Una de las preguntas más frecuentes por economistas, periodistas, políticos y por prácticamente todo el mundo es: ¿por qué México crece a tasas tan bajas mientras otros países avanzan más rápido? Evidentemente no se trata de una pregunta trivial, y cada quien tiene su respuesta. Algunos culpan a la baja tasa de inversiones en México (tienen parte de razón), otros argumentan que se debe a la “falta” de “reformas estructurales” (tienen parte de razón), y así sucesivamente.

 

Realmente la razón (o más bien, las razones) de por qué un país crece más o menos rápido que otros, tiene que ver con muchos factores, y no solamente con uno o dos. Si ese fuera el caso, el misterio del crecimiento económico sería fácilmente resuelto. Un esfuerzo importante es realizado por el Foro Económico Mundial, que analiza anualmente doce grandes “pilares” de la capacidad de crecimiento de los países, cada uno a su vez compuesto de diferentes aspectos importantes del avance o estancamiento particular.

 

Yo ofrezco aquí una propuesta muy simple. Mi opinión es que desperdiciamos una gran cantidad de recursos en muchas cosas que hacemos, no por culpa de alguien en particular, sino producto de todo un sistema tradicional de funcionamiento de nuestra sociedad. A esto le llamo la explicación de los “cuellos de botella”, que existen por muchos lados, tanto en la esfera privada como en la gubernamental, y que constituyen una poderosa red que al final nos impide o nos dificulta lograr mejores tasas de crecimiento de nuestra economía. Voy a usar dos ejemplos de la vida real para ilustrar mi punto: El servicio de agua potable y el sistema de transporte de personas en la Ciudad de México.

 

Para nadie es un secreto que el servicio de agua potable en el Distrito Federal, tiene un enorme subsidio. El precio “promedio” que se cobra es apenas cercano a dos pesos por metro cúbico. Esto es resultado de un complejísimo sistema de cobro, de un sistema tarifario obsoleto, y de una limitada cantidad de agua medida que se cobra. Sin embargo, el costo social del servicio es monumentalmente mayor, y debería incluir no sólo los costos directos para obtener y distribuir el agua “potable”, sino también sus costos alternativos (de oportunidad) así como los de su evacuación y tratamiento.

 

El resultado es complejo. Aparte de una ineficaz asignación de recursos, la cantidad disponible, a ese precio, no alcanza para surtir a todo mundo de manera continua, con calidad y con la presión adecuada. ¿Cuál es el efecto?, pues que la población busca “protegerse”, construyendo sistemas de almacenamiento, instalando tanques en cada azotea y equipos de bombeo, y también, finalmente, recurriendo a la compra de agua en “garrafones” para diversas actividades domésticas y para beber.

 

Todas estas acciones constituyen en realidad un desperdicio social. No deberían existir si se tuviera un servicio de agua eficaz, eficiente y de calidad. Es decir, si se pudieran tener los mismos servicios por una vía alternativa más barata. Un cálculo estimativo de estos costos “inútiles” resulta extraordinario. México se gasta anualmente más de 250 mil millones de pesos en realizar obras que no tienen rentabilidad social, pero que se tienen que hacer porque los organismos encargados del servicio no pueden entregarlo con la calidad de un servicio moderno. Aquí está una simple y directa palanca del subdesarrollo. Dedicamos una enorme cantidad de recursos a realizar algo que podríamos resolver de una manera más barata con una alternativa más eficiente.

 

Otro ejemplo se refiere al sistema de transporte en la Ciudad de México. Como resultado de una política de subsidios a los combustibles, aunada a un desafortunado, ineficiente, ineficaz y atrasado sistema de transporte público, la población adquiere un automóvil tan pronto como puede, aunque sea viejo y contaminante, con tal de no usar el transporte público. Obviamente la congestión y la contaminación se convierten en problemas mayores. No sólo se aumenta el tiempo de traslado, a un costo social gigantesco, sino que también aumentan los gases contaminantes que potencian más problemas climáticos.

 

Lo anterior lleva a una de sus consecuencias lógicas: la “conveniencia” de construir más infraestructura para los automóviles, por ejemplo los “segundos pisos”, los cuales no tendrían que construirse si se eligiera la política socialmente más eficaz y eficiente de desalentar el transporte particular (vía impuestos “verdes”) y premiar el transporte público, para tener servicios modernos, de calidad y de bajo costo.

 

Esto también es una palanca del subdesarrollo. Los mayores tiempos de traslado, los mayores gases de efecto invernadero, los costos de construcción de infraestructura (que parece rentable pero que no lo es), constituyen costos sociales inútiles, que con sus efectos, contribuyen al estancamiento económico. El costo social de toda esta ineficacia e ineficiencia es espectacular. Solamente en términos de tiempo perdido en traslados ineficaces asciende, según mis cifras, a casi 200 mil millones de pesos anuales en la Ciudad de México, sin tomar en cuenta el costo de la construcción de infraestructura y el daño ambiental ocasionado por nuestra propia ineficacia.

 

Imaginen ustedes el efecto de este dinero (alrededor de 500 mil millones de pesos anuales en conjunto) invertido en proyectos verdaderamente rentables para México, ¿no podríamos como país crecer a tasas más elevadas? ¡Evidentemente que sí!

 

En la realidad existen muchas otras oportunidades para mejorar nuestro entorno, desde “inversiones” inútiles (piensen en la Estela de luz), como trámites inútiles, pérdidas de tiempo y muchos otros “cuellos de botella”, que en conjunto, representan verdaderas barreras al mejor desempeño de nuestra economía. Es así que todas estas barreras son cosas pequeñas, pero que multiplicadas, se vuelven enormes cargas para la sociedad mexicana. Nuestro atraso se debe no a uno o a dos obstáculos, se debe a una gran cantidad de pequeñas acciones, deficiencias y costumbres que debemos cambiar o erradicar lo más pronto posible.

 

* Subdirector de Estudios Especiales del Centro de Estudios Económicos del Sector Privado, A. C. gfrancisco@cce.org.mx