Hace tres años me preparaba para tomar el avión con rumbo a México. Después de haber trabajado dos años y medio como consejero del Primer Ministro, con un resultado satisfactorio – al menos así lo creo – se me daba una recompensa. Y ese fue efectivamente el caso, puesto que fui nombrado entonces Ministro Consejero de la Embajada de Francia en México, un puesto reservado en general a diplomáticos con carrera más amplia.

 

Cuando me propusieron el puesto, hablé con amigos y colegas que habían vivido en este país: diplomáticos, hombres de negocios e incluso un ex chef del restaurante Fouquet’s. Todos ellos habían apreciado muchísimo su estancia. Habían recorrido México y quedado enamorados del país. En ese momento comprendí que iba a pasar tres años formidables.

 

La llegada a México en familia nos sorprendió mucho. El centro de París es un jardín de dos millones de habitantes. La Ciudad de México es la capital de un gran país emergente. Estábamos fascinados por las torres de los edificios que nos rodeaban, por las distancias en la ciudad, por el segundo piso del periférico.

 

Para un francés, el primer contacto con México es fácil. Los mexicanos son pacientes y hacen verdaderos esfuerzos para escuchar a los extranjeros que no se sienten todavía seguros de sí mismos al hablar español. Y es preciso tomar en cuenta que los mexicanos son latinos, como los franceses. A los dos pueblos les gusta vivir bien: comer bien, ir de fiesta y disfrutar la vida. En este ámbito, México es un paraíso: pude probar un ceviche increíble en las islas desiertas frente a las costas de Puerto Vallarta, probar el mezcal en una destilería de Oaxaca o degustar ostiones recién pescados en las bahías de Huatulco. Mis tres lugares favoritos en México son; las pirámides de Uxmal, la catedral de Santo Domingo en Oaxaca y los murales de Diego Rivera sobre la Revolución.

 

Pero, ser el número dos de una embajada de la quinta potencia económica mundial, implica también responsabilidades y mucha actividad. Trabajé más de doce horas al día sin contar los numerosos eventos sociales que se organizaron, tanto por las noches como en los fines de semana. Con el embajador Daniel Parfait hicimos que avanzaran numerosos proyectos en todos los ámbitos, y me gustaría mencionar solamente algunos de ellos que me parecen muy buenos ejemplos.

 

Trabajamos en México para desarrollar la industria aeronáutica, en un proyecto benéfico para ambos países. La embajada, las empresas, el Ministerio de Educación Nacional en Francia y sus socios mexicanos, federales y estatales, trabajamos todos en la misma dirección. Los resultados están en marcha. Mañana, refacciones de helicópteros concebidas en Francia se fabricarán en Querétaro y se venderán en Estados Unidos. Quedan todavía muchos proyectos de esta naturaleza por lanzar para el siglo XXI, en el ámbito de la energía y los transportes.

 

Los franceses saben que tienen amigos en México. Tuve la oportunidad de reunirme con francófilos que son auténticos genios a nivel internacional. Me refiero, en particular, a Carlos Fuentes, que nos dejó recientemente, a Jorge Volpi o a Elena Poniatowska, por no mencionar más que el terreno de la literatura. Por cierto, con Elena tuve recientemente el placer de inaugurar un tren de la Línea 12 del Metro que lleva su nombre.

 

Durante mi trabajo conocí a miles de mexicanos. Tres figuras de la sociedad mexicana, que se distinguen por su gran dignidad, me dejaron una profunda huella por su grandeza y su nobleza: el padre Solalinde, Luis de la Barreda y Eduardo Gallo.

 

Me tocó también ver la creación de un grupo de Amigos de Francia, bajo el impulso de Óscar Espinosa y Enrique Castillo-Pesado. Se trata de un grupo que existe desde hace menos de un año y que ya puso en marcha dos proyectos: el primero es la asociación Estudié en Francia, cuyo objetivo consiste en reunir a los mexicanos que hicieron sus estudios en Francia; en el segundo, se trata de realzar el patrimonio del estilo francés en México. El responsable del patrimonio de la Ciudad de México, Saúl Alcántara, nos decía con motivo de un coloquio que un 10% del patrimonio de la ciudad es de estilo francés.

 

Pero es preciso también regresar a lo fundamental. Los hombres están también en la Tierra para aprovechar los frutos de su trabajo. Al venir a México, no pensaba encontrar una presencia tan significativa de la gastronomía francesa, y no sólo a través de restaurantes sino también por numerosas escuelas de alto nivel. Y es, sin duda, debido a que México tiene una gastronomía rica, variada, con fuertes aportes regionales que acaba de ser integrada en el patrimonio mundial de la Unesco. Y es por eso, sin duda, que hay un verdadero diálogo entre las gastronomías de ambos países.

 

¡Así que invito a mis amigos mexicanos a Francia, donde se bebe no solamente vino de Burdeos, sino también Coronas y margaritas!

 

ADIÓS

 

Emmanuel Mignot nació en 1970 en Besançon, Francia, ciudad en donde también nació el escritor y poeta Víctor Hugo. Estudió ciencias políticas en la Universidad de la Sorbona, en París, y habla cuatro idiomas (alemán, turco, español e inglés) aparte de su lengua materna, el francés. Se hizo diplomático en 2000 iniciando su carrera en Alemania, antes de convertirse en consejero del Primer Ministro en 2007 y Ministro Consejero en la Embajada de Francia en México, en 2009, cargo del que se despidió el pasado mes.