En la tribuna dos astros lusitanos cuyas glorias estuvieron separadas por cuatro décadas: Eusebio y Luis Figo.
El primero puede considerarse el primer gran futbolista africano de la historia; nació en Mozambique y por absurdos de colonias terminó no sólo jugando para la selección portuguesa, sino llevándola hasta la ronda semifinal en su primer participación mundialista (1966). Con el Benfica, Eusebio ganó todo; con Portugal, se atoró en la antesala.
El segundo, Figo, encabezó la denominada generación dorada del futbol portugués; camada que obtuvo dos Mundiales sub-20 consecutivos, pero que después no logró trasladar ese éxito a escala mayor. Semifinal y final en Eurocopa, semifinal en Mundial.
Y en la cancha es el mismo Portugal encantador: toca pero tiene víscera para apretar; brilla mas sabe de sacrificio; oportuno para tratar delicadamente al balón o endurecer más de lo necesario al barrer.
Una Portugal espléndida esta de Cristiano Ronaldo, y Meireles, y Pepe, y Moutinho, y Nani… Tanto que Eusebio y Figo sonríen en la grada, quizá piensan que sus asignaturas pendientes serán saldadas por estos jóvenes, que por fin a la vitrina de la federación lusitana de futbol llegará un trofeo en categoría mayor… Pero el festejo se pospone. Cristiano parece empecinado en pegarle al poste (y lo consigue con una recurrencia que espanta), y Nani no logra terminarlas, y el delantero Postiga sale lesionado, y los viejos fantasmas de esta selección deambulan, y República Checa está replegada atrás pero aún sin contraatacar da sensaciones peligrosas, y los minutos avanzan, y Cristiano coloca el ceño ansioso de cuando las cosas no salen, y la dupla Eusebio-Figo ya no ríe tanto, y se teme lo más terrible, porque históricamente este futbol suele esperar lo peor, suele dejar inconclusas las hazañas, suele insinuar pero no cumplir.
Entonces desborda Moutinho y Cristiano Ronaldo anticipa fulminantemente a su marcador para clavar cabezazo en la portería checa. El resto ya es tranquilo para Portugal, que incluso consiente de más y no concreta el segundo.
Termina el partido. Eusebio y Figo radiantes. Cristiano, tan vanidoso como nadie duda que es, sale de su partido ideal: hacer el solitario golazo que desbloquea lo que lucía atascado, reivindicar tan elocuentemente su rol primordial.
Los lusos están en semifinales. Una pregunta indispensable y reeditada múltiples veces desde 1966, cuando un muchacho nacido en Mozambique gritó con goles que en África se jugaba futbol, es planteada por enésima ocasión: ¿Ahora sí, Portugal?
Si una respuesta afirmativa por fin llegará en esta Eurocopa, será desde los botines de otro crack nacido geográficamente en África, en las islas Madeira, sitio que por más rebotes históricos es considerado Europa aún siendo vecino a Marruecos.
@albertolati