, digamos, adecuada. Para estar en tuiter, se tiene que manejar una computadora, tener el dinero para comprarla, o, de perdida, pagar un café internet. La gran mayoría tiene un buen nivel de comprensión sobre lo que lee, les interesa el futuro del país. ¿Por qué entonces mandan a chingar a su madre a todo el mundo? A principios de semana, recordando cuando empecé en tuiter, escribí, “Hace dos años, era frecuente leer en tuiter, “perdón, pero estás en un error”. Hoy, el mismo comentario provoca un “eres un pendejo”. ¿Dónde nos perdimos?
Hay muchos que defienden que la evolución del lenguaje es inevitable, y que el pueblo habla así, con maldiciones a diestra y siniestra. Para reflejar este nuevo lenguaje, así hay que escribirlo. No creo que sea responsabilidad del escritor el reflejar la manera como se habla, con las obvias excepciones de citas y diálogos. Al contrario, la evolución del lenguaje no tiene por qué siempre tender a degradarlo. Y quedan lugares, Colombia por ejemplo, donde la importancia del buen decir mantiene una connotación social importante.
Todo lo anterior, nos lleva de vuelta al tema que estuvo de moda esta semana: cómo mejorar la educación en México, que debería ser, si no el único, sí el tema más importante de esta campaña presidencial, que aunque fue recortada por ley a 90 días, ya parece interminable.
Y así.
En un artículo dedicado al lenguaje, es imposible olvidar la muerte de uno de los iconos literarios de este país. Eterno descanso para el maestro Carlos Fuentes, y resignación para su viuda, mi compañera Silvia Lemus. ¡Buen viaje, vecino!
@jorgeberry