La globalización es la magia de empequeñecer al mundo. Pero tal parece que el liderazgo de México en el mundo, si es que existe, no ha sido revelado por la canciller mexicana. ¿Dónde está Patricia Espinosa? No me refiero a su ubicación física que un GPS puede resolver. En realidad lo que se busca es su liderazgo. Esa palabra que se inventó para identificar rutas humanas relevantes en medio de la muchedumbre.

 

En el momento en que la secretaría de Relaciones Exteriores se convierta en el despacho burocrático más importante de algún gobierno mexicano, en ese momento nuestro país estará totalmente adaptado a la globalización; será el estado perfecto en el que la cultura etnocéntrica (esa enfermedad de lento avance que culmina en un estado de ignorancia cuyo eslogan de vida sería: “Como México no hay dos”) se convierta en el auténtico museo del horror de la historia de México.

 

Tal pareciera que la diplomacia mexicana durante el sexenio del presidente Calderón ha sido eclipsada por las secretarías de Turismo y de Economía: eslóganes, control de daños con la imagen-país a partir del ascenso en el número muertos en el ámbito del narcotráfico, playas y ballenas, shows, tours, hoteles boutique, postales del paraíso, exposiciones, ferias, contactos empresariales, remesas, y un largo etcétera, son muestras publicitarias que lo mismo se pueden observar en el aeropuerto Charles De Gaulle en París hasta en las agencias de viajes asiáticas.

 

En los detalles se encuentra la hermenéutica. El día que se le despidió a Carlos Fuentes en Bellas Artes, la canciller mexicana no estuvo en el recinto. Posiblemente se encontraba en Los Cabos con los ministros de trabajo del G20; posiblemente viajaba a China en una misión especial, sin embargo, no deja de llamar la atención que en el adiós de un embajador literario no estuviera presente la canciller o alguien que la sustituyera que no fuera un burócrata más.

 

No recuerdo una frase, un escenario o una idea aurea de la actual canciller durante los casi seis años de su administración. Un canciller, en la globalización, debe de ser el funcionario más visible después del presidente; debe de proponer y no ser reactivo; debe de imponer una visión geocéntrica de trabajo, donde el mismo peso de interés lo tenga Estados Unidos que Angola. Un canciller debe de ser un personaje de altura cultural. No un simple hacedor de oficios y tarjetas; no un buscador de millas aéreas; no un fan del turismo.

 

La reunión del G20 es (para México), por mucho, el máximo evento internacional del año. Más allá de jugar los roles de una agencia de relaciones públicas, no se observa la estrategia arquitectónica (del evento) por parte de la canciller.

 

México observa a los Bric como lo hace con la Unión Europea; con Estados Unidos la relación sexenal ha sido monotemática: narcotráfico. El presidente Calderón se aposentó en la frontera para levantar un espectacular publicitario con el objetivo de recordar el origen de las armas.

 

¿Por qué la relación con Brasil no logra salir del pozo? ¿Cuál es la posición de México frente al eje chavista?

 

¿Qué dice México sobre el plan Annan? ¿Alguna oferta de ayuda humanitaria a los desplazados de Mali o los que viajan de Damasco a Turquía?

 

A la oposición se le ha obsequiado el tema internacional. No hay virtudes ni legados durante la administración de Patricia Espinosa.

 

López Obrador se acercó a Olga Pellicer pero eligió a Jorge Eduardo Navarrete para que, en su caso, aplique esa ley anquilosada de la no intervención: no me meto en tus tropelías pero tú no te metas en mis tropelías. Por su parte, una corriente del PRI propuso a Pedro Aspe ocupar el edificio de avenida Juárez.

 

Y mientras tanto, dónde está Patricia Espinosa.

 

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