Todos recordamos la magnitud del conflicto post electoral del 2006 y la accidentada –y para algunos amenazante– forma como Vicente Fox y Felipe Calderón se pasaron la banda presidencial de pecho a pecho, no ante el Congreso sino ante la televisión de medianoche, en presencia de un grupo de militares cuya poderosa simbología insinuaba el destino del Congreso en caso de un impedimento definitivo de la toma de posesión.
La Cámara de Diputados estaba prácticamente copada por los opositores, quienes podían haber llevado su inconformidad hasta el riesgoso campo de la insurrección. La toma de media Ciudad de México era apenas un esbozo. El futuro gobierno tomó un atajo; después abriría la puerta de atrás.
Sin haber cumplido con el requisito constitucional previsto en el artículo 87; esto es, haber protestado el cargo frente al Congreso de la Unión, Felipe Calderón actuó como presidente virtual (todavía no lo era constitucional) pues por la noche Vicente Fox (el actual abogado electoral de Enrique Peña), lo proveyó de una banda de utilería (en ese momento), previamente a la verdadera unción republicana.
Así lo refirió la prensa del primero de septiembre:
“Felipe Calderón Hinojosa dijo en su primer mensaje como presidente de México que acudirá en unas horas al Congreso de la Unión a tomar protesta.
“El mandatario mexicano dijo que al recibir del presidente Vicente Fox la oficina presidencial, (se) inicia el proceso de toma de posesión de la Presidencia de la República.
“Más tarde, señaló, me presentaré ante el Congreso de la Unión para rendir la protesta constitucional tal como lo establece el artículo 87 de nuestra Carta Magna. Dijo que apela al respeto a la investidura del Congreso, a la necesidad de fortalecer la vida institucional de México y al patriotismo de los legisladores para que todo se haga con pleno respeto a la Constitución.
“Poco después de las 23 horas, Calderón salió de su casa rumbo a Los Pinos junto con su esposa para realizar una ceremonia simbólica (y absolutamente meta-jurídica) del cambio de poderes, que (se) inició unos minutos antes de la medianoche y que tuvo su punto culminante apenas en los primeros segundos del 1 de diciembre”.
El resto de la historia lo conocemos todos.
Pero, para conocer cómo se incubó aquella desesperante situación, resuelta entre otras cosas por las habilidades negociadoras del PRI, debemos pensar cuál era la circunstancia un día antes de la elección.
Antes de detallar algunos elementos de “la tormenta perfecta”, bautizada así por Luis Carlos Ugalde, ex presidente del IFE, en cuyas manos reventó el explosivo conflicto post electoral con su imborrable leyenda fraudulenta y la histórica mancha inextinguible (así se use toda el agua de los océanos para limpiarla, como dice el mártir del 0.26 por ciento), vale la pena contrastar las palabras de entonces y las de ahora:
Por ejemplo, horas antes de los comicios así hablaba el representante del PRD (y por tanto de la Coalición por el Bien de Todos) en el Consejo General de IFE, Horacio Duarte:
“Estamos convencidos de que los diversos instrumentos electorales que se han dotado por parte del IFE tienen un rango de aceptabilidad que nos permite concluir el día de hoy la jornada electoral con buenos resultados”.
Sin embargo, las cosas no ocurrieron de acuerdo con la tersura anunciada. Todo lo contrario.
Hoy llegamos al proceso electoral en medio de una inusitada y febril actividad descalificadora. La furia de quienes de antemano han dictaminado su derrota como resultado de una múltiple imposición, ya no duerme agazapada. Circula por las calles.
La puesta en escena del grupo más simbólico de la legitimación de la denuncia anunciada, el colectivo “#yo soy 132” se basa en un solo elemento: denunciar (y en la medida de lo posible, impedir) el triunfo del PRI, por cuanto esa victoria sería resultado de la imposición del presidente de México por un consorcio de televisión. Por tanto se les debe frenar a ambos.
La televisión es la expresión, síntesis, herramienta y evidencia del poderío de la mafia ladrona de la patria. Por eso, su victoria es “moralmente” imposible, como en su tiempo dijo Juárez de los reaccionarios del siglo XIX.
