La selección española alcanzó su tercera final en cuatro años y se situó a un paso de su mayor hito en la historia, al poder convertirse en la primera selección en conquistar la triple corona, tras una semifinal durísima ante Portugal, en la que sufrió y acabó sacando el orgullo del campeón.

 

Portugal fue valiente. Heridas del pasado aumentaron las ganas sobre el rival. 48 horas más de descanso les dieron un punto mayor de intensidad para llegar siempre primero a los balones divididos, para mostrar su agresividad siempre al límite.

 

Paulo Bento se confirmó como un técnico con personalidad. No entregó el balón a España para encerrarse en su terreno y buscar el contragolpe letal que posee con Cristiano Ronaldo y Nani, dos de los extremos más rápidos del mundo. Decidió presionar la salida de balón.

 

Un punto físico por encima les permitió a Joao Moutinho, Raúl Meireles y Miguel Veloso incomodar la salida de balón. Siempre encima de Xavi Hernández y Xabi Alonso. La orden en ataque era buscar a Álvaro Arbeloa. Fabio Coentrao y Cristiano Ronaldo le examinaban continuamente.

 

El sistema de ayudas diseñado por Vicente Del Bosque era vital. Gerard Piqué siempre pendiente. Sergio Busquets clave en las coberturas. El equipo sustentado por la pareja de centrales. Con Sergio Ramos al mando. Dando una exhibición de poderío y liderazgo.

 

La presión del rival hizo que España firmase el partido de la Eurocopa con menos posesión a su favor. Xabi Alonso y Xavi se veían obligados a retroceder muchos metros para comenzar la jugada.

 

A Vicente Del Bosque no le tembló el pulso. De nuevo acertó. Como en toda la Eurocopa, cambios que le habrían provocado una lluvia de críticas, pero que le dan resultado. Quitó la figura de un nueve y metió a Cesc Fábregas. El socio perfecto para la velocidad en bandas de Jesús Navas y Pedro Rodríguez.

 

Fue cuando la ‘Roja’ comenzó a recuperar sus sensaciones. A adueñarse del duelo y llegar a área rival. España se exhibió en el tiempo extra, desperdició ocasiones y se encomendaba a la tanda de penaltis.

 

Casillas cumplió con su papel y el destino tenía dos guiños reservados. El primero a Sergio Ramos. Su penalti a la grada del Santiago Bernabéu en semifinales de Liga de Campeones, ante el Bayern, provocó la mofa de todo el país. Se quitó la espina con una demostración de personalidad. Silenciando a todos los que pasaron de la ironía a la celebración.

Fallaba Bruno Álves como si el fútbol pudiese castigar a un futbolista que no cesó de hacer faltas y explotar la otra cara del juego. Y ahí estaba Cesc de nuevo. Se lo pidió a Toni

 

Grande. No quiso tirar el segundo y solicitó el quinto. Se lo concedieron y chutó ajustado al palo para clasificar de nuevo a España. En esta ocasión a la final. La tercera en cuatro años.