Finalmente no hubo sorpresas y se confirmaron dos cosas: que las encuestas, que fueron puestas en duda, acertaron, y que la sociedad mexicana no tiene memoria y si la tiene, la tiene muy corta. Porque apenas 12 años después de aquel 2 de julio del año 2000 en el que se festejó como un logro histórico la salida del PRI de Los Pinos, ahora se festeja el regreso del mismo partido que hasta anoche aventajaba en todas las encuestas de salida y los primeros datos oficiales con una ventaja promedio de 11 puntos que parece irreversible.
Enrique Peña Nieto se convertirá, según esas primeras tendencias oficiales, en el próximo presidente de México; no hubo “milagro” para Andrés Manuel López Obrador y sus seguidores que se quedaron esperando una votación masiva de jóvenes indecisos que al parecer no ocurrió. El candidato del Movimiento Progresista terminaría en un lejano segundo lugar y en el tercero, confirmando la debacle total para el PAN, que pierde la Presidencia de la República, Josefina Vázquez Mota.
¿Es o no un retroceso el regreso priista al poder? Eso lo dirán en principio los hechos y la manera en que Peña Nieto gobierne. El PRI es en esencia el mismo que perdió el poder hace 12 años, no hubo nunca una reforma o un cambio de fondo en el partido, pero ellos sostienen que “aprendieron de los errores” y que han cambiado y tienen una nueva generación representada por su candidato ganador. Eso tendrá que verse en los hechos porque hasta ahora sólo se conocen de Peña intenciones democráticas en el discurso.
Tal vez el PRI no cambió pero lo que sí ha cambiado es el país y son los mexicanos. No todos, porque una mayoría bastante clara prefirió el regreso al PRI por encima de una nueva alternancia, pero sí hay cambios de fondo en la participación y en la agenda de la sociedad que difícilmente podrán ser ignorados por el nuevo gobierno priista.
La relación con los medios, por ejemplo, será un tema sobre el que tendrá que actuar de inmediato Peña Nieto, si quiere quitarse la etiqueta de haber sido el candidato impulsado por Televisa. Una reforma de fondo en las asignaciones de publicidad oficial y una relación transparente y sin autoritarismos ni censura tendría que ser prioridad para el próximo presidente, para quien el tema es casi, casi, un asunto de legitimidad.
Quedan para la discusión y sobre todo para un debate que derive en cambios legales urgentes, las irregularidades que persisten en la democracia mexicana y que, a fuerza de ser cometidas por todos los partidos, se han vuelto algo así como los “usos y costumbres” de la vida electoral mexicana: la compra y coacción a los votantes, el llenar plazas y mítines con personas acarreadas a cambio de dádivas, el uso y condicionamiento de los programas sociales. PRI, PAN, PRD y hasta el PVEM y Nueva Alianza, incurrieron, en mayor o menor grado, en esas prácticas ilegales en algunos casos y burdas en otros. El IFE simplemente observó y, ante el hecho contundente de la costumbre, prefirió la afrancesada política del “dejar hacer, dejar pasar”.
Pero si queremos una democracia que crezca y que madure, eso tiene que cambiar y urge erradicar vicios y prácticas que son precisamente herencia de la cultura política priista.
Decía ayer el diario español El País que para ellos el regreso del PRI no es ningún retroceso porque “el PRI ha cambiado y México ha cambiado”. Tal vez tengan razón en el cambio social pero no en el cambio priista que es inexistente. Basta ver los viejos vicios que prevalecieron en esta campaña para darse cuenta de que no hay mucho cambio en los estilos del PRI, sólo queda esperar que lo haya en los de Enrique Peña Nieto.
En todo caso habría que preguntarles a los señores del respetado diario ibérico si creerían que el regreso del franquismo en su país ¿sería o no un retroceso?
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