De las elecciones estatales que se definen este domingo, junto con la presidencial, la de Jalisco es sin duda de las más llamativas. No sólo por lo estratégico que resulta ese estado, una de las cinco entidades que definen el sentido de la votación nacional por su abultado padrón de electores, sino porque el caso jalisciense confirma que, para bien o para mal, eso aun no se sabe, el viejo PRI, con su rostro rejuvenecido y maquillado, está de regreso.

 

Si en el 95, del sexenio zedillista, Jalisco sorprendió al país al volverse el primer estado de los grandes en optar por la alternancia política y sacar al PRI de su gubernatura, ahora 18 años después, y luego de tres gobernadores panistas y de haber sido de los principales bastiones locales que llevo al PAN a Los Pinos, los jaliscienses vuelven a optar por la alternancia, pero esta vez de regreso al priismo.

 

Muchas son las causas detrás de ese fenómeno. Por un lado el inevitable voto de castigo para un desgastado gobierno panista que, en la figura del polémico gobernador Emilio González Márquez, pagara los costos de sus arranques y excesos locales –de la “mentada de madre” a sus críticos al multimillonario gasto en los Juegos Panamericanos–  y por otra parte el efecto nacional del desgaste del PAN a nivel federal, que en Jalisco se reflejó con un incremento notable de la violencia por la guerra contra el narcotráfico, que si bien no llego a los niveles de otros estados, tampoco estuvo exento de masacres, balaceras, penetración del crimen y otros signos de descomposición social.

 

La mala campaña de Josefina Vázquez Mota y la fuerza que logro el “efecto Peña Nieto” el estado es otro factor que explica como terminaron las encuestas en el cierre de  campañas ocurrido ayer en el estado. La ventaja del priista Aristóteles Sandoval se explica en buena medida por la estrategia del alcalde de Guadalajara para tratar de emular a Enrique Peña Nieto en su imagen y montarse prácticamente en la campaña del candidato presidencial, aun cuando su desempeño como presidente de la capital jalisciense no fuera el mejor.

 

Pero, más que su burda imitación de Peña, a Aristóteles lo ayudó una operación política al mas puro estilo priista. Cuando en el PRI vieron venir el fenómeno en el que se convirtió el candidato del PT y del Movimiento Ciudadano, Enrique Alfaro, que registró un crecimiento impresionante en las encuestas, comenzaron a maniobrar para restarle fuerza al alcalde de Tlajomulco e impedir que la alternancia que buscaban los jalisicienses se fuera hacia la izquierda.

 

Con operadores nacionales enviados por Peña Nieto y el CEN priista, a cargo entonces de Humberto Moreira, el PRI buscó a Raúl Padilla para quebrar la  coalición del Movimiento Progresista en Jalisco. En negociaciones secretas que incluyeron compromisos económicos y políticos con el ex rector y jefe del Grupo Universidad, los operadores priistas aprovecharon la animadversión de Padilla por Alfaro y lograron dividir a la de por si débil izquierda jalisiciense, que tenía por primera vez en su historia un candidato con posibilidades de ganar.

 

Así prepararon el camino para su otro regreso. No fue gratuito que Peña Nieto eligiera Jalisco como el lugar donde arranco campaña y uno de los puntales de su estrategia nacional de votación. Tampoco fue gratuito que Andrés Manuel Lopez Obrador estuviera el lunes el cierre de campaña de Enrique Alfaro porque sabe de la fuerza que logro el candidato de su Movimiento que, aunque tal vez no le alcance para ganar, si le dará un buen numero de votos a la izquierda que podría tener en el estado una base importante para una protesta postelectoral en la elección presidencial y eventualmente también en una impugnación local.

 

Veremos pues si se confirma el anunciado regreso del PRI en las encuestas en Jalisco e igual que a nivel nacional, ya se vera que tan terso o complicado resulta ese retorno.

 

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