Todos saben -o casi todos-, que si hoy fuera la elección presidencial, sin duda que el ganador sería Enrique Peña Nieto.
Sin embargo, a nueve días de la jornada de votación, aún todo puede pasar y, en rigor, nadie puede darse por muerto y -en el extremo contrario-, nadie debe cantar victoria y, menos el puntero, Enrique Peña Nieto.
¿Por qué nadie se debe descartar y nadie puede gritar que ganó?
Porque si bien es cierto que las encuestas serias han sido consistentes con las tendencias que favorecen a Enrique Peña Nieto, pocos han reparado en el papel fundamental que tendrán los gobernadores -de todos los partidos-, en la elección del 1 de julio próximo.
¿Con quién se la van a jugar los gobernadores del PRI? ¿Es cierto que todos estarán con Enrique Peña? ¿Es cierto que todos los gobernadores azules serán leales a Felipe Calderón y a la candidata del PAN, Josefina Vázquez Mota?
Lo cierto es que los últimos días de campaña y las últimas horas previas a la jornada de votación, los gobernadores son actores centrales en una febril negociación sobre el candidato y el partido que más garantías les ofrecen.
Es decir, que en los días previos a la elección, los candidatos no sólo van a la caza de los electores indecisos, sino que -a través de sus estrategas-, negocian con grupos de poder, gobiernos y fuerzas de influencia real.
Y el mejor ejemplo de esos acuerdos y negociaciones se dio en las semanas y días previos a la elección presidencial de julio de 2006, cuando los estrategas de Felipe Calderón “amarraron” el apoyo de gobernadores del PRI, sindicatos y grupos empresariales que se dijeron aludidos y parecían asustados por las amenazas que -en el convulso 2006-, lanzó en las últimas semanas de la contienda, el candidato de las izquierdas, el señor López Obrador.
GRITO DESESPERADO
Y sabedor de esa realidad -luego de los garrafales errores que hace seis años le hicieron perder la presidencial-, el candidato de las llamadas izquierdas recorre el país -en sus cierres de campaña-, llamando a los gobiernos estatales de PRI y PAN, a que traicionen a sus respectivos partidos -y a su candidato presidencial-, para que se sumen a su causa.
Y en lo que parece un mal chiste, les dice que si gana Peña Nieto, regresará el presidencialismo autoritario y se acabará “la libertad” que hoy tienen los gobernadores. En otras palabras, en un gesto que parece desesperado, el candidato López Obrador ofrece impunidad a los gobernadores para que se sumen a su causa. Y si tienen dudas, vean lo que dijo en su reciente cierre de campaña en Nuevo León.
Pero además, López Obrador les promete que -si se la juegan con él-, su gobierno “será respetuoso” de su autonomía. Eso sí, les advierte que los perseguirá si cumplen con la cuota de votos que -según él-, les impuso el PRI para llevar a la victoria a Peña Nieto. En resumen, el desesperado candidato de las izquierdas llama a la traición, a cambio de protección.
Y pudiera tener razón el señor López Obrador cuando señala que existe una cuota de votos que deben entregar los gobernadores del PRI para garantizar la victoria de su abanderado. Lo curioso del asunto es que el candidato de las izquierdas olvida que el PRD, las izquierdas, y el mismísimo Obrador, hacen política y van a las elecciones a partir de acuerdos y negociaciones con grupos de poder, bajo la premisa de garantizar cuotas de votos.
CUOTAS Y COTOS
Pero el asunto es aún más ridículo, si se recuerda que en las elecciones presidenciales de julio de 2006, el PAN de Felipe Calderón convenció a media docena de gobernadores del PRI para que se sumaran a su causa, una vez que el candidato del tricolor, Roberto Madrazo, cometió la tontería de pelear con esos gobernadores.
Vale recodar que el PRI de ese 2006 estaba destruido, sin posibilidad alguna de triunfo en la contienda presidencial y que el PAN era la única alternativa de un gobierno sin sobresaltos. ¿La razón?, que el candidato de las izquierdas se negó a pactar con los gobernadores del tricolor, antes de la elección presidencial. Por eso se sumaron al PAN.
Hoy, sin embargo, el escenario es totalmente distinto. No existe ningún gobierno estatal del PRI -y menos del PAN y del PRD-, capaz de oponerse a la eventualidad de que Enrique Peña Nieto se convierta en presidente. ¿Por qué? Porque el eventual gobierno de Peña Nieto ya pactó con buena parte de ellos; porque algunos serán llevados al gabinete, y porque -a querer o no-, los grupos políticos del PRI -y también los del PAN-, se sienten más seguros y protegidos con un priista en Los Pinos, que con un eventual presidente como AMLO, que es un político de contentillo.
Y también en este caso tiene razón López Obrador, cuando dice que al llegar un presidente del PRI se limitarán de manera notable la impunidad y el feudalismo que prevalece entre los mandatarios estatales -sean del tricolor, sean del PAN o del PRD-, pero lo que no dice es que si el que llega a Los Pinos es López Obrador, entonces ese poder centralizado podría ser peor que con uno del PRI.
Y si tienen dudas, basta recordar la forma autoritaria, vertical y virreinal con la que López Obrador ejerció el poder en el GDF y en la presidencia del PRD.
Lo cierto es que AMLO también perdió a los gobernadores. ¿Cara o Cruz?
¿SE ACUERDAN?
Hace seis años, la batalla por el voto útil se encontraba en un punto álgido. Por un lado, Vicente Fox llamó a votar sólo por los punteros -Felipe Calderón y Andrés Manuel López Obrador-, ya que -según el ex presidente- un voto en otro sentido se convertiría en un sufragio por “más de lo mismo”.
Al mismo tiempo, la alianza por el bien de todos -PRD, PT y Convergencia- invitó a sus seguidores a incrementar la distancia entre su candidato –Obrador- y Felipe Calderón, y es que para ellos, si la distancia no era holgada, el PAN trataría de impugnar las elecciones.
Viene a cuenta recordar que a pesar de que López Obrador presumía una ventaja de hasta 10 puntos con respecto a la intención de voto de Felipe Calderón, el resultado electoral lo dejó 0.56% por abajo del panista, y fueron él y su claque quienes trataron de tumbar la “voluntad del pueblo”.
Y a propósito de triunfos adelantados, hace exactamente seis años, Andrés Manuel se encontraba tan confiado de su triunfo en la elección que ya se daba el lujo de regañar a la iniciativa privada. En una reunión con empresarios de Coahuila, Obrador exhortó a los empresarios a respetar el resultado electoral y a cooperar con el presidente.
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