Steve Jobs fue el dictador de la felicidad. Un hombre hacedor de innovaciones lúdicas de comunicación. Su legado converge en tres herramientas: iPod, iPhone y iPad.

 

Jobs pensó en el teléfono como una boutique lúdica de foros, a la música se la imaginó como a un amigo ingrávido y, finalmente, a los periódicos, libros y revistas, las redimensionó en un quiosco mágico. Foros, amigos y magia. El kit del placer.

 

El dictador de la felicidad resolvió algunos enigmas. ¿Cómo convencer al individuo de que en lo auténtico subyace lo masivo? ¿Cómo reducir el tamaño del mundo si la respiración (cambios) del planeta Tierra ocurre en periodos de siglos? Finalmente, ¿cómo escribir un libro de ciencia ficción a través de manzanas?

 

El ascenso del dictador de la felicidad irrumpió a través de un golpe de Estado en contra del aburrimiento o de la tristeza. La utilidad marginal de los productos Apple es creciente, en contra de las leyes de la economía. Un individuo con hambre disfrutará más el primer taco de pastor que el segundo pero éste le sabrá más sabroso que el tercero. Cuando se coma el décimo taco lo hará con dificultades. El malestar llegará.

 

Con el iPad sucede lo contrario. El dictador de la felicidad inventó productos que trastocan los comportamientos de la racionalidad del ser humano, en parte, por la creación de barreras de entrada pero sobre todo por la invención de rasgos difíciles de imitar. Quien usó la primera versión del iPhone, con emoción, estuvo al pendiente del lanzamiento del segundo modelo. Estos compradores pueden pasar la noche a fuera de una Apple Store sin el mayor de los problemas.

 

La muerte del dictador de la felicidad ha provocado que muchos quieran sustituirlo. Uno de ellos es Mark Zuckerberg. El adolescente que inventó Miss Harvard virtual (Facebook). El mejor sistema para calificar el atractivo del alumnado universitario. ¿Por qué no aplicar las evaluaciones más allá de la universidad? En efecto. 900 millones de individuos se mantienen conectados virtualmente. Muchas historias narcisistas que contar.

 

Nasdaq es el Disneylandia del siglo XXI. Flujos (monetarios) intangibles traídos a valor presente neto con valor a cero fueron impuestos por Zuckerberg y sus asesores a 38 dólares la acción. La emoción por quien intentó dar un golpe de Estado en contra de la Razón hizo subir la acción a 42 dólares para que, segundos después comenzara su caída súbita. La recaudación fue de 18 mil 400 millones de dólares. Ni el timador Damien Hirst ha logrado recaudar cifras cercanas a través de sus tiburones descompuestos.

 

Todo mundo sabe que los productos tecnológicos tienen un ciclo de vida muy estrecho a diferencia, por ejemplo, de los viejos modelos de Ford. Zuckerberg aportó un gran producto con el que se satisface la necesidad de nostalgia; álbum fotográfico como si de un teléfono de letras se tratara.

 

Zuckerberg quiso que su producto ingresara a Disneylandia (Nasdaq) hipnotizando a los inversionistas que le creyeron durante unos minutos pero al final se dieron cuenta que Facebook no puede pensarse a largo plazo.

 

La plataforma idónea de Facebook es la computadora y no los teléfonos celulares. Con Twitter sucede lo contrario.

 

Otra barrera es la publicidad. Una encuesta de Associated Press y CNBC señala que el 57% de los usuarios nunca le dan click a las barras publicitarias. ¿Qué vende Facebook? Nostalgia cortoplacista. Pero tratar de convencer a los accionistas de incrementar su inversión, explotando la idea de que el producto lo usan 900 millones de usuarios, no es suficiente.

 

Marck Zuckerberg, un genio, le gustó el éxito, sin embargo, con su visita a Nasdaq, intentó perpetrar un golpe de Estado en contra de la razón.

 

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