“Todos estos acontecimientos me parecen una aventura confusa y nebulosa que no puedo entender; me ocurre como sucede con esas lejanas montañas que se confunden con las nubes”, dice Demetrio en el Sueño de una noche de verano, de William Shakespeare, a lo cual Hermia, responde:

“A mí me parece como si los ojos vieran las cosas dobles”.

 

Confundir los cerros con la niebla; la montaña con el nubarrón o a un “bato” con cara de ¿what?, con el hijo del narcotraficante más poderoso del mundo, son cosas dignas de una comedia.

 

Hoy, cuando el verano lleva apenas unos cuántos días, estas confusiones son marco para un fiasco binacional del tamaño del “michoacanazo” o algun otro de cuya memoria no es necesario valerse, pues el raspado prestigio ya fue otra vez limado y lijado con el esmeril de sus inconsistencias.

 

En la vida real, no en el teatro donde los personajes terminan con cabeza de burro, como sucede en la obra citada con Bottom gracias a una broma de Puck, debería haber pocas ocasiones para el ridículo. Especialmente en esta materia, nervio, naturaleza y propósito al parecer único de este menguante gobierno.

 

Triste asunto para esta administración y sus actores principales retirarse de la escena a tropezones en el último acto, tras fracasar en el empeño de presentar el montaje de El chavo del Chapo y salir con el chisguete de una investigación a la medida de Don Ramón en el Chavo del ocho, con Marisela Morales en el papel de Doña Florinda y quien usted quiera y mande en el de Bottom.

 

Al concluir la reunión del G-20 en Los Cabos, el presidente Felipe Calderón dispuso entrevistas con las principales televisoras (como es su costumbre) y en una de ellas fue muy claro y hasta sentimental (JLD).

 

Se lamentó a futuro de cómo el empeño en su labor contra los delincuentes lo ha puesto en el riesgo de pasar el resto de su vida tras la muralla de los cuerpos de seguridad, alejado de los espacios habituales donde los demás ciudadanos desarrollan actividades normales, simples; limitante cuya necesidad abarcará por igual y con relativa incomodidad, también las vidas de sus hijos.

 

Pero luego con enjundia y firmeza, dijo “contundentemente” cuánto valió y sigue valiendo la pena, haber hecho esto, haber asumido, “los riesgos que México necesitaba asumir desde la presidencia” para limpiarnos de la podredumbre policiaca y de la insolencia criminal de los narcotraficantes y delincuentes inmunes en sus camionetas por el territorio nacional exhibiendo el poderío de su armamento, extorsionando, secuestrando, sembrando el mal y sus dolores.

 

–Sí, ha valido la pena.

 

Pero a la luz de estas pifias, este humilde ciudadano les pregunta a quienes degradan y ponen en ridículo a las instituciones, si además de la pena, también ha valido la vergüenza.

 

No vergüenza por combatir el delito, la ilegalidad y la violencia, sino por calentar el granizo e incurrir (en tiempos electorales, para acabarla) en mamarrachadas de este tamaño, las cuales tienen, obviamente, una explicación sencilla si de veras queremos distinguir entre los cerros y las nubes: la perversa actitud de usar la guerra contra el narco como elemento de legitimidad política o peor, hacer de ella herramienta de propaganda partidaria; evidencia de superioridad ética y pieza de interesada comparación con el pasado y con el futuro.

 

Durante meses todo mundo supo y dijo y hasta escribió cómo para los días finales de las campañas se preparaban “noticias bomba” (diría Evelyn Waugh en su novela Scoop) y todas estaban encaminadas a la captura de El Chapo.

Pero hasta la candidata del partido en el poder, Josefina Vázquez, estaba segura del fracaso de este gobierno en esa aprehensión, cuando incluyó la promesa de prenderlo ella desde el poder Ejecutivo, siempre y cuando juntara 18, 20 o quien sabe cuántos millones de votos.

 

Pero a una semana de la veda publicitaria y de proselitismo, el gobierno sale con su enorme triunfo y en menos de 48 horas las cosas se le vienen abajo, en medio de la hilaridad del respetable, como se decía en los teatros y las carpas.

