Si a la globalización se le explicara a través de los Juegos Olímpicos más de medio planeta se convertiría en globalofílico. Lo que es la democracia para la política, las olimpiadas lo es para la diplomacia. Siempre perfectible, pero relaciones internacionales a final de cuentas, con el agregado de que en la diplomacia olímpica, los políticos se convierten en atletas.
La competencia entre los jugadores de diversos sectores económicos molesta a más de uno (monopolios). Dicha molestia crece entre los etnocéntricos en el momento en que una empresa extranjera, y por lo tanto malosa, intenta ingresar sus países respectivos. En el caso de México, el Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos y Canadá provocó la multiplicación de niños héroes arropados por el famoso “Hecho en México”. La peor angustia cultural dibujó un escenario en el que McDonald’s desplazaría a El Tizoncito y el New York Times a El Universal. En realidad, las ventajas comparativas (David Ricardo) no saben de banderas, simplemente se mueven a través de razones del sentido común y de la propia naturaleza.
Lo que es cierto es que a los Juegos Olímpicos se les puede considerar como un evento polisémico: muchos significados más allá del deporte. Poder blando, diplomacia aterciopelada, guerra lúdica, amnesia política, descanso veraniego y vacaciones para el estrés, entre un largo etcétera.
No hace muchos años, la palabra que ponía nervioso a los organizadores fue “boicot”. Estados Unidos y la Unión Soviética llevaron sus diferencias políticas a las pistas de atletismo, paradójicamente no para competir sino para torpedear la organización de los Juegos no asistiendo a ellos. Los Ángeles 1984 no contaron con la presencia soviética y 13 países más, incluyendo a Alemania Oriental y a Bulgaria. Cuatro años antes Estados Unidos hizo lo propio al no asistir a las Olimpiadas de Moscú. ¿Cuántos atletas de primer nivel no conocimos debido al berrinche de sus respectivos políticos?
En los Juegos Olímpicos de Londres volveremos a ver la rivalidad entre China y Estados Unidos. Así lo vimos cuatro años atrás, en Beijing. En aquella cita, Estados Unidos superó en la sumatoria de medallas conquistadas, sin embargo, fue el país asiático quien ganó a Estados Unidos en cuanto a medallas de oro (51 frente a 36).
Estados Unidos y China no solo son dominantes en el deporte. Ambas naciones cuentan con 205 de las 500 empresas en el mundo con mayor facturación. Salvo casos excepcionales como Kazajistán, Ucrania, Bielorrusia y Cuba, y de naciones que se especializan en el atletismo como Kenia y Jamaica, las principales potencias económicas del mundo (PIB y empresas globales) dominaron el medallero de los Juegos en China. Japón rompe la correlación. Se ubicó en la posición número once en el medallero y en la tres respecto a su potencial económico y empresarial.
Londres, capital global. Ocho millones de habitantes donde se hablan más de 300 idiomas y viven nativos de todos los países que participan en los Juegos, alguno nunca antes visto. Ciudad multicultural y multirracial. Es algo más que cosmopolita, es global. Imaginémonos a las cajeras de Superama con el burka. (¿Lo permitiría Walmart?) Lo mismo funcionarios de inmigración que sellan los pasaportes en el aeropuerto de Heathrow. Se trata del espíritu laissez faire con el que cada uno, dentro dela ley, haga las cosas a su manera.
Cada día, cerca de un millón de personas se desplazarán el Parque Olímpico, para ello, el Metro y los trenes atenderán a tres millones de viajes adicionales al día; también existe el temor de que se colapsen las redes de la telefonía celular; y qué decir de la seguridad con la que el Gobierno ha batallado por plantón de la empresa G4S al reconocer que no tendría al personal capacitado.
Lo mejor de que Londres se convierta en la capital global es que descansaremos de la clase política, aunque no lo quiera.
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