La presidenta Cristina Fernández está llevando a Argentina, paso a paso, a una nueva crisis.

 

Encerrada en su burbuja nacionalista y populista que inflan los aduladores que la rodean, la viuda de Néstor Kirchner ha decidido no hacer caso a la realidad que está afuera de la Casa Rosada, sede del Ejecutivo, y de la Quinta de Olivos en Buenos Aires.

 

Aferrada con uñas y dientes al ‘modelo’ económico implantando en sus bases por su difunto marido, Fernández se ha amurallado dentro de su propia “realidad” económica viendo sólo lo que quiere ver.

 

La inflación extraoficial -medidas por privados y no reconocida por el gobierno- se mueve en un rango que va del 25% al 30% anual, mientras que la inversión fija bruta continúa con su descenso cayendo 12.8% a tasa anual en mayo pasado. Según la Comisión Económica para América Latina, CEPAL, la economía argentina sólo crecerá 3.5% en 2012 después de crecer 9.2% y 8.9% en 2010 y 2011, respectivamente, lo que representaría un freno a sus avances recientes sustentados en el alto precio internacional de la soya y en un importante gasto público.

 

Sin embargo los economistas privados no son tan optimistas después de que el Estimador de la Actividad Económica, un indicador adelantado del PIB, cayó 1.3% en abril respecto de marzo pasado, por lo que esperan que el segundo trimestre haya sido el punto de quiebre hacia un crecimiento raquítico en 2012. Una previsión nada descabellada después de observar las caídas recientes en los indicadores de recaudación, del mercado inmobiliario o en la venta de vehículos.

 

La cuestión que está en el fondo del declive argentino es la acelerada pérdida de confianza de los inversionistas en el gobierno que encabeza Fernández.

 

La importante salida de capitales argentinos en el último año, los controles impuestos recientemente a las operaciones con dólares, el reforzamiento de las medidas proteccionistas al comercio internacional, la manipulación de las cifras económicas clave y las amenazas veladas de mayor intervención estatal y de nuevas expropiaciones al capital privado, especialmente extranjero, son capítulos recientes que así lo revelan.

 

Ayer le tocó el turno a los bancos cuyos precios accionarios cayeron de manera generalizada en la Bolsa de Buenos Aires ante la medida impuesta por el banco central argentino -dependiente del Ejecutivo- para que éstos otorguen créditos por 5% de sus depósitos a tasas por debajo de la inflación en el afán de reactivar la economía. Una medida que claramente se encamina hacia una política intervencionista generalizada del sistema financiero que, además de carcomer el capital de los bancos, erosionará aún más la inversión.

 

A diferencia de Brasil, el freno económico que experimentará este año Argentina no sólo tiene que ver con la crisis europea y la desaceleración asiática. La presidenta Fernández y el gobierno argentino están gestando su propia crisis con una política económica inverosímil que siembra desconfianza entre los inversionistas, entre sus socios comerciales, incluyendo los del Mercosur, y entre su propia gente.

 

Es lamentable porque ya sabemos el final de esa historia.

 

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