“Érase una vez un país”, clama Emir Kusturica en su película Underground, mientras un cadáver gira en silla de ruedas motorizada en torno a una cruz cuyo Cristo ha caído; al fondo hay fuego, se escuchan detonaciones, lacera la pantalla un sangriento caos.
Y érase también un futbol. Un futbol que contribuía a unir a la más compleja red de culturas, religiones, etnias, en una sola entidad política.
A la selección yugoslava se le llegó a denominar el Brasil europeo e incluso al estadio de Belgrado se apodaba Maracaná: futbol técnico y caprichoso del estado de ánimo; futbol con una pizca de cada cosa que recoge por Europa el larguísimo río Danubio hasta casi desvanecerse en la capital serbia, pero también con algo de lo que traen a los croatas las olas del mar Adriático, y a los eslovenos el contexto germano, y a los macedonios el mundo heleno, y a los bosnios su mezclada Sarajevo, y a todos la influencia gitana.
La selección yugoslava ideal, según el patriarca y dictador Josip Broz Tito, debía incluir a ocho serbios, más de cinco croatas, cuatro bosnios, dos eslovenos, dos montenegrinos y algún macedonio. Antes de Tito y recién inventado el país, los jugadores croatas decidieron no asistir al Mundial de Uruguay 30. Con Tito, el futbol ayudó a tan delicado balance y este país de países pudo sentirse representado con los goles de la melancólica y virtuosa Yugoslavia.
Quizá por ello no debiera sorprender que al paso del tiempo, muerto Tito y caducado el pegamento de tan frágil rompecabezas, el futbol desempeñara un rol vergonzoso en las guerras balcánicas.
Las limpiezas étnicas, los rencores, los sitios, las violaciones masivas, los bombardeos, destrozaron demasiado, pero a ellos sobrevivió una pared en el puerto croata de Dubrovnik en la que a la fecha puede leerse una inscripción de épocas medievales prohibiendo los juegos de patear pelota. Acaso viejo augurio de que algo malo sucedería con el balón.
Mientras en el tribunal de La Haya esta semana se ha pospuesto el juicio contra Ratko Mladic por genocidio y crímenes de guerra en Bosnia, es buen momento para recordar que en cierto momento este general contó con la colaboración del paramilitar serbio Zeljko Raznatatovic Arkan.
¿Qué tiene que ver Arkan con el futbol? Más de lo que el futbol quisiera, pues sus comandos paramilitares se formaban en buena medida de hooligans del club Estrella Roja de Belgrado. Con ellos fue a Croacia y Bosnia a ejecutar masacres.
Según una placa a la entrada del estadio Maksimir de Zagreb, la guerra empezó en esa cancha trece meses antes de que formalmente comenzaran las hostilidades: “a los aficionados del Dinamo que iniciaron aquí la guerra de independencia en mayo de 1990”. Sucede que ese día jugaban un cotejo de liga yugoslava el Dinamo croata y el Estrella Roja serbio. Ahí, una trifulca futbolera terminó en batalla campal entre aficionados, policías y hasta jugadores (por ejemplo, el después crack milanista Zvonimir Boban).
Los serbios, imágenes de santos ortodoxos en mano, cantaban “Zagreb es serbia”; los croatas clamaban consignas nacionalistas y religiosas, incitados por las palabras del mandatario Franjo Tudjman, quien había calentado ese partido para convencerlos de votar por la separación de Yugoslavia en un próximo referéndum.
Al paso del tiempo y ya con el conflicto desatado, Arkan aparecería en alguna celebración del Estrella Roja mostrando en la cancha el letrero de una ciudad croata tomada por sus hooligans-paramilitares. Años después incluso sería presidente de otro club, el Obilic, con el que ganaría la liga en 1998, siempre acusado de amedrentar rivales y árbitros (un futbolista declararía que cada que le tocaba enfrentar al Obilic, se encerraba en un garaje y no salía hasta terminado el encuentro).
Vetado por la UEFA, Arkan registró como titular del equipo a su esposa, una famosa cantante, y siguió dirigiéndolo. Perseguido y acusado, fue reputado escapista cada que el tribunal de La Haya se acercaba (antes, había huido de más de una cárcel bajo operativos dignos de película de Hollywood). Lo que no pudo evadir fueron las balas con las que cayó en la recepción de un hotel en el 2000.
¿Quién ordenó su muerte? Arruinó la vida de tanta gente y derramó tal cantidad de sangre, que casi cualquier balcánico hubiera tenido motivos, pero algunas teorías siempre apuntaron a altos mandos serbios (incluso al entonces presidente Slobodan Milosevic) deseosos de evitar que hablara y testificara contra personajes como el hoy juzgado por genocidio, Ratko Mladic.
El proceso de paz es complicado en los Balcanes y por más de una década el futbol evidenció esos rencores. En Bosnia llegó a haber tres torneos de liga: uno para bosnio-musulmanes, otro para bosnio-croatas y el tercero para bosnio-serbios.
La propia selección de Bosnia Herzegovina ha padecido para convocar a los mejores elementos bosnios: los estelares Slavo Milosevic y Mario Stanic nacieron en Bosnia, pero el primero jugó con Serbia y el segundo con Croacia. La explicación, que Savo era de religión ortodoxa y Stanic católica.
Para la eliminatoria del Sudáfrica 2010, generó esperanza ver a Bosnia dirigida por el croata Miroslav Blazevic, quien además convenció a integrantes de las minorías serbia y croata a portar ese uniforme.
La palabra Balcanes empezó por definir a unas montañas, luego a una región y hoy a todo aquello que se separa políticamente con rencor. Érase una vez un país. Érase una vez una selección. Érase una vez un futbol que canalizaba tantos odios heredados por la historia. Érase una vez unos criminales que pospusieron sus juicios lo más posible, pero tarde o temprano fueron juzgados, tarde o temprano pagaron sus monstruosidades.
@albertolati