Si la revista Vogue fuera un país, medio mundo viviría en él. Si los políticos cumplieran sus promesas de campaña se convertirían en santos. Vogue y los políticos. El matrimonio feliz de los santos seductores. Frente a ellos, millones que desean ser atendidos por ellos.

 

¿Cuál es la relación entre la revista Vogue con los políticos? Ambos seducen. Los dos poseen las llaves mágicas con las que se abre el mundo de la felicidad. Los dos no pueden ser fuentes de entristecimiento. Los dos son optimistas por naturaleza, sin embargo y de manera irremediable, los dos forman parte de la moda que termina por aburrir.

 

A donde no llega alguna de las 18 ediciones internacionales de Vogue se encuentran los antisistema. Uno de ellos es, de manera simulada, Anonymous Obrador.

 

La realidad ha dejado de ser cotidiana. En ocasiones se extravía y pasan días sin saber de ella. De la política al deporte y de la moda a la religión, la simulación se ha encargado de crear su realidad. Una de las hipótesis no literarias (sin ciencia ficción) es el hartazgo que vive y siente la sociedad al abrir sus ojos.

 

El juvenil siglo XXI ha propuesto, desde el empotramiento aéreo en las Torres Gemelas hasta la crisis hipotecaria. Ambos eventos devoraron la primera década y la segunda la estelarizan, por el momento, Bachar Al Asad y el euro (y en México el narcotráfico).

 

Años atrás, Octavio Paz explicó la mirada ausente del mexicano sobre la realidad a través de la máscara que viaja en el laberinto de la soledad. Toc, toc. No hay nadie. Y quién es nadie. El protagonista de la realidad.

 

Lo mismo Ray Bradbury que Phillip K. Dick, entre muchos otros seres con sobrada imaginación, abrieron mundos alternativos al real. Sin embargo, la puntual comprensión sensitivamente masiva la otorga el cine. Nada mejor que el arte cinematográfico para detonar acción a la literatura. Y en el caso de los hermanos Wachowski es necesario recordar a Matrix como la metafísica de las opciones.

 

Emmanuelle Alt, directora de la edición francesa de la revista Vogue confirma que “más de la mitad de las imágenes consumidas en el mundo de la moda están manipuladas” (Le Monde, 5 de junio). La industria de la perfección también proviene del prêt-à-porter. La masificación de la moda en lugar de acudir al taller del modisto ha sido, después del descubrimiento de la aspirina, el gran invento contra el dolor de la realidad.

 

La producción de alternativas de ficción en masa se convierte en el mejor enemigo gentil de la realidad. Es decir, que si la estética se ausenta, el photoshop se convierte en el mejor GPS; que si la naturaleza insiste en su no aportación estética, los quirófanos se convierten en zona de milagros gracias a las manos de los cirujanos. Todo tiene solución.

 

 

Gisele Bündchen habita las atmósferas de los escaparates. Vitrinas de plasma que lo mismo sintonizan la vida de Vogue que las de las pasarelas parisinas de Chanel. Bündchen tiene la misión suprema de convertir a la felicidad en deseo. Moda del deseo.

 

 

Si la revista Vogue fuera un país, medio mundo viviría en él. No hay duda que la Matrix de Vogue se encuentra en la rue Montaigne en París. En un tramo de pocas calles, “hombro a hombro”, Christian Dior, Valentino, Chanel, Bulgari, Henry Winston, Dolce & Gabbana, Prada, Salvatore Ferragamo, Joseph, Calvin Klein y Louis Vuitton, ofrecen a los peatones de la ficción la posibilidad de cruzar la frontera aduanal.

 

 

La política también se ha convertido en una industria, la de lo previsible. Después del fin de las ideologías quedaron desamparados los manuales de campañas. Vacíos. Pero la aspirina política también terminó con el dolor de cabeza. La soledad ideológica también duele.

 

 

La producción en masa de políticos con la marca Tercera Vía se convirtió, lo que Gisele Bündchen lo hizo para la moda, en el patrón de belleza.

 

 

La globalización comercial mimetizó a los políticos. El mensaje es el mismo. La retórica no cambia. Como si de aeropuertos se trataran, los políticos se parecen. El alemán puede leer un discurso convincente para los guatemaltecos; el chino para los argentinos; el mexicano para los sudafricanos. De ahí el éxito del marketing político y sus think-tank. El asesor de imagen español puede hacer hablar al candidato Calderón; el uruguayo a López Obrador; el cubano, supongo, a Chávez, y un largo etcétera.

 

¿Candidatos prêt-à-porter? Correcto. También están los transgénicos u outsiders como lo es Vicente Fox. Parecen pero no son. Hablan como políticos pero no piensan como políticos. Tienen caritas bonitas, maquilladas por los que colocan implantes de pelo (Luis Miguel) y posan en las vitrinas como la maniquí Gisele Bündchen.

 

 

Sin embargo, en la actualidad, nos encontramos con el grupo antisistema. Más allá de rue Montaigne se encuentran los suburbios donde no llega la revista Vogue. Ni la realidad mediática ni la simulación. ¿Otra realidad o regreso al origen?

 

 

Los indignados españoles observaron el quiebre ético de la era del vacío. Felipe González bajando y subiendo escaleras de aviones; José María Aznar organizando la boda de su hija en edificios públicos; Zapatero subestimando la crisis hipotecaria y Rajoy enfadándose con Rajoy. Del otro lado del telón, 5.5 millones de desempleados, hipotecas encargadas de esclavizar a jóvenes por 50 años, miles de mileuristas, entre otros rasgos.

 

 

En Grecia, en el partido ultra izquierda, Syriza, convergen los antisistema despreciados por los ya anquilosados partidos del centro que contribuyeron a la debacle del país. En Alemania, el partido Pirata le agrega un componente cibernético a la política. Pero, ojo, en la Europa nórdica despierta el espíritu nazi. Es más, en los suburbios franceses Marine Le Pen se encarga de agitar el odio sobre del otro.

 

 

En México. López Obrador alimenta a su oferta electoral con las externalidades que arrojaron los estudiantes de la Ibero durante la visita del candidato Peña Nieto. Se percató que los antisistema abrevan de su clásico “al diablo con las instituciones”. A partir de ese momento, el candidato dejó el amor (en tiempos de cólera) y se colocó la careta de Anonymous. ¿Realidad o ficción? Otra vez.

 

 

Es La V de Vendetta la que miles de cristianos católicos se pusieron en la cara para volar el Parlamento británico en 1602, en venganza de las persecuciones religiosas del rey Jacobo.

 

Obrador representa el voto antisistema. Por esa razón, el evento de la Ibero lo revivió.

 

Así es la vida. A veces Vogue se convierte en algo más que una revista; a veces los políticos también juegan a desconocer la realidad. El diablo viste de Prada y vota por Obrador.

 

@faustopretelin ● fausto.pretelin@24-horas.mx