La política sólo es popular a través del futbol. Para muchos, la identidad nace, se desarrolla y muera a través de una camiseta. Para otros realistas la democracia pura sólo existe en la mente de los fanáticos al coparticipar con sus ídolos en las tácticas infalibles que siempre terminan en goles.
Mañana jugarán Alemania y Grecia en la Eurocopa, pero para muchos es algo más que un partido de futbol, se trata de una importante y a la vez fantasiosa síntesis sobre las relaciones monetarias que han sostenido ambos países durante los últimos dos años. Ficción o realidad pero la sensación existe.
Honduras y El Salvador, en la eliminatoria del Mundial México 1970, utilizaron armamento futbolero para ajustar asimetrías diplomáticas; en el Mundial de 1986, también en México, Argentina utilizó a Maradona como embajador del desfogue malvinense. Una placa colgada en el Azteca detuvo el tiempo en el que el embajador Maradona se desplazó por toda la cancha dejando a ingleses recostados para culminar en el gol del Mundial.
Miles de griegos verán el partido de mañana como la posibilidad de venganza en contra de Angela Merkel, la “creadora del yugo” con el que Grecia perdió soberanía a través del memorándum dictado por la troika (Banco Central Europeo, Comisión Europea y Fondo Monetario Internacional).
Joachim Löw, entrenador germano, trató de “enfriar” al componente político del partido al decir que “Angela Merkel y yo tenemos una buena relación y un acuerdo por el cual ella no me aconseja en la alineación de jugadores y yo no le aconsejo en decisiones políticas”. Para evitar la broma conviene sortear la lectura literal. Sabemos que la omnipresencia de Merkel puede llegar a ser abrumadora y sobre todo, muchos conocemos la afición de Merkel por el futbol. Lo que pocos se imaginan es que Merkel se meta al vestidor de la selección para asesorar a Löw en materia de planteamiento táctico del equipo.
Thomas Müller, exitoso mediocampista trató de hacerle segunda a su entrenador. “La política no es un tema para nosotros; eso no quiere decir que esté prohibido hablar”.
Löw y Müller saben muy bien que la racionalidad en el futbol no es bien recibida. La catarsis griega llega a través de momentos de euforia; erupción de la concupiscencia convertida en lava que arrastra a la razón.
Imaginémonos el México de 1994, la época en que se firmó el Tratado de Libre Comercio con Estados y Canadá. Los eufóricos etnocénticos culpabilizaron a Estados Unidos de robarnos la pureza de la soberanía mexicana. Algo similar ocurre en Grecia. Para millones de griegos, los culpables de su situación económica son los “extranjeros” cuyo icono es Angela Merkel. Millones de griegos olvidan que los detonadores de la crisis tienen nacionalidad griega y son los políticos que derrocharon dinero sin parar.
Pero el futbol no sabe de razones pero sí de revanchas.
Angela Merkel llamó a sus aliados a boicotear la Eurocopa. No pudo. El último referente de la violación a los derechos humanos en Ucrania es el encarcelamiento y mal trato que el régimen del presidente Viktor Yanukoviche le ha dado a la popular política surgida de la Revolución Naranja Yulia Timoshenko. Mekel, enojada por no haber logrado el boicot, decidió no asistir a estadios ucranianos. Mañana Alemania jugará en Polonia y se espera que asista al estadio. No se sabe si el flamante primer ministro griego Andonis Samarás asistirá al partido. De hacerlo, un abrazo entre Merkel y él podría servir para firmar el pacto de paz de una guerra inexistente, la del futbol.
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