En París 1924 una estación de radio ofreció la cobertura de los juegos Olímpicos. En 1936, en Berlín, los resultados de las competencias viajaron vía télex mientras que en Londres 2012 las imágenes correrán a una velocidad de 300 milisegundos. De poco sirve mencionar el récord de audiencia que romperá Londres. Simplemente conviene establecer en 8,500 millones, el número de sistemas tecnológicos que estarán interconectados mientras se desarrollen los juegos. Es decir, más dispositivos que personas en el mundo. De lo anterior se puede derivar que los técnicos trabajarán para las pantallas y los policías cibernéticos lo harán para evitar intermitencias.
A través de juegos Olímpicos y Mundiales de futbol se logra romper el dique clásico de la política: la solemnidad, a veces tropical, a veces real. Lo blando frente a lo duro (Joseph Nye); los “serio” frente a lo “lúdico”. La política como actividad estética es impensable hasta que se atraviesan los eventos globales.
David Cameron subirá todos los temas que deseé a la agenda blanda (de la política británica). Se trata de la “Cumbre de los Juegos” donde el político local envía mensajes al mundo con sonrisas permanentes las 24 horas del día. El poder blando es milagroso. De él se liberan negociaciones que al poder duro le cuesta destrabar.
En la actualidad, David Cameron permanece atrincherado. Con miedo a exponerse. Si bien Reino Unido no tiene el euro como moneda (ni parece que le interese presumir su membresía europea), el nivel de desempleo llega al 8% y su economía se contrae al 0.3%. Al ritmo del son que le toca Angela Merkel (y no Obama), Cameron llegó al gobierno y lo primero que hizo fue recortar gasto; lo mismo en educación que en salud. En pocas palabras, sus planes de austeridad no lograron catalizar el crecimiento económico, por el contrario, se enfrenta a su segunda recesión.
Frente a Cameron han pasado los cadáveres (políticos) de Berlusconi, Sarkozy, Zapatero, griegos, holandeses e irlandeses. Para él, la mejor noticia del año es la celebración de las Olimpiadas en Londres.
Las vacaciones europeas se ha convertido en algo más que un deseo, una necesidad de simular el olvido frente a las primas de riesgos que obstruyen las venas y arterias de los políticos europeos.
La gente está cansada y lo mejor es convertirse en turista, el mejor estado del ser humano del siglo XXI. Un estudio de MasterCard sobre el negocio del futbol señala que los aficionados gastan hasta 35 mil millones de euros por temporada de la Champions durante el seguimiento de sus equipos, lo mismo por televisión o en los estadios. Uno de cada cuatro aficionados se desplaza a otros países para presenciar los partidos en directo. El gasto en alojamiento y viajes asociados a estos encuentros a escala europea representa 8 mil 750 millones de euros, un cuarto total del gasto (La Vanguardia, 27 de mayo). De éstos, 4 mil 500 millones de euros se gastan en alojamiento y otros 4 mil 200 en boletos de avión y desplazamientos.
Lo vimos hace algunas semanas en Múnich, donde la ley de la oferta y la demanda se comportó como siempre: infalible. El costo promedio de un cuarto de hotel ascendió a 339 euros, más del doble que en circunstancias normales (156 euros). En la próxima Eurocopa, la UEFA se ha quejado de los precios que hoteleros polacos y ucranianos preparan a sus clientes.
El mejor negocio es el que combate al estrés, y en Europa, los niveles se encuentran por los cielos. La gente desea meterse a un paréntesis prolongado; un paraíso de corta duración.
A David Cameron también le sucede. Se encuentra estresado. Y es que ver cadáveres políticos recorrer a Europa, no ha de ser placentero. Lo mejor, ser turista.
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