La diplomacia comparada es un acercamiento en 3D al desarrollo o involución político de las naciones. De ahí el componente fascinante de la relaciones internacionales. Jorge Eduardo Navarrete, el hombre-mundo de Andrés Manuel López Obrador, dirigió una carta al embajador de Estados Unidos en México Early Anthony Wayne para expresarle su malestar por la llamada telefónica que el presidente Obama le hiciera al candidato del PRI, entre la noche del domingo, y la mañana del lunes pasados. La Jornada la reprodujo el día de ayer en la página 10. A la letra sentencia Navarrete:

 

“Leí con extrañeza (…) que el presidente Obama llamó al “Presidente electo de México” para congratularlo…”.

 

Eduardo Navarrete le explica a Wayne que en México el órgano que define al presidente electo es el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación. Tiene razón, lo que el diplomático quiso ignorar es el cimiento toral que la diplomacia-red utiliza como ritual ex post facto. Esto siempre ocurrirá entre países amigos más allá de los gobiernos que se encuentren gestionando al Estado.

 

“El hecho de que, en un documento oficial de la Casa Blanca, la calidad de presidente electo se atribuya a uno de los candidatos contendientes en la jornada electoral de la víspera va mucho más allá de una expresión protocolar de cortesía y debe entenderse como una intrusión en cuestiones que sólo corresponde definir, en tiempo y forma, a los mexicanos y sus instituciones”.

 

Las anteriores palabras son oro puro cuyos hallazgos pueden ubicarse en el siglo pasado. No es cortesía, escribe Navarrete, sino una intrusión en actividades exclusivas de los nacionales.

 

Eduardo Navarrete sabe (es un supuesto mío) que la llamada telefónica de Barack Obama a Enrique Peña Nieto se circunscribe a un protocolo de cortesía que no es vinculante a cualquiera de los tratados o leyes suscritos entre México y Estados Unidos.

 

Al final de su carta, Navarrete le anuncia a Estados Unidos que su berrinche lo hará vigente in situ, es decir, en territorio de Estados Unidos ubicado en la avenida Reforma en la ciudad de México (la embajada de EU) durante la celebración del 4 de julio, el día de la independencia estadunidense.

 

“Como expresión de mi desagrado ante este episodio, me abstendré de acudir, la tarde de hoy, a la recepción conmemorativa del Día Nacional a la que vuestra excelencia amablemente me convidó”.

 

Me extraña que el embajador Navarrete no le haya reclamado al titular del Ejecutivo mexicano la felicitación que le hiciera a François Hollande, unas horas después del cierre de casillas de votación la noche del 6 de mayo pasado. Obama, Calderón y cincuenta líderes de Estado llamaron al político francés para felicitarlo por su victoria electoral sin que oficialmente tuviera el cargo de presidente electo. No recuerdo haber leído una carta de la casa de campaña de Sarkozy para reclamarles a todos los líderes que el político socialista, hacia las 8 de la noche, aún no era presidente electo. Simplemente los resultados los habían entregado como resultado de un conteo rápido al filo de las casillas electorales.

 

La retórica diplomática a la mexicana es producto de una simulación nacida en la revolución cubana. Yo Fidel no me meto en cuestiones “estrictamente mexicanas”, por ejemplo, la violación de derechos humanos, y yo presidente de México, prometo no involucrarme en tus violaciones sistemáticas a los derechos humanos. Pacto de caballeros.

 

Supongo que el embajador Navarrete, continuará redactando 20, 30 o 40 cartas a los líderes globales que se atrevieron a hablarle por teléfono al señor Enrique Peña Nieto.

 

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