El dilema para quien, de acuerdo con casi todas las encuestas, gobernaría este país a partir de diciembre de 2012, será qué va a hacer con el mismo régimen político que sobrevive desde la caída priista del año 2000: ¿restaurarlo o refundarlo? Porque si, como todo indica, Enrique Peña Nieto gana este domingo las elecciones, y el conflicto electoral que se avecina no se lo impide, la duda sigue siendo si con el PRI y su candidato viviremos un retorno al pasado o si tendrán la capacidad de reinventarse y terminar de cambiar el sistema político que ellos mismos crearon en 70 años de la, nombrada por Vargas Llosa, “dictadura perfecta”.
Porque aunque en campaña ofreció no tener ambiciones de restauración y habló específicamente de no volver a un ejercicio autoritario de la Presidencia, en la actuación política de Enrique Peña Nieto no hay hasta ahora muchos elementos para encontrar una conducta democrática o un estilo de gobernar distinto al que conocimos los mexicanos durante las siete décadas del viejo régimen priista. Hay sólo pinceladas de un político que dice entender que cambiaron los tiempos y que hay un “avance democrático” y una sociedad más demandante que impediría un retroceso en áreas clave de la vida pública como la democracia, la transparencia, el acceso a la información y el respeto a libertades y derechos básicos.
Eso en el discurso, pero en la práctica falta ver si esa actitud y esa conducta prevalecen y si las alas duras del priismo, que siguen ansiado una restauración, no terminan pesando más en un gobierno peñista que los personajes más moderados y reformistas de su equipo que también los tiene y juegan un papel importante en el asesoramiento del candidato. De esa definición dependerá en un futuro saber si lo que ocurra este domingo sería un avance o un retroceso en términos políticos y sociales.
La pregunta vale porque al momento de votar, muchos mexicanos, sobre todo los que llegaran aún indecisos a las urnas -que según las encuestas aún pueden definir esta elección- buscarán la opción que les garantice, según sus circunstancias, seguridad, tranquilidad y estabilidad. Y en los discursos y proyectos presentados por los candidatos está de un lado la oferta del priista Peña que dice buscar un “cambio con tranquilidad” y ofrece que la vuelta al PRI, con toda la carga histórica que significa, sería para garantizar estabilidad económica, empleo mejor pagado y demás promesas de campaña.
Del otro lado está la oferta de Andrés Manuel López Obrador que plantea una “reconciliación nacional” y un “cambio verdadero” que rompa con los grupos de poder que, afirma, respaldan e imponen la candidatura de Peña Nieto y con sus intereses de seguir usufructuando la riqueza del país. López Obrador también ofrece un nuevo modelo económico basado en el fortalecimiento interno, los ahorros presupuestarios y el combate a la corrupción, además de hablar de una “pacificación” del país a partir de cambios en la estrategia de combate al crimen.
Josefina Vázquez Mota, por su lado, termina su campaña ofreciendo un plan de continuidad de los gobiernos panistas con el reforzamiento de programas sociales y educativos, la continuación de la lucha contra el narcotráfico “con algunos ajustes” pero con la misma decisión que hizo de esa estrategia el principal objetivo del gobierno federal en los últimos seis años. Josefina plantea además la posibilidad de que por primera vez los mexicanos conozcan un estilo de gobierno femenino que, afirma, sería una experiencia “diferente” para el país.
Hoy, último día de campañas, Las encuestas en su mayoría apuntan y -en algunos casos apuestan- en un sentido: una elección que se definirá con cierta ventaja. Los discursos de un candidato aseguran que las encuestadoras se equivocan y que, según sus datos, él ganará y de no ser así, habría fraude. Otra candidata apuesta por un “milagro” que evite una debacle para el partido gobernante; pero al final la decisión está en las manos de quienes este domingo salgan a votar y en que se cumplan las premisas básicas de la democracia: legalidad, certeza y transparencia.
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