Una ola de ataques coordinados con bombas y armas en 13 ciudades de Irak dejó por lo menos 103 muertos el lunes, dijeron las autoridades, el día más cruento del país en lo que va de año.
Los ataques coordinados, que dejaron casi 200 heridos, significaron una advertencia escalofriante de que al-Qaida está resurgiendo poco a poco en el vacío de seguridad creado por un gobierno débil en Bagdad y la salida de los militares de Estados Unidos hace siete meses.
Aunque no hubo atribución inmediata de responsabilidad, el líder de al-Qaida en Irak declaró el domingo que lanzaría una nueva ofensiva para sembrar la inestabilidad en todo el país. Advirtió que los insurgentes se están reorganizando en áreas que controlaban las fuerzas estadounidenses antes de su retirada en diciembre.
Al-Qaida ha intentado restablecer su poderío tras la partida de las fuerzas estadounidenses de Irak, ante la fragmentación del gobierno de Bagdad y el aumento de la insurgencia suní en la vecina Siria.
El último episodio de violencia llevaba muchas de las señas de identidad de al-Qaida: todos los ataques con bomba y tiroteos ocurrieron en unas cuantas horas uno del otro y tuvieron como objetivos principales a las fuerzas de seguridad y oficinas del gobierno, los blancos favoritos de los milicianos predominantemente suníes.
“Al-Qaida trata de enviar un mensaje de que es fuerte todavía y que puede elegir el tiempo y los lugares para atacar”, dijo el lunes el legislador chií Hakim al-Zamili, un miembro de la comisión de seguridad y defensa del Parlamento.
Agregó que las deficiencias en la capacidad de los servicios de espionaje de Irak para reunir información sobre ataques terroristas, o dejarlos ocurrir a pesar de los controles de seguridad, demuestra cuán ineficaz es el gobierno para proteger a su pueblo.
Al-Qaida ha estado tratando de reafirmar su poder durante años, aunque los funcionarios estadounidenses e iraquíes insisten en que no está tan fuerte como lo era cuando la nación estaba al borde de la guerra civil entre 2006 y 2008.
Sin embargo, el ala local del grupo extremista, llamada Estado Islámico de Irak, está buscando ahora recuperar fuerza, aprovechando el vacío dejado por los estadounidenses, el gobierno fragmentado de Bagdad y el auge de los rebeldes suníes en la vecina Siria.
La carnicería del lunes y los atentados casi diarios del último mes indican que los integristas siguen siendo capaz de sembrar el caos.
La violencia del lunes estuvo centrada en 13 ciudades y aldeas iraquíes. Los atentados dinamiteros ocurrieron en un espacio de pocas horas y fueron dirigidos principalmente contra las fuerzas de seguridad y oficinas gubernamentales: dos de los objetivos preferidos de al-Qaida en Irak.
“Fue una explosión enorme”, dijo Mohamed Munim, de 35 años, que trabajaba en una oficina del Ministerio del Interior que emite tarjetas de identidad a los residentes del barrio capitalino de Ciudad Sadr, cuando estalló un coche bomba frente al edificio. Murieron 16 personas.
“Lo único que recuerdo fue el humo y el fuego, que abundaba por todas partes”, dijo Munim en su cama del hospital de Ciudad Sadr, alcanzado por la metralla en el cuello y la espalda.
El peor atentado ocurrió en la aldea de Taji, a unos 20 kilómetros (12 millas) al norte de la capital, donde según la Policía las cagas colocadas junto a cinco casas estallaron, seguidas por un atentado suicida. En total murieron 41 personas.