Una copa que, en sus múltiples denominaciones, reflejó y reivindicó los diversos momentos del siglo veinte español. Comenzó en 1902 como Copa Coronación, para festejar que Alfonso XIII había llegado a la mayoría de edad y podía asumir el trono; un año después, se rebautizó como Copa de Su Majestad el Rey, y así siguió hasta 1932 cuando tornó en Copa del Presidente de la República (obviamente, instaurada la Segunda República Española). Para 1937, en medio de la Guerra Civil, valencianos y catalanes la convirtieron en Copa de la España Libre (edición que a la fecha no tiene reconocimiento oficial). Terminada la contienda y tomado el gobierno por el franquismo, se llamó Copa del Generalísimo, hasta que en 1976 Franco murió y volvió a ser Copa del Rey.
Tan largo párrafo inicial, para explicar que ningún torneo futbolístico ha tenido tantos y tan políticos nombres. Por ello, tampoco tiene por qué extrañar la tensión política que supone la final que disputarán este viernes Barcelona y Athletic de Bilbao.
La presidente de la Comunidad de Madrid, Esperanza Aguirre, clamó que en caso de ser pitado el himno español o abucheado el príncipe Felipe que estará en las gradas, el partido debía suspenderse o disputarse a puerta cerrada. Evidentemente sus palabras tendrán la consecuencia opuesta a lo que ella desea, pues han servido como provocación para que catalanes y vascos, que no tenían planes de hacerlo, silben mientras se entona el himno de España. Más aún, voces políticas han despertado con solicitudes de que en vez del español, se hagan sonar tanto el himno catalán (Els Segadors) como el vasco (Eusko Abendaren Ereserkia).
Esperanza Aguirre había declarado un par de semanas atrás, quizá como preámbulo al partido de futbol, que “El Estado autonómico se crea para tratar de integrar mejor a Cataluña y País Vasco, en cambio ese objetivo no se ha conseguido”, en alusión al esquema político español con comunidades autónomas.
Recientemente, al enfrentarse las selecciones de Euskadi y Cataluña (mismas que no tienen reconocimiento oficial de FIFA y tan sólo disputan un par de partidos durante las vacaciones decembrinas) los jugadores posaron con un gran letrero que decía en catalán y euskera: “una nación, una selección”.
Vale la pena recordar que 76 años atrás, desatada la Guerra Civil, tanto catalanes como vascos formaron equipos de futbol cuya doble misión era recaudar fondos y dar a conocer la causa (en ese momento afligida y oprimida) de sus respectivas regiones.
El mismo presidente del Barcelona había sido fusilado por las tropas franquistas y existió una tentativa para cambiar el nombre al cuadro blaugrana a España.
Si sólo en el estadio barcelonista se atrevía la gente a seguir gritando en catalán, el San Mamés bilbaíno fue el primer sitio donde pudo leerse el nombre de partidos separatistas e independentistas. Ya en los años cuarenta se pitó el himno español en Barcelona y se saboteó la cancha en Bilbao para un juego de la selección española con la desaparición de las porterías.
Por esos años, en un Barça-Athletic, se consiguió algo impensable en épocas franquistas fuera del futbol: se izaron en San Mamés la senyera y la ikurriña (banderas catalana y vasca, respectivamente) en auténtico desafío a la dictadura.
Muchísimos años han pasado, muchísimos episodios también, pero la historia sigue doliendo tanto como la intolerancia sigue ganando. Ojalá los encabezados estuvieran dirigidos a dos de los proyectos más espléndidos de cantera que hay en Europa o a dos de los directores técnicos con sello más distinguible en el mundo. Ojalá el balón recuperara los reflectores. Ojalá el respeto –tanto a un himno como a unas ideas- fuera algo implícito en todo rubro de la sociedad. Pero todo es más complicado. Tan complicado como un torneo de futbol que ha cambiado de nombre tantas veces por culpa de la política.
@albertolati