A continuación se presenta, con el consentimiento de la editorial Ediciones Coyoacán, un adelanto del libro Referéndum Twitter. El ensayo es una introspección sobre los gobiernos inmediatos del hashtag.
En nuestra sociedad global se desdobla un mundo hiper debordiano. De la sociedad del espectáculo hemos pasado a la sociedad tuitera. En el referéndum Twitter subyace una divertida pero a la vez peligrosa forma de gobierno, la oclocracia. El gobierno de la masa legisla nuevas leyes a través de la moda del momento y el espectáculo del día (hashtag).
Referéndum Twitter es una distopía soft como lo son las obras de arte-juego bajo las firmas de Jeff Koons o Demien Hirst. ¿Pero, hay algo más con mayor valor que lo soft?
El libro ya se encuentra en librerías.
No se sabe con certeza, simplemente se conocen algunos de los rasgos que nos ayudan a vislumbrar los soportes de nuestra era. Lo de menos es el año. La era de la Mercadotecnia comenzó cuando el ocio mutó en deseo. El deseo de comprar para recargar o rehacer la personalidad. La posmercadotecnia se consolidó en el momento en que el gobierno de las masas ascendió al poder global.
Del espejo irrumpe el otro yo. Una figura atractiva y deslumbrante que eclipsa al personaje supuestamente anodino del pasado (el yo). Ese espejo maravilloso forma parte de la hermenéutica de la globalización o, si se prefiere, será una pieza valiosa para los historiadores del año 3000 con la que conocerán a los componentes de la cultura global.
Vivimos bajo el yugo de un gobierno global, el oclocrático. Su perfil estético es ecléctico y el médico, lúdico-depresivo. Sus venas electorales son las redes sociales, las post urnas. Más vitales, más recurridas, más aclamadas. Siempre en tiempo real. De ellas emergen piedras y flores. Tan simuladamente democráticas como realmente banales; tan informales como torales. Las redes sociales reconfiguran el ciclo de vida de la globalización y sus nuevos valores. En sus inicios, la globalización fue penetrada por un único vector, el económico. Los actores:
Un país, un mercado.
Sin aranceles, un bloque comercial.
La ideología: el neoliberalismo.
Ejecutores: Reagan y Thatcher.
Llegó la tecnología y con ella la revolución transcultural (Google). Las herramientas del bricolaje autárquico se solicitaban vía telefónica telefónica para ser recibidas en la puerta de los domicilios. La nube del conocimiento sustituyendo a los procesos pedagógicos. Con un clic y un copy paste. Los alumnos han experimentado una nueva fase de conocimiento. Pero faltaban las urnas polisémicas a la carta, inmediatas, y por supuesto lúdicas: las redes sociales.
Embajadas de la No-nación, las redes han logrado, por vez primera, no hablar del “país” sino de los “amigos”. La nacionalidad suplantada por la emoción de comunicarse desde cualquier parte del mundo con quien sea y cuando sea, y al mismo tiempo, desde la isla de la soledad.
#Obama: saludos y felicidades por tu política social.
La sensación de ingresar a la Casa Blanca para charlar con el presidente de Estados Unidos, acompañado por un café y unas galletas, es realmente simulada a través de un tuit.
#Gracias @oclocracia, seguiré trabajando por ti y tu familia. (Respuesta ortodoxa del presidente de Estados Unidos o de su bot preferido.
(…) En efecto, los ciudadanos de la oclocracia viven en Facebook y Twitter, las dos principales capitales de la globalización en la era de la posmercadotecnia.
(…) El ocioso oclócrata seduce al ciudadano Twitter a través del teléfono inteligente, objeto polifacético y, sobre todo, lúdico. El ciudadano cede a la tentación gracias a la entelequia producida en las maquiladoras de la Mercadotecnia: “Usted es nuestro cliente distinguido y, como tal, le ofrezco una oferta que no podrá rechazar. Acepte la tarjeta aunque su patrimonio padezca de anemia”.
