Son tantos y tan apremiantes que es difícil jerarquizar los grandes problemas enquistados en el corazón de la economía mexicana que distorsiona y retrae su potencial.
Pero seguramente cualquier listado negro tendría que contemplar por lo menos a estos tres que, como jinetes del Apocalipsis, amenazan el desempeño futuro de la economía: La inseguridad pública que genera el crimen organizado, la corrupción endémica que eleva el costo de los factores de la producción, y la fuerte concentración de mercados que cancela la inversión y distorsiona la formación de precios.
A ninguno de estos jinetes se puede dejar que siga cabalgando cómodamente sin estorbarle, si realmente se quiere consolidar un crecimiento económico sustentable de largo plazo. A esto se enfrentará el nuevo gobierno del priista Enrique Peña Nieto que asumirá el 1 de diciembre.
Particularmente llama la atención el combate a los monopolios, un asunto que los gobiernos priistas y panistas de las últimas décadas decidieron asumir en el discurso político y electoral, pero que concretamente sólo abordaron con medidas tibias y con la fuerza del pétalo de una rosa.
El caso es que el mercado del cemento sigue controlado por unas cuantas empresas, el de telefonía fija y móvil mantiene una elevadísima concentración, la televisión abierta sigue dominada por dos empresas, la televisión por cable y satelital está altamente concentrada, el mercado del pan de caja sólo responde a un apellido, la masa de maíz para la elaboración de tortillas igual, las cervezas sólo responden a dos empresas -ahora ambas extranjeras, la distribución y venta de gasolinas está pintada de “verde” que es el color de Pemex, y la electricidad tiene a la empresa del Estado como la única proveedora. Y la lista continúa.
México es (sigue siendo) un país de oligopolios y monopolios.
Esta situación no fue casual ni gratuita. En buena medida respondió a los intereses políticos amalgamados con los intereses económicos que hizo del rentismo la expresión de ese “capitalismo de amigos” que ha perdurado hasta hoy.
No se desestima los 19 años transcurridos desde que entró en vigor la Ley Federal de Competencia Económica -ante la urgencia de firmar el TLCAN- que regula la competencia en los mercados y prohíbe las prácticas monopólicas, pero el hecho es que en las casi dos décadas de política de competencia los resultados han sido tibios.
En su campaña Peña Nieto dijo que combatirá a los monopolios. En una entrevista que le concedió en mayo pasado a Slate, filial del Washington Post, insistió que su gobierno se distinguirá por la promoción de la competencia y para ello blindará a los reguladores y las dotará de mayor poder para combatir a los monopolios. Romper con los monopolios será el primer paso para generar oportunidades en la economía, dijo Peña Nieto en aquella ocasión.
La pregunta es si podrá dar ese “primer paso” con los compromisos que, supuestamente, habría asumido para llegar a la Presidencia. Televisa, Azteca o Telmex aparecen en el primer frente a derribar.
¿Cómo romper con quienes lo habrían puesto allí?
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