Esta historia empieza en 1997. Aquel fue un año dorado para la oposición: Cuauhtémoc Cárdenas arrasó en las primeras elecciones para la jefatura de Gobierno del DF, el PRI perdió la mayoría en la Cámara de Diputados y el PRD consolidó su presencia en el Congreso. Y también fue el año en que un moreliano, entonces dirigente nacional del PAN y de nombre Felipe Calderón, afirmó: “Todos llevamos un priista dentro”.

 

En aquel momento la frase no pasó de anécdota: el azul y el amarillo seguían avanzando y el tricolor no hacía más que evidenciar fisuras y debilidad. Tanto fue así que tres años después, por primera ocasión en la historia, el PRI perdió la Presidencia de la República. Aquel 2 de julio del 2000 fue fiesta nacional. Vicente Fox, albiazul sui generis, llegó al poder entre promesas de transición y gracias a sus sistemáticas diatribas contra el PRI. Y ese rechazo a los 71 años de “dictadura perfecta” (según palabras del Nobel Mario Vargas Llosa) se reflejó en el Congreso, que tuvo una cantidad de legisladores panistas como nunca antes.

 

Decenas de políticos y politólogos, periodistas y lectores, expertos y legos, auguraban que el fin del PRI se acercaba…

 

El PRI admitió la derrota. Y se retrajo, a lamerse las heridas, a metabolizar su peor trago. Y a hacer lo que siempre había sabido: disciplinarse, observar, negociar (a la luz del día o, más frecuentemente, debajo de la mesa). Se retrajo a sus refugios: las alcaldías, las gubernaturas que le quedaban (la gran mayoría), los congresos locales, los sindicatos.

 

Además, pronto fue evidente que, sin el priismo, no habría modo de aprobar ninguna reforma de calado: el PAN ciertamente tenía 209 diputados federales, pero el PRI poseía 208. O, fraseado de otro modo, dependía del PRI que hubiera transición. O no.

 

“El PRI nunca sufrió una ‘debacle’ en el 2000; el ‘PRIAN’ no es una fantasía. Desde 1988 han sido una sola coalición. Hay que fijarse en los nombramientos de Fox, hubo priistas fundamentales. La forma como el PRI sobrevivió entre el 2000 y el 2012 es incubándose en el PAN”, afirma John Ackerman, doctor en sociología política.

 

En 2006, sin embargo, el PRI recibió otro fuerte golpe: fue desplazado al tercer lugar en la elección presidencial. Con 0.58% de diferencia, el panista Felipe Calderón venció al izquierdista Andrés Manuel López Obrador, en unos comicios que desataron la polarización social y política. Tanto, que la izquierda mantenía tomada la tribuna de San Lázaro el 1 de diciembre, cuando Calderón debía rendir protesta.

 

El panista, no obstante, lo logró. Gracias al PRI.

 

Y el PRI (con sólo 106 diputados, contra 127 del PRD y 206 del PAN) se convirtió en la tercera fuerza legislativa más poderosa en la historia patria.

 

“El PRI apoyó a Calderón en 2006 y después fue básico para que pudiera legislar. Y también Calderón tiene a un priista como secretario de Hacienda, a José Antonio Meade. El PAN le dio una careta diferente al PRI”, afirma Ackerman. “El PRI nunca se fue del poder”.

 

Promediada la administración calderonista, aquella frase de “todos llevamos un priista dentro” dejaba de ser anécdota.

 

“¿Que yo qué tengo de priista? –respondió en 2009 Manuel Espino, dos años después de haber liderado el PAN- Pues si acaso lo que ha dicho desde hace años Felipe Calderón que todos llevamos un priista adentro. Yo espero que el pequeño priista que tengo dentro se quede muy pequeñito”.

 

En 2011, a punto de empezar su precampaña presidencial, Ernesto Cordero pidió a sus correligionarios promover los logros de los gobiernos panistas “a la antigüita, como le hacen los priistas”. El entonces secretario de Hacienda insistió: “No se hagan… saquen al pequeño priista que todos tenemos dentro… no se hagan, si todos llevamos un pequeño priista dentro”.

 

Y es que, afirma en su blog el analista Andrés Lajous, “el PRI y el priismo son patrones culturales, son formas y costumbres que quienes toman decisiones usan en la cotidianeidad. Pero el priismo cultural, como uso y costumbre política, no sólo existe dentro del PRI. Está en la oposición. Está en las organizaciones de la sociedad civil. En cómo escogen a sus liderazgos, en el discurso que usan, en cómo se relacionan con los medios. Todos somos priistas hasta que demostremos lo contrario”.

 

Por lo menos nueve estados de la República nunca lo han demostrado (jamás han tenido gobiernos que no hayan emanado del PRI), pero algunos prominentes panistas sí se han desmarcado, entre ellos, Bernando Bátiz y Manuel Clouthier Carrillo.

 

“Para mí el PRI no es un partido político, es una forma de ser. Y es esta cultura la que es necesario cambiar. ¿Cómo detectar qué porcentaje de priista traemos dentro? Dale poder a alguien”, dijo Clouthier, en marzo pasado. Y en junio se fue del PAN. Justo siete años después de que su hija renunciara a los colores albiazules, tras afirmar: “Nuestro partido no ha mostrado tener un proyecto claro. El PAN sacó al priista que dicen todos llevamos dentro y éste afloró en las prácticas: compra de voluntades, regala o intercambia puestos, amenazas…”

 

El académico Roger Bartra ensaya una hipótesis en la revista Letras Libres: “No se ha desarrollado con suficiente vigor una cultura de la dignidad ni un orgullo democrático. En contraste, nos oprime todavía el enorme peso de la vieja cultura política autoritaria, que se halla profundamente inscrita en la sociedad mexicana. Es la rancia cultura priista que, aunque ha retrocedido en muchos ámbitos, se ha extendido fuera del partido que la alimenta”.

 

Tal vez por eso Zedillo felicitó a Fox en 2000 y Calderón hizo lo propio con Peña, en 2012, plantea Ackerman. Tal vez por eso Randal C. Archibold escribió el 26 de junio, en The New York Times: “El PRI está imbuido en la sique mexicana como ningún otro partido”. Tal vez, por eso, Espino y Fox apoyaron la campaña del PRI, en 2012. Y celebraron el triunfo.