El trending topic es el opio de la oclocracia. Las nuevas tendencias presentan una vida útil de tres horas. El resto, 24 a 72 horas, son presionadas y violentadas por los temas que compiten por ser trending topic del día después. La moda era un calendario. Hoy, son fragmentos de un día. Ya no importan los segundos, el tiempo también ha sido trastocado por la globalización. La fama no se corporiza en seres que se exhiben 15 minutos.
Lo relevante es la exposición en tiempo real sin límite de minutos, horas y años. Twitter se convierte en una especie de termómetro de popularidad. Es popular quien consiga a más de dos seguidores. Es muy popular quien logre 100 seguidores. Es obsesionadamente popular el tuitero que logra rebasar a los 1000 seguidores, pero quien tiene más de un millón es héroe mainstream de las redes sociales.
Los embajadores de la oclocracia forman parte del mainstream transmoderno: de Obama a Shakira; de Paulina Rubio a Sarkozy; de Berlusconi a Lady gaga; de Cristiano Ronaldo a Demian Hirst; de Hugo Chávez a Paris Hilton; de Harry Potter a Benedicto XVI; de Toy Story a Steve Jobs; de Google a Louis Vuitton; de Walmart a China; del equipo de futbol Barcelona a Stieg Larson; de Hillary Clinton a Gisele Bündchen, de Eurodisney a Rupert Murdoch.
El radio pendular oclocrático es demasiado ancho, tanto como su propia naturaleza ecléctica se lo permite. Los embajadores se convierten en piezas fundamentales en la diplomacia del ocio. La masa se recrea frente a ellos. No sólo eso, la masa existe gracias a ellos. Los fans se radicalizan hasta vaciarse de sí mismos. Enajenación a la carta. Solipsistas frente al despeñadero. Angustia frente a la soledad.
Las caderas de Shakira fueron diseñadas en restiradores de arquitectos bajo la hipervisión de mercadólogos.
-No, pelo negro no.
-Las güeras auxilian a la libido.
-Que se pinte el pelo a pesar de que se enojen las colombianas.
-Éxito complementado por un storytelling futbolero. El hijo del ex presidente argentino aburre. Piqué no. Catalán hijo de Guardiola y nieto de Cruyff. El Barcelona campeón de Europa y Shakira campeona del pop.
Cuando la cultura mainstream desaparezca, la oclocracia sufrirá un golpe de Estado.
Recordemos que en la era de la posmercadotecnia no hay sentimientos, lo que sí existen son las obsesiones por satisfacer deseos durante 24 horas. La demografía freak-oclócrata es poseída por el iPhone N (donde N es la última versión y N-1 siempre representará al objeto anquilosado) o, en su defecto, por el Blackberry touch versión del mañana.
Los gadgeteros son los filósofos de la oclocracia. La filosofía es cool por su ornamento estético. La experiencia de sentir un juguete Apple es más reconfortante que contemplar a la Mona Lisa. Comunicar sin conocer es uno de los Mandamientos de la Mercadotecnia. El amor por el conocimiento ha sido nulificado por la obsesión de dominar el lenguaje de la imagen. Ser modernos (con un iPad) o no ser. Ésa es la premisa básica en el régimen oclocrático global. La consecuencia es brutal. Niños perennes con los controles remotos de la vida frente a pantallas de televisión, computadoras y teléfonos; postpatologías psiquiátricas (clauchard con iPhone de por vida); hologramas con salidas de emergencia para aspiracionistas; inconformidad por ser feliz.
En la oclocracia nada es tan orgasmante como salir de una parador o de un espectacular de El Palacio de Hierro, El Corte Inglés o Galeries Lafayette con una playera Lacoste, saco Boss, pantalones Zegna, iPad en mano y un nano iPod cubriendo las orejas. En la oclocracia no existen las clases sociales. La apiración es un efecto mágico en 3D, es decir, real, que ayuda a disipar las fronteras de ingreso y educación entre la demografía estupidizada.
Lacoste, original o pirata; Hugo Boss, original o pirata; Ermenegildo Zegna, original o pirata; iPad comprado en tienda pirata y sin factura.
El juego es hipnótico.
@faustopretelin