Para las 4 y media de la tarde del domingo 1 de julio, los panistas ya sabían que iban a perder. Era cuestión de pelearse el segundo lugar, aseguraban fuentes cercanas a la candidata.
La sede del PAN, a diferencia de otras elecciones como en la de Felipe Calderón cuando ya por la tarde en el patio donde ayer estaba el templete para el festejo que nunca llegó, lucía lleno de albiazules, ahora lucía semivacía. En la sede, a pocos militantes se les vio recorrer los pasillos, apenas a Juan Molinar Horcasitas, del cual se desmarcó Vázquez Mota; el ex presidente del PAN Luis Felipe Bravo Mena y el diputado Carlos Pérez Cuevas.
Durante el día, como lo fue durante toda la campaña que necesitó un “golpe de timón” para intentarla hacer despegar a apenas una semana de iniciada, la información fue cruzada e imprecisa.
Primero se informó que saldría el presidente del PAN, Gustavo Madero a dar un mensaje; tiempo después, el coordinador de comunicación social, Raúl Reynoso Nuño, canceló cualquier esperanza de alguna noticia antes de que el IFEcomenzara a anunciar los resultados preliminares de la elección.
Luego se dijo que la candidata, junto con su “cuarto de guerra”, acuartelado en la casa de campaña, llegaría a las 10.30 de la noche. Luego adelantaron el anuncio final para las 8.30.
Para el anuncio de la derrota -la panista llevaba días en el tercer lugar de las encuestas y nunca se logró despegar de Andrés Manuel- el auditorio Manuel Gómez Morín que originalmente fungiría como una sala lounge VIP para la fiesta, se habilitó para el mensaje final de Josefina.
La candidata logró mantener la sonrisa que la acompañó toda la campaña. Pero junto a ella, entraron al auditorio su coordinador Roberto Gil y sus ex contendientes Ernesto Cordero y Santiago Creel, en quienes se apreciaban unos ojos vidriosos que no enfocaban a ninguna parte y cuyas manos aplaudían, sin mucha convicción, en consonancia con el auditorio.
Con ella tambiénpanistas como Juan Ignacio Zavala, Rafael Giménez, Ricardo Anaya, Alberto Anaya, Laura Rojas.
Josefina salió a reconocer, antes incluso de que el IFE lo hiciera, que “las tendencias no le favorecían”, que confiaba en “la voluntad de los ciudadanos” la cual se expresó en las urnas y que a ella, y a sus contendientes, les tocaba respetar los resultados.
Así, Vázquez Mota se comprometió con impedir el retorno del autoritarismo, del “imperio de la corrupción” y de la “rendición ante el crimen organizado”. Alguien en el auditorio gritó “¡Ganó el corrupto!”, pero nadie le hizo eco.
La candidata agradeció a los panistas que la acompañaron promoviendo el voto, sin embargo, lanzó un ultimátum, como recordando todas las rencillas internas en el partido que acompañaron a la precampaña y a los días que siguieron: “Cada quién tendrá que hacer una valoración profunda de lo que hizo y de lo que se dejó de hacer. El partido está obligado a rencontrarse como institución”.
Luego le tocó el turno al presidente del PAN, Gustavo Madero. Reconoció que “los ciudadanos eligieron a otro candidato para la presidencia de la República”. Se comprometió a respetar los resultados y a vigilar que no exista “un retroceso” en el nuevo gobierno.
Pero Mayela Adame, la esposa del gobernador de Morelos, con un tono más fuerte de lo normal, aseguró entre el público “¡Madero es un pendejo!”. Otra mujer se acercó a tratar de calmarla pero la esposa del mandatario estatal no cedió y empujó a la muchacha. Un hombre se interpuso entre ellas para evitar la gresca.
“Fue culpa del PAN”, dijo Mayela refiriéndose a la derrota instantes más tarde, ya más calmada y al oído de una mujer que la acompañaba.
En lo último, a la candidata del partido que sacó al PRI de Los Pinos en el 2000 y que ahora no pudo rebasar el tercer lugar se le quebró casi imperceptiblemente la voz ante el micrófono. Levantó la mano con la X pidiendo el voto que en las últimas semanas había utilizado como recurso discursivo. Casi nunca dejó de sonreír.
“¡Josefina, tu historia no termina!”, gritaba el auditorio compuesto en su mayoría por jóvenes.
Josefina abrió las manos como queriendo abrazar algo que se le perdió. Minutos más tarde, bajó del estrado y abrazó a las últimas mujeres. Ernesto Cordero en un gesto forzado agitó una bandera de Acción Nacional. Roberto Gil se acercó a varios de los asistentes. “Ánimo, ánimo”, les dijo, y continuó con los ojos vidriosos, hacia la salida del auditorio.