La crisis del euro no desaparecerá a los 17 países de la zona euro, ni mucho menos a los 27 países que conforman el modelo político más exitoso del siglo pasado, la Unión Europea.

 

Grecia representa el 3% del comercio europeo y en su riesgo máximo subyace la necedad de los políticos, antes que el comportamiento racional de los mercados financieros. Paradoja o no, el problema de Grecia fue originado por la corrupción de los burócratas que se encargaron de jubilar a jóvenes entusiastas de 49 años y a pagar las vacaciones VTP a sus funcionarios estrellas. Pero la Unión Europea es algo más que la crisis del euro.

 

El salvamento orquestado por la Comisión Europea, el Banco Central Europeo y el Fondo Monetario Internacional se encontraba en la segunda fase cuando las elecciones parlamentarias griegas se hicieron presentes y los dos históricos partidos, Pasok y Nueva Democracia (izquierda y derecha centristas) se desfondaron por obvias razones: una sociedad enardecida por el cumplimiento ciego (de sus líderes) del memorándum alemán, apostó por los extremos ideológicos, lo mismo por trotskistas que por neonazis.

 

El elemento surrealista (unos meses atrás) llegó la noche en que, desde Bruselas (con el beneplácito de Frankfurt) se designó al primer ministro griego Lucas Papademos.

 

La mala suerte se presenta siempre en escenarios deteriorados. Grecia repetirá las elecciones el próximo mes gracias a la victoria de los desacuerdos. Ahora, se vislumbra a los radicales de izquierda (Syrisa) hacer una campaña electoral por París y Belín para precipitar el malhumor de Merkel.

 

Como se puede observar, tal pareciera que el escenario de la crisis del euro se preparó con detenimiento esteticista hace ya algunos meses, pero nadie quiso hacer un pronóstico, empezando por el matrimonio Merkozy. Y no lo quisieron hacer porque, otra vez, la señora Merkel no contempló, en su modelo econométrico, a la población que acude a las urnas a romper con el dique de la indolencia política.

 

Ahora, los monaguillos que recitan las profecías de The Economist, se frotan las manos frente a las imágenes de las N cumbres europeas en donde Angela Merkel muestra a un séquito de seguidores (Holanda, Austria, Finlandia, Bulgaria y por supuesto la España de don Mariano Rajoy, quien por cierto, decidió gobernar a través de correos electrónicos apanicado, tal vez, por los periodistas de El País que lo inquietan cada mañana) sosteniéndole sus informes con los que anuncia la muerte de la inflación gracias al yugo de la austeridad. Sarkozy, hasta hace algunas semanas, se encargaba de cargarle su bolsa.

 

Al mismo tiempo, las elucubraciones economicistas de Paul Krugman, sobre la desaparición del euro, emocionaron, lo mismo a David Cameron que a los del Partido del Té estadunidense.

 

Al menos en corto plazo la depreciación del euro ha provocado una demanda por el dólar de manera desenfrenada. (México no se salva.) Pero a largo plazo la racionalidad suele vencer a los profetas. Pronto veremos a los lectores de The New York Times observar los deslices del Papa de los economistas, Krugman.

 

El laureado Nobel asegura que el quinto jinete del Apocalipsis recorre Europa de manera descontrolada. De Grecia viaja a España y de Barcelona a Portugal; de Lisboa a Dublín; y en Londres se atraganta de pesimismo para pasar las noches en Berlín. El jinete descontrolado regresará al Partenon para despedir a Angela Merkel y rendir homenaje a Sarkozy.

 

La noche del pasado miércoles, en Bruselas, un desencuentro entre el nuevo presidente francés, François Hollande con la canciller alemana Angela Merkel detonó el inicio del Plan B.

 

El plan A fracasó a pesar de que políticos, como Rajoy, piensen que van por buen camino: recortes, reformas que desaparecen al gasto e incentivos para mejorar la productividad del trabajo ¡cuando 5 millones de españoles no lo tienen!

 

El plan B lo quiere impulsar Hollande a través de la emisión de deuda de manera conjunta (eurobonos) y algunas herramientas más de su kit, como por ejemplo, la famosa tasa Tobin que la tribu Le Monde Diplomatique promocionó hace veinte años pero que más de uno lo interpretó como una broma.

 

Para Krugman o cabezas de tanques de pensamiento como Robert Kagan, Europa terminará por cerrar los bistró para abrir McDonald´s. (Por cierto, en el último piso de Galeries Lafayette sucursal Paris Haussmann los japoneses comen gustosamente sus hamburguesas mientras se prueban unos zapatos Yves Saint Laurent de ochocientos euros.)

 

La arquitectura del modelo europeo contempla pequeños derrumbes. Cualquiera de ellos no mina la obra que nunca terminará porque la evolución y por su puesto que los retrocesos forman parte del cronograma.

 

Los imponderables los proponen los políticos. La razones, los estadistas. Pensar que Papademos, Sarkozy (en su momento), Cameron, Rajoy y la propia Merkel lo sean, resulta un despropósito.

 

La conclusión la tenemos a la vista. Es tiempo de canallas. Ese es el principal riesgo que los mercados, a largo plazo, lo asimilarán. Ahora, dejemos actuar a los políticos griegos para ver cómo diablos formarán gobierno. El peor escenario no contempla la destrucción de la Unión Europea, a pesar de Krugman.

 

@faustopretelin