No hace mucho tiempo, hubiera resultado increíble que en el futbol se dieran dos situaciones como las que han sido anunciadas en una sola semana: para empezar, la apertura a implementar tecnología para dilucidar si un balón supera la línea de meta; y, como colofón, la publicación de un documento que confirma el soborno recibido por el ex presidente de la FIFA, Joao Havelange.

 

De lo primero se habló aquí con amplitud, justo cuando la medida estaba por ser debatida y afirmábamos que simplemente se posponía lo inevitable. Es del segundo de estos temas del que hoy nos ocupamos.

 

Joao Havelange fue presidente de la FIFA de 1974 a 1998. Llegó al cargo apoyado en dos marcas comerciales que desde entonces se convirtieron en símbolo publicitario de cada Mundial. Bajo su gestión, el futbol pasó de deporte con tintes de negocio a auténtica industria. Basta con decir que antes de su llegada, la primordial fuente de ingresos era la venta de localidades, asunto que hoy no implica ni el 10 por ciento del monto total manejado.

 

Este nadador, que había competido en Berlín 36 y Helsinki 52, entendió que al futbol le quedaban chicos Europa y Latinoamérica. Hizo mercado en Japón, y en Estados Unidos, y en Corea del Sur, y en el África subsahariana, incluso en China, India, Australia o cada una de las ex repúblicas soviéticas. El juego se convirtió en prioridad mundial, en asunto más allá de razas, edades, estratos sociales, idiomas, incluso sexo con el fortalecimiento del futbol femenino.

 

Polémicas tuvo varias: algunos comentarios que halagaban al orden impuesto por el régimen nazi cuando acudió a los Olímpicos de 1936; su sociedad con la dictadura militar argentina para efectuar el Mundial de 1978 (incluso el almirante Carlos Lacoste mantuvo puesto en FIFA); cierta relación, al grado de darle carta de recomendación o respaldo, con un delincuente brasileño implicado en apuestas clandestinas; acusaciones de tráfico de armas, tópico complejo debido a que su padre se dedicó a vender precisamente implementos bélicos.

 

Con Havelange, el Mundial pasó de 16 equipos a 32; tomaron relevancia los certámenes infantiles y juveniles, mismos que permitían abrir más mercados al organizarse en sitios de pasión en crecimiento: Rusia, Japón, Nigeria, Qatar, Malasia, Trinidad y Tobago; algunos futbolistas, encabezados por Maradona en 1986, protestaban por los horarios de juego, pero la FIFA ya había decidido que se jugaría cuando más audiencia mundial pudiera recabarse y no cuando las condiciones climáticas resultaran adecuadas aeróbicamente.

 

¿Quién hubiera pensado antes de Havelange en una pretemporada del Real Madrid por Singapur? ¿Quién en una supercopa italiana en Beijing? ¿Quién en la compra de estrellas a fin de vender merchandising y no meramente ganar partidos? ¿Quién en conferencias de prensa de directores técnicos transmitidas en vivo, y a veces con tanta audiencia como el partido mismo? ¿Quién en los largos contenciosos entre patrocinadores de productos similares por amarrar su nombre al de la copa FIFA? ¿Quién en equipos que cotizan en mercados bursátiles? ¿Quién en dirigentes deportivos con peso y poder que supera al de muchos jefes de Estado? ¿Quién en ligas como la inglesa, donde la mayoría de los dueños son extranjeros?

 

Para muchos, el futbol se hizo peor. Para mí, siguió el camino que los nuevos tiempos dictaban (no sólo el rumbo impuesto por Joao sino también el de la globalización) y de eso se benefició incrementando nivel adquisitivo, convirtiéndose en la criatura más universal por encima de hamburgueserías y refrescos.

 

Apuestas clandestinas, amaño de partidos, dopaje, corrupción, intromisiones políticas, todo eso ya existía en el deporte muchas décadas antes de que Havelange se aferrara a la silla principal de la FIFA. La diferencia, en todo caso, fue que esto pasó a otra escala y de la mano de recursos mucho más eficaces como internet o televisión satelital.

 

Ahora, un documento revela que tanto Havelange como su ex yerno, Ricardo Teixeira, recibieron sobornos por hasta 22 millones de dólares entre 1992 y 2000. Previo al Mundial 2002, la empresa ISR que se ocupaba de comercializar los derechos audiovisuales se declaró en quiebra. Esto representó un auténtico ciclón en el futbol, cuyos efectos devastadores se atenuaron y pospusieron lo más posible. El balón ya se había convertido en un ente tan económicamente benévolo que la FIFA pudo resolver y mirar hacia adelante.

 

Finalmente, las autoridades suizas han hecho públicos los nombres de Havelange y el ex esposo de su hija. De hecho, Teixeira inició el proceso del Mundial Brasil 2014 como presidente del Comité Organizador y cuatro meses atrás dejó el cargo acusado de corrupción.

 

Con 96 años de edad, 24 de los cuales pasó presidiendo el futbol, el nombre de Joao Havelange no ha podido ser protegido por más tiempo… Tal como con el asunto de la tecnología en la línea de meta, otro ejemplo de posposición de lo inevitable.

 

@albertolati

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