Quien gane las elecciones hoy se convertirá en un presidente sin atributos globales. Ninguno de los tres candidatos que hoy llegan con probabilidades de ganar, nos hablaron del fenómeno transcultural durante sus respectivas campañas. Lástima que su visión política no incluya el componente que está presente en gran parte del mundo. Dos ejemplos son China y los países de la Unión Europea.

 

Otro fenómeno electoral es la deslealtad por los partidos políticos. Ocurre entre los pragmáticos informados y reflexivos. Muchos de ellos decidirán su voto cuando tengan la boleta frente a ellos. El basamento de la democracia se ha cuarteado por la globalización. Quienes no desean entenderlo, o son románticos o autoritarios.

 

Una personalidad pragmática es la del observador, hacedor y reflexivo de la inmediatez. Otra, quizá, sea el del ignorante que busca los atajos heurísticos para ser opinado por la gente de su confianza.

 

Para muchos, el pragmatismo es la ciencia de la conveniencia; el híper individualista hedonista que concibe a la política como la protección de los suyos y el dominio sobre el adversario. Es posible que en el fondo del océano del histrionismo se encuentren los tesoros del maquiavelismo.

 

Al finalizar el siglo pasado nos percatamos que al minuto le habían rasurado 30 segundos y que el mundo entraba a un súbito proceso de empequeñecimiento gracias a las redes tecnológicas. Unos enorme cables fueron colocados en la profundidad de los océanos (banda ancha) y, con ellos, el fenómeno de la transcultura se aceleró de manera súbita. Los satélites ya habían ascendido décadas atrás. Se dice tan fácil que parece una locura, pero así sucedió. Ahora, resulta un tanto estúpido concebir al mundo desde el mapamundi, las fronteras y las banderas.

 

Con el minuto sin sus sesenta segundos y con las banderas que sirven para animar a las selecciones de futbol, la tolerancia política se ha reducido porque las sociedades se preparan más y nadan en el océano de la información de Google. En pocas palabras, no se dejan engañar por las falsas promesas electorales.

 

Como se dice popularmente, la clase política (mexicana) arranca en tercera velocidad. Ninguno de los tres principales candidatos nos habló sobre la globalización. Alguno de ellos confesó que la mejor política exterior es la doméstica. De escasa imaginación y nula comprensión sobre los movimientos transculturales, los tres enmudecieron. Los tres les pidieron a sus asesores en política exterior la redacción de cartas-postura que se publicaron en Foreign Affairs. Punto final. Confunden a la política exterior con la globalización. Para los tres, la globalización se reduce al comercio exterior y a la firma de tratados de libre comercio.

 

Los reclutadores fallaron. Eligieron a tres perfiles que responderían con pulcritud y profesionalismo…al siglo pasado. Es decir, los cuerpos ideológicos de los que hoy tienen posibilidad y probabilidad considerada de ganar la elección presidencial, no tienen venas del siglo XXI. A través de las suyas corren flujos de ADN paternalista o maternal (según sea el caso).

 

Nos dicen “Yo sí tengo la fórmula del cambio”, cuando en realidad a la palabra cambio se le ha manoseado tanto que en el ámbito político no significa absolutamente nada. Como diría el primer filósofo, Parménides, lo que es, es y lo que no es, no es.

No puede existir lealtad hacia un partido político cuando la inteligencia y conocimiento de millones de ciudadanos superan, con tendencia al infinito, a los de los tres perfiles. Otra vez, ni modo porque es lo hay.

 

Los tres principales candidatos no tienen biografías políticas, lo que sí tienen son oficios saturados de anécdotas. Los burócratas las llaman Hojas Únicas de Servicio.

 

En ellas plasman su mapa laboral y de sueldos que han tenido en su trayectoria. Perfiles sin atributos.

Los partidos políticos incentivan a la deslealtad. Hoy voto por el partido X pero mañana por el partido Y. Para los nostálgicos, la anterior aseveración es diabólica. Los nostálgicos se remontan al autoritarismo del partido sin competidores y a los movimientos de la guerrilla en la sierra de Guerrero, al golpe de Pinochet en contra de Allende; a los actos heroicos de la revolución castrista y a la Guerra Fría. En esa película en blanco y negro, aparece Estados Unidos interpretando siempre al villano de la historia.

 

Es la dialéctica del amo y del esclavo, el comic político de su preferencia.

 

Los nostálgicos son reduccionistas porque rehúyen del presente.

 

A la historia hay que conocerla por que vivirla, como ellos lo desean, será imposible; algo peor, imponer a la historia en el futuro es encarcelar a las nuevas generaciones.

 

Al voto duro, en el siglo pasado, se le consideraba una virtud. Hoy, en épocas de zapping global, puede ser un defecto. Todo depende de la oferta política.

El voto duro, cada vez más, se asocia con la irracionalidad que nace de la atracción por lo radical que por el pragmatismo que en muchos casos demanda reflexión.

Lo que no queremos entender es que los cimientos primigenios de la democracia fueron destruidos por la transmodernidad.

 

En efecto, la gente prefiere que le traduzcan los datos en emociones para tomar postura. Bienvenida la psicología. Un estudio describe que en los estados donde ganó Obama hace ya cuatro años, se dispararon las visitas a páginas pornográficas de internet (La Vanguardia, 30 de junio); en cuanto a la altura de los candidatos, en 70% de los debates electorales los ha ganado el más alto; Larry King, por muchos años convertido en el hombre de las entrevistas en CNN era dominado por los invitados más carismáticos pero frente a los débiles, los dominaba; en la blogosfera, los de izquierda no interactúan con los de derecha; ambos coinciden en el crucero del insulto.

 

En Estados Unidos, las tácticas electorales responden a la necesidad de entender los cambios del pensamiento de los votantes, al día, al minuto, al segundo. Los asesores de Obama saben que las crisis hacen más conservadores, más patriotas, cerrados, nacionalistas, autoritarios y supersticiosos a una parte importante de la población. De ahí su necesidad de pactar con Hollande reformas en la Unión Europea que trasciendan a la rigidez de Merkel. Lo logró.

 

En las crisis la gente busca superhéroes no presidentes.

 

 

¿En qué año México tendrá al primer presidente transcultural? Lo único cierto es que, cuando suceda, México estará inmerso en el mundo. Uno de los ejemplos paradigmáticos de la transcultura ocurrió en China desde hace ya algunos años. Durante una manifestación en contra de la política de Estados Unidos, se pudieron observar a muchos adolescentes con camisetas de los Lakers y de los Yankees, entre otros. Aceptar lo “bueno” y rechazar lo “malo”, filosofía del pragmático.

 

Qué decir del también paradigmático programa universitario europeo Erasmus. Nombre con dos significados, uno de ellos es el acrónimo en inglés de “Plan de Acción de la Comunidad Europea para la Movilidad de Estudiantes Universitarios”. El plan es tan viejo que ya no se llama Comunidad Europea sino Unión Europea. La transcultura del estudiante francés puede abrir nuevos caminos en su futuro, lo mismo trabajando en Alemania que casándose con una portuguesa.

 

Los políticos mexicanos del siglo pasado jugaron con fuego y quemaron la posibilidad de la transcultura. La suma de identidades no significa la pérdida de alguna de ellas.

Estoy seguro que quien gane el día de hoy, no brindará con la cerveza belga Corona.

 

@faustopretelin