Y, para evitar su prolongación en el poder, es necesario proclamar y gestionar mediante marchas y pequeños linchamientos de conductores perversos y corruptos, la democratización de los medios y la satanización de la opinión publicada (no la opinión pública) por manipuladora, falaz y clasista.
Este argumento, cuya novedad no es tanta, se podría denominar como una variante contra (y el título no es mío, sino de Umberto Eco), “el populismo mediático”.
“… en el debate electoral –dice el autor de El nombre de la rosa– las críticas al adversario han de ser severas, despiadadas, para poder convencer, al menos, al que está dudoso… pero los tiempos son oscuros, las costumbres corruptas y hasta el derecho a la crítica, cuando no lo ahogan las medias de censura, está expuesto al furor popular”.
Furor popular. ¡Vaya expresión!
Describe decididamente cuanto hoy sucede en México. Y llama la atención por un dato básico: Italia conoció una presidencia, la única entre mis registros, surgida directamente de la televisión. No la televisión cuyo tiempo (certificado por el IFE y la UNAM) se distribuyó equitativamente entre todos los aspirantes durante las campañas, sino la empresa cuyo respaldo a un partido llevó a Silvio Berlusconi a tomar varias veces el poder en Italia.
“Cada época tiene sus mitos. La época en que yo nací tenía como mito al hombre de Estado, la época actual tiene como mito al hombre de televisión”.
Pero México no es Italia, ni Enrique Peña es Berlusconi, ni ha logrado el duopolio nada como lo acusan o al menos no en la proporción denunciada.
El ataque al final de los días anteriores, previos a este día cuando las urnas son las alcancías de la desilusión, jamás de la esperanza, ni siquiera de quienes voten por el Mesías, pues ya se dan por robados antes de tiempo, lo cual es una expresión de desesperanza, dejó descansar un poco el tema de la TV y se enfocó a los asuntos del dinero, la compra del voto y la capacidad milagrosa de las láminas de cartón con chapopote.
Veamos este bonito rosario:
“Integrantes de la organización En la Democracia Todos Contamos presentaron una denuncia ante la Fiscalía Especializada para la Atención de Delitos Electorales (Fepade), en la cual señalaron que existen 180 casos documentados de ilícitos de competencia de las autoridades federales, ya que se trata de compra y coacción del voto, así como condicionamiento de programas gubernamentales y uso de recursos públicos con fines electorales…
“…El movimiento #YoSoy132 hizo ayer un llamado a la ciudadanía a documentar y denunciar todas las irregularidades que detecten durante las elecciones del domingo…
“…Con audios y diapositivas, el PRI denunció ayer la compra y coacción del voto por parte del PAN y del PRD para la elección de mañana domingo. Asimismo, sus dirigentes se deslindaron una vez más del affaire Monex y ofrecieron a la autoridad electoral toda la información para “llegar a fondo en este tema…”
“El PRD formalizó ayer ante el Instituto Federal Electoral (IFE) dos nuevas quejas contra el PRI y su candidato presidencial, Enrique Peña Nieto, relacionadas con la entrega –por separado– de dos tipos de tarjetas, las cuales presuntamente se utilizan para la compra y coacción del voto”.
Esas son apenas algunas de las evidencias de cómo se llega a este día en medio de acusaciones y quejas. Algunas deben tener sustento, otras son invocaciones a denunciar una maldad inexistente todavía, como la diseminación de “delitos electorales” por las redes sociales ante cuyas cámaras y celulares cualquier actitud puede ser presentada como prueba del fraude.
Si en una fotografía dos personas conversan afuera de una casilla, la foto se puede enviar como la evidencia de dos conspiradores o expertos “mapaches”. Si un señor levanta del suelo una hoja de papel se dirá; está cambiando las boletas y así hasta el infinito.
No se trata de descubrir delitos, se busca presentarlo todo como un fraude, desde ahora. Por eso Andrés Manuel les ha ordenado no irse de la casilla después de votar sino permanecer en las inmediaciones, “para vigilar el voto”, como si eso fuera posible desde la banqueta.
Pero así se han dado las cosas. La suerte está echada y la moneda en el aire, vendida por la gravedad, está a punto de caer al suelo.
La pregunta es si nada más hay una moneda.