Términos como modernidad, modernización social y cultural, no son unívocos ni reúnen un consenso generalizado. Sus distintas significaciones forman parte del propio debate actual sobre el proyecto moderno.
La noción de modernización social (abarcando lo económico, político, educacional), la usamos para significar una inflexión histórica y teórica de la noción de modernidad recreada desde una visión “funcionalista” y/o sistemática de la sociedad. Sus notas constitutivas expresarían:
• La forma propia de evolucionar las sociedades modernas desde la interacción autonomizada de sus dos subsistemas: económico capitalista y estado burocrático.
• Reflejaría procesos de: formación de capital y recursos; desarrollo de las fuerzas productivas y aumento de la productividad del trabajo; implantación de poderes públicos centralizados con desarrollo de identidades políticas nacionales; difusión de derechos de participación política, de formas urbanas de vida y de la educación formal; secularización de valores y normas. (Salvat, 1999).1
¿Qué sería lo relevante de esta lectura o modo de teorizar la modernización social?
Entre otras cosas, lo siguiente:
a) Que tiende a escindir la modernidad de sus propios orígenes. Convierte a ese proceso modernizador en una suerte de “paquetes transportables” aquí y allá.
b) Intenta convertir a ésta en proceso neutro, evolutivo, más allá de un espacio/tiempo determinado.
c) Desconecta la relación “modernidad -modernización” como una relación en que se expresa el racionalismo occidental en tanto horizonte conceptual de su emergencia. Las raíces no cuentan o pueden desestimarse.
d) Esta modernización social caminaría sobre sus propios pies, separada de sus contracara de modernidad cultural y normativa. ¿A qué obedecería su movimiento propio? Al funcionamiento retroalimentado de sus leyes económicas, del Estado, la educación, la ciencia y técnica.
Esto significa que la propia lógica de esos subsistemas (economía, Estado, ciencia/técnica), no dependerían de los insumos ideal/normativo de la cultura y según algunos, ni siquiera serían influenciables por ella, en tanto sistemas (Salvat,1999).
El proceso modernizador muestra una tendencia en que su carácter de proceso de racionalización está en una “fase histórica de globalización expansiva (en lo económico/financiero, lo tecnológico, los bienes de consumo, la información, lo comunicacional) la cual, en la práctica, termina reordenando de manera dinámica las conexiones entre economía, política y cultura.
En esta dialéctica los procesos autonomizados de la modernización tienden a reconfigurar las instituciones sociales y morales específicas al ideario moderno en el plano normativo (reivindicación del sujeto como ser libre, moral, constructor) recreando este ideario desde mecanismos y conductas que se requieren para que estos subsistemas puedan funcionar en el tiempo.
Los procesos de mundialización económica y de revolución tecnológica parecen devenir necesidad ineluctable, abriendo paso a una universalización de una modernización de signo capitalista, transformada en una suerte de proyecto histórico sin utopía ni sujeto que invade el mundo entero. (Salvat, 1999).
Sin embargo, y a pesar de lo anterior, es posible sostener que la modernidad no es una sola. Este es un debate en curso en el mundo de hoy. Es el centro de las discusiones políticas en los países más desarrollados. Los cambios gigantescos que ha experimentado el mundo en las últimas décadas son mucho más profundos que los que se ven desde la estrecha mentalidad neoliberal.
En muchos aspectos importantes, estos cambios significan la apertura de nuevas posibilidades y mejores condiciones para elevar la vida de los seres humanos. En otros representan un problema y un riesgo para la existencia material y espiritual. Producto de este desajuste y contradicción, se han generado múltiples malestares de alcance global: malestar con la cultura, con la economía, con la política, con la sociedad; sentimientos de incertidumbre y desprotección.
Entre las causas de estos sentimientos y malestares, está precisamente la sensación de que somos parte de procesos cuya orientación y conducción no conocemos. No alcanzamos a percibir. Procesos con una dirección automática. Son fuerzas aparentemente invisibles, sin cuerpos ni rostros, sin nacionalidad ni identidad, las que conducen, a toda velocidad, un tren sin rumbo conocido ni mucho menos consciente y colectivamente elegido por los miembros de la sociedad.
Mientras hay más riquezas, más conocimientos, más técnicas, subsiste una distribución inequitativa de las mismas. Entre los diferentes países y dentro de los mismos tienden a constituirse dos realidades: la de los ganadores y la de los perdedores. Paulatinamente ambas se distancian más. La sociabilidad es de peor calidad. Aparecen amenazas para la seguridad física y psicológica. Hay graves desequilibrios ecológicos. Las cosas tienden a adquirir mayor importancia que las personas. Se presentan fenómenos de nacionalismo xenofóbico, violencia urbana y criminalidad organizada, fruto en parte de la erosión de los lazos comunitarios, la pérdida de identidades y pertenencias.
Pero también, como nunca antes, el desarrollo de los individuos y su creatividad ofrecen oportunidades para su libertad. Para el desarrollo de su autonomía y su conciencia, para el reconocimiento de su maravillosa y vasta diversidad, para la realización personal en una creciente complejidad, para empezar a liberarse de las limitaciones del pasado.
No hay un único camino hacia la modernidad y es tarea de la política optar por alguno de estos distintos senderos.
*Sociólogo chileno. juanenriquevega@gmail.com
1. El proceso de modernizaciones y las transformaciones normativas de la sociedad chilena. Junio, 1999.