 

Y mientras tanto una nota inquietante aparece en los diarios:

“El General de División Tomás Ángeles Dauahare y el Brigadier Roberto Dawe González, investigados por la PGR por supuestos vínculos con el crimen organizado, recibieron anoche (viernes) una ampliación de 40 días del arraigo domiciliario al que los tiene sometidos la SIEDO.

 

“El juez Luis Núñez Sandoval resolvió establecer que los Generales deberán permanecer arraigados del 25 de junio, fecha en la que fenecen los primeros 40 días de retención, al 3 de agosto, lapso en el que la SIEDO deberá integrar la averiguación en su contra”.

 

Todo eso sin contar con un detalle también relacionado con las Fuerzas Armadas: la Marina mexicana actuó como brazo del gobierno de Estados Unidos.

 

Por eso, en el reconocimiento de la pifia, intervino también el vocero de la DEA en México: “El individuo detenido en un operativo de la Secretaría de Marina en Zapopan no es hijo de Joaquín El Chapo Guzmán, sino el jefe de la célula del descendiente del capo en Jalisco, dijo a Reforma una fuente de la Administración para el Control de Drogas de Estados Unidos (DEA, por sus siglas en inglés)”.

 

Ya otros podrán elucidar dónde están los límites entre cooperación y sumisión. Otros podrán explicar si la Marina mexicana tiene como función hacerle el trabajo a la DEA o al Departamento de Estado o a la U.S. Navy o a quien usted mande y quiera, en tiempos cuando la información del tráfico de armas proyectado y financiado por el propio gobierno americano en México (además de los operativos para el lavado del dinero) queda sellada hasta para los ciudadanos de aquel país, gracias al privilegio Ejecutivo del señor Barack Obama.

 

Obviamente la operación Fast and Furious, una de las muchas marranadas binacionales a las cuales México se presta con docilidad, se conoce perfectamente en los cuerpos nacionales de seguridad. Y como allá, sus detalles y preparativos comunes, quedarán en la definitiva oscuridad. Ni Obama ni Calderón van a informarles a sus ciudadanos.

 

Pero una vez concluida esa digresión hay algunas preguntas simples. ¿Hasta cuándo vamos a seguir expuestos a la exposición de los delincuentes exhibidos como trofeos de caza? ¿Cuándo será posible investigar para probar, antes de exhibir sin haber investigado? Ese hábito de “jusilar” y luego “viriguar” queda doblemente claro en el caso del general Ángeles: la inconstitucional ampliación del ya de por si abusivo arraigo, por otros 40 días sólo prueba una cosa: en tan prolongada cuaresma del cautiverio, no han logrado elementos probatorios sólidos en contra del divisionario.

 

–Con otros 40 días sí lo atoramos, jefe.

Algunos expertos han señalado (lo hicieron cuando La Barbie o el Apache o el J.J) lo contraproducente de estas pasarelas y la escasa utilidad de mostrar en la televisión los fajos de billetes y los encapuchados custodiando criminales esposados.

 

Quizá no tenga ningúna utilidad en cuanto a la inhibición del delito, pero cómo vale en materia de propaganda política, excepto cuando el asunto se revierte y la batea se colma con las babas de la disculpa: ¿sabe usted, jefe? pues ese güey no era.

 

Obviamente, la derivación anhelada en el caso del falso “chapito”, ya se estaba poniendo en práctica. Ya se murmuraba por las redes la existencia de una imaginaria computadora en cuyos archivos (como sucedió con el bombardeo de las FARC en Ecuador) se probaban los vínculos del crimen organizado con Enrique Peña.

 

Esa era, a la postre, la única finalidad. Y también se ha desvanecido, precisamente cuándo Josefina Vázquez colma planas en los diarios de esta ciudad, con una encuesta pía en la cual se prueba la extendida percepción ciudadana en torno de la cercanía del candidato del PRI con políticos corruptos.

 

Cuando publique mi siguiente colaboración todos estaremos camino (de ida o de vuelta) a las urnas. Yo le pido un favor, vote. Por quien le parezca, pero vote.