WASHINGTON. A sus 40 años, el caso Watergate se ha sacudido los misterios que lo marcaron durante décadas, pero mantiene intacto un halo de mito que muchos se preocupan de cultivar, convencidos de que EU podría vivir un escándalo similar.

 

Cuatro décadas después del 17 de junio de 1972, cuando una supuesta banda de ladrones entró en las oficinas del Partido Demócrata en el edificio Watergate de Washington, son pocas las incógnitas en torno al peor escándalo político de la historia de EU, el único lo suficientemente grande para forzar la dimisión de un presidente.

 

Tanto la implicación de la Casa Blanca de Richard Nixon como la identidad de “Garganta Profunda”, la fuente que confirmó a los periodistas Bob Woodward y Carl Bernstein la información sobre la trama de espionaje, han pasado a formar parte de los libros de historia.

 

Pero la sombra del escándalo sobre la figura de Nixon sigue agrandándose casi dos décadas después de la muerte del ex mandatario, y los reporteros que la proyectaron aseguran que su cóctel de odio y miedo era “mucho peor” que lo que pudieron intuir en los 26 meses de investigación del caso.

 

“El Watergate del que escribimos en el Washington Post entre 1972 y 1974 no es el mismo que conocemos hoy. Sólo era un atisbo de algo mucho peor. Cuando le forzaron a dimitir, Nixon había convertido su Casa Blanca, en gran medida, en una empresa criminal”, escribieron esta semana Woodward y Bernstein en el diario capitalino.

 

El Watergate, argumentaron, era en realidad el resultado de “las cinco guerras de Nixon”: contra el movimiento pacifista, los medios de comunicación, los demócratas, la justicia y la historia, lo que provoca que “incluso hoy, muchos de sus simpatizantes traten de minimizar la importancia del Watergate”.

 

Sin embargo, la red de espionaje y sobornos que buscaba asegurar la reelección del mandatario republicano sigue presente en toda su dimensión en el imaginario de Estados Unidos, que se empeña en añadir a cada uno de sus escándalos el sufijo “-gate”, por pequeños que sean.

 

Muchos de quienes vivieron el escándalo no han bajado la guardia y advierten que en el país persisten los ingredientes para un nuevo Watergate, por ejemplo en las nuevas leyes de financiación de campañas electorales, que eliminan los límites para las contribuciones y aumentan el riesgo del uso ilegal de fondos.

 

Probablemente, el único gran secreto del Watergate es hoy el del motivo por el que Mark Felt, el “número dos” del FBI que en 2005 se reveló como “Garganta Profunda”, decidió destapar el escándalo, al pedir a Woodward que “siguiera la pista del dinero” tras el incidente en el edificio de oficinas y confirmar después sus indagaciones.

 

Un libro publicado el pasado marzo y titulado “Leak” presume de responder la pregunta, al asegurar que Felt buscaba desacreditar al entonces director en funciones del FBI, mediante una fuga de información clasificada que podía provocar el despido de su superior y su ascenso inmediato.

 

Fuera esa o no, la verdadera razón se fue a la tumba con Felt en 2008, quizá para no borrar del todo el aura de misterio de un suceso que, en palabras de Woodward, “nunca dejará de regalar información”.