Es una vergüenza -o debiera serlo-, que los principales actores políticos de una contienda electoral como la que se lleva a cabo en México, deban firmar un “acuerdo de civilidad” en el que se comprometen a lo que debiera ser parte fundamental de su cultura democrática -en tanto candidatos presidenciales-, y la de sus partidos: el respeto a la ley y a los resultados de la contienda.

 

Peor aún, es verdaderamente censurable -y es un agravio a ciudadanos y electores y, en general, al Estado todo-, que a pesar de la carga de descrédito que le ocasionan a la democracia electoral, algunos aspirantes presidenciales se nieguen a reconocer la validez de las reglas del juego y que, en el extremo, se hagan del rogar para cumplir lo que ordena la ley.

 

Y es que reconocer la validez de las reglas del juego, aceptar el resultado elemental de la jornada electoral -en donde se gana y se pierde-, y reconocer que el otro tiene los mismos derechos y sus opiniones son igual de respetables que las opiniones propias, son las reglas básicas de la convivencia democrática, y debieran ser un comportamiento natural de todo demócrata.

 

Sin embargo, cuando el árbitro electoral convoca a la firma de un pacto para que las partes se comprometan a cumplir lo que ordena la ley -y aquello que obliga a todo partido, político o aspirante a un puesto de elección popular-, lo cierto es que asistimos a la confirmación de que la democracia electoral mexicana es lo más parecido a una “democracia bananera”.

 

Pero el asunto es aún más grave si recordamos que en la elección de 2006 los aspirantes presidenciales también firmaron un acuerdo de aceptación del resultado electoral, pacto que, al final de cuentas, no fue ni aceptado y menos respetado por una de las partes. Casualmente el mismo candidato que hoy pregona la existencia de un fraude y que adelanta -sin una sola prueba-, que las instituciones se han prestado a la trampa.

 

¿Hasta cuándo seremos una democracia sin demócratas? ¿O si se quiere, hasta cuándo los ciudadanos, los partidos y candidatos ejercerán los básicos de la democracia?

 

AGRESION A PERIODISTAS

 

Pero es aún más bananera la cultura democrática de no pocos seguidores del candidato Andrés Manuel López, quienes acuden a extremos inaceptables de intolerancia y primitivismo -como el insulto, la agresión verbal y física a periodistas-, para callar las voces críticas y al periodismo no militante. ¿Qué significa que el autor de este espacio, y otros colegas -como Carlos Marín-, sean víctimas de las pandillas y jaurías adictas a AMLO? ¿En qué clase de democracia los periodistas son perseguidos por el crimen organizado, el narcotráfico y por los militantes de la llamada izquierda? El crimen los asesina, el fanatismo político pretende amedrentarlos y callarlos.

 

¿Y dónde está el Estado, las instituciones, los organismos defensores de derechos humanos? No están, sea porque militan, porque están metidos en su burbuja de burocracia convenenciera; sea porque también prefieren callados a los periodistas críticos. O simplemente, porque no les importa.

 

LA MISMA HISTORIA

 

Pero tampoco es una novedad que en la elección presidencial de 2012 se deba recurrir a la firma de un acuerdo para respetar la ley. El 14 de junio de 2006, los líderes de las fuerzas políticas que se disputaban la Presidencia, se comprometieron a suscribir los resultados de las elecciones del 2 de julio.

 

Sin embargo, el domingo de la elección, luego de cinco meses de campaña y 1.4 billones de pesos en spots de radio y televisión, la diferencia de votos entre los punteros no era suficiente para que el instituto electoral ofreciera un resultado contundente.

 

Pero eso no bastó para uno de los candidatos, quien seguro de su triunfo reunió a sus seguidores y les aseguró que de acuerdo a sus cifras, él había ganado la elección y respetaría el resultado aun si se decidía por diferencia de un voto.

 

Mientras los punteros celebraban triunfos simulados, los demás partidos también aplaudían sus logros. La izquierda capitalina, con una ventaja holgada, se apuntaba otros seis años al frente del Distrito Federal; la derecha se perfilaba como la primera fuerza en el Congreso y el joven partido del magisterio recibía con sorpresa los cinco puntos que ganaron sus candidatos a la Cámara de Diputados.

 

Por otro lado, en el que por años se conoció como el partido oficial, la suerte era otra. Mientras los gobernadores de esa fuerza política pactaban con uno de los punteros, su candidato reconocía la derrota tras haber perdido hasta en la casilla donde sufragó. El otrora imbatible partido se convirtió en la tercera fuerza política del país.

 

Luego de cinco días, el cómputo de actas dio el triunfo al aspirante del partido en el poder. Con 15 millones 284 votos, el caballo negro de la elección se convertía en el virtual ganador.

 

El candidato derrotado no tardó en justificar su falta de éxito. Que si el PREP estuvo manipulado, que si las actas no fueron computadas, que si se perdieron votos y que si los paquetes electorales habían sido violados. Aun así, según el último conteo del IFE, al candidato le faltaron 0.56 puntos para alcanzar al ganador. Oficialmente había perdido.

 

Pero la derrota no es opción para algunos. El vencido y sus seguidores empezaron una pueril cruzada en defensa del voto. Exigieron el recuento, se manifestaron en las calles y el candidato vencido llamó a una movilización nacional pacífica.

 

Para el 12 de julio, las calles de la capital se convirtieron en rehenes de quienes se decían ganadores pero carecían del sustento y la legitimación de las leyes mexicanas. El Zócalo y Paseo de la Reforma se convirtieron en un cuchitril donde habitaron primero centenas y luego decenas de inconformes que hicieron de la resistencia civil un modo de vida.

 

El plantón se mantuvo por semanas. El gobierno de la capital -peculiarmente laxo con los manifestantes- finalmente intervino y lo retiró para orquestar la celebración por las fiestas patrias. Pero el asunto no quedó ahí. El candidato ganador recibió la banda presidencial en una ceremonia poco menos que improvisada y tomó protesta en medio de los gritos, golpes y amenazas de bomba de un puñado de legisladores que subordinaron su labor a las filias partidistas.

 

Y no conformes con el periplo del ahora presidente, en este momento, las manos que coordinaron la farsa del fraude en 2006, parecen decididos a repetir el circo. Y es que no estamos ante demócratas, ahora se negocia con mercenarios del poder. ¿Cara o cruz?

 

ricardo.aleman@24-horas.mx | @ricardoalemanmx

 

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