Ayer los mercados dieron su veredicto respecto de España apenas unas horas después de conocerse que Grecia no saldrá de la zona euro, no por lo menos en lo inmediato: La prima de riesgo española se acercó a los 590 puntos, el bono a 10 años superó el nivel sicológico del 7% y la bolsa madrileña cayó 2.96%. Fueron los niveles de riesgo a los que los europeos estuvieron dispuestos a rescatar a Grecia y Portugal.

 

El oxígeno provisto por los resultados electorales griegos que desvaneció la amenaza de su salida de la zona euro solo duró unas cuantas horas. Los mercados dejaron saber que “el demonio de España, es España; no es Grecia”, como bien apuntó ayer una nota publicada en la edición digital de El País.

 

Los temores sobre España están rebasando a su sistema financiero. Ahora la pregunta que se hacen los inversionistas es si los prometidos 100 mil millones de euros para el rescate de la banca española también implicarán un posterior rescate integral de la economía española impedida de salir de su abultado déficit.

 

Como decíamos ayer el problema de fondo –y en la que se centra la discusión europea y del G-20- está en la incapacidad de España –y de otras economías europeas- para crecer y hacer frente a sus compromisos financieros. ¿Qué hacer para crecer en un entorno europeo como el actual?

 

1. No se puede pensar en un crecimiento estable con un nivel de deuda pública elevado que tiene que ser financiado a tasas incosteables. Una ruta así, casi siempre conduce a que la deuda se convierta en insostenible y a que los inversionistas dejen de refinanciarla. Grecia, Irlanda y Portugal son casos recientes que demuestran lo anterior. El refinanciamiento de la deuda española a tasas razonables con créditos comunitarios desde el Mecanismo de Estabilidad Europeo, parece ya una necesidad impostergable.

 

2. Los objetivos de reducción del déficit planteados para España en 2010 han sido rebasados por la realidad reciente. Cuando fueron planteados se esperaba que España viera un ligero crecimiento en 2012 y 2013; sin embargo las nuevas expectativas son de tasas negativas para la economía española en los dos años por venir, por lo que estos objetivos de déficit deben ser ajustados o de lo contrario provocarán fuertes efectos sobre el crecimiento español, agravando su situación.

 

3. La política monetaria del Banco Central Europeo no ha sido lo expansiva que requiere la situación para aumentar la demanda interna y depreciar al euro, impulsando las exportaciones y alentando el crecimiento. El BCE se ha resistido a llevar sus tasas a cero a pesar de las bajas expectativas de inflación, manteniendo apreciado al euro y restando competitividad a las exportaciones europeas.

 

4. Es deseable que el déficit fiscal se corrija a través de menores gastos corrientes y no a través de incrementos en los impuestos a la renta que contraen la inversión y el crecimiento. También es deseable que la inversión pública, por un periodo de tiempo, no cuenten para fines de los objetivos de déficit impuestos por la Unión Europea.

 

Queda claro que algunos estados europeos se endeudaron desenfrenadamente y ahora pagan las consecuencias. Ahora se requiere un manejo fino que combine políticas fiscales graduales de contracción, medidas de aliento al crecimiento y un nuevo arreglo económico comunitario. En ello, España es el mayor reto (o demonio) de la Unión.

 

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