Las elecciones y nuestra democracia se me presentan como un opaco caleidoscopio con múltiples lecturas. El proceso, la contienda y la jornada, los tres partidos (mucho más de la mitad de perdedores no puede ser sorpresa) y los resultados de la elección, extendiendo la analogía psicodélica, producen cierto vértigo -por no decir resquemor- ante lo que podríamos esperar para México en los próximos seis años, cuando menos con perspectiva desde la práctica de la arquitectura.

 

Carlos Raúl Villanueva (Londres1900-Caracas 1975) autor de la Universidad Central de Venezuela, estaba convencido de que el arquitecto, para poder cumplir su misión de servicio a la sociedad debía adaptarse a cualquier circunstancia política, “…no puede conformarse con ser simple traductor, mecánico y pasivo. El arquitecto debe ser crítico y acusador. En su obra aumentará así el valor de rescate y de previsión”. Desde esa perseverante perspectiva veamos.

 

Ninguno de los candidatos para presidente con posibilidades, abordó mayormente temas de ciudad y menos de arquitectura; si acaso de vivienda, pero nada más. Quizás porque el espacio habitable –digamos, el desarrollo urbano-, que abarca cualquier territorio pasando por  las ciudades hasta la vivienda unifamiliar no sea una cuestión demasiado redituable para la consecución de votos. Históricamente, el tema del derecho de los trabajadores a adquirir una vivienda digna aparece en la Constitución del 5 de febrero de 1917, en su Artículo 123, Fracción XII, Apartado A, que establecía ya la obligación de los patrones de proporcionar a los trabajadores habitaciones cómodas e higiénicas.

 

Esta obligación no se hizo efectiva sino hasta l972, año en el que finalmente prosperaron las reformas a la Ley Federal del Trabajo y se promulgó la Ley del Infonavit, con Asamblea Constitutiva celebrada el 1º de mayo de ese mismo año…40 años después podemos ver, “crítica y acusadoramente” resultados muy poco afortunados: la vivienda es un asidero para poner de manifiesto que lo habitable no se reduce a habitaciones cómodas e higiénicas, a un departamento o a una casa.

 

Al destacar los tres términos adjetivables: dignidad, comodidad, e higiene, intento dirigir la reflexión con sentido de “rescate y previsión”,  “Dignidad”, es el más complejo de medición y por ende el menos normado (ver notas relacionadas Moderación y Decoro de esta misma columna), sin embargo habremos de buscar parámetros por más difícil que resulte. Repensar los conceptos de “espacio mínimo” o de “calidad de obra” por ejemplo. Para “higiene” puede haber medición o supervisión, si se quiere; puede ser el término más objetivo de los tres por su consistencia “accidental”: la higiene no existe por sí sola, sino en algo o alguien.

 

Ok. “Comodidad” sin embargo, resulta aún más interesante por diversos motivos y uno en particular. Se define como el conjunto de cosas y bienes necesarios para vivir a gusto y con descanso…Cualidad de cómodo. Vivir a gusto y con descanso trasciende entonces a la comodidad de un mueble o de un espacio íntimo. No resulta cómodo vivir encerrado. La comodidad es interior y exterior y se integra por un gran número de accesorios e infraestructura que apenas advertimos, como la conectividad o el internet a toda velocidad, en la casa, en el trabajo o en todas partes. Así, en tiempos en  que parece más fácil supervivir sin comida que sin celular, la reflexión obligada vuelve a ser la agenda que acaso se deba proponerse para el próximo período con su (no necesariamente) trágica inmediatez sexenal. Mejores normas para el espacio habitable a través de mejores normas de planeación, de diseño urbano y de proyecto arquitectónico. Es tiempo  de esperar un decidido compromiso con el territorio y su habitabilidad desde un espacio público de calidad, sostenible.

 

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