En la puerta colgaba un póster de The Fight Club. Steve Jobs y un grupo de ingenieros elegidos internamente sabían que la historia de Chuck Palaniuk (el autor que fue bloqueado por el gobierno estadunidense después de los ataques del 11 de septiembre y que poco a poco se convirtió en objeto de culto) indicaba que la primera regla del Project Purple era no hablar del Project Purple.
Pero no se trataba del club de peleas de la empresa de Cupertino, era un edificio que en lugar de oler a sangre seca y sudor rancio, olía a pizza todo el tiempo. Era un lugar al que pocos podían entrar, un grupo de élite.
Steve Jobs pidió a su ingeniero en jefe, Scott Forstall, juntar un equipo destacado de desarrolladores para crear un teléfono que les gustara utilizar. Así nació Purple en 2004.
Nadie podía hablar de lo que creaban detrás del póster de The Fight Club, lugar donde en las noches y fines de semana se gestaba el producto que hoy conocemos como iPhone.
Poco a poco se fueron sumando ingenieros al proyecto, en algunos casos, algunos de ellos debían presentar hasta seis veces su credencial para poder acceder a información del nuevo dispositivo.
“Estamos comenzando un nuevo proyecto. Es tan secreto que ni siquiera puedo contarte de qué se trata. Lo que puedo decirte es con quién vas a trabajar… Lo que puedo decirte es que si aceptas sumarte… trabajarás en las noches, trabajarás los fines de semana, y probablemente eso será durante varios años”, les decía Forstall.
El vicepresidente de Apple reveló lo anterior hace unos días, durante el pleito legal que mantiene en California la empresa contra Samsung, y rompió la primera regla del Project Purple.
“La primera regla del Project Purple es no hablar del Project Purple”.
La otra historia
Corea del Sur cierra sus medios de comunicación a la información y tendencias que se generan en Estados Unidos y Europa, gradualmente dejan pasar algunas noticias, películas o canciones. No es raro ver los canales de videos en algún restaurante de Seúl o Jeju a estrellas coreanas fabricadas a imagen y semejanza de Lady Gaga o una especie de Justin Bieber, a su estilo. Estrellas fabricadas bajo la fórmula de lo que representa un éxito más allá de sus fronteras. Lo mismo pasa con el cine, es común ver las salas repletas y decenas de estrenos mensualmente, producciones propias, millonarias, que por lo general son historias que ya tuvieron éxito en Hollywood o Gran Bretaña, presentadas con sus propios ídolos, ocupando el lugar en la historia que Tom Cruise o alguna otra figura que conocemos por acá protagonizó antes.
Algo que me sorprende de los coreanos es que, por esta cerrazón que tienen a los que se crea en otros lugares, en las calles creen que ellos inventaron todo antes que los demás.
Los teléfonos: la mayoría de los que he visto son copias de los que aparecen de compañías en Estados Unidos y Europa. Una de las grandes críticas, que siempre he externado a los directivos de las firmas de Corea del Sur, es que sus departamentos de diseño no son muy creativos.
LG hace algunos años copió descaradamente el diseño del RAZR, de Motorola, cuando ese teléfono era un éxito de ventas en el mundo. Yo creo que discutí más de una hora con un ejecutivo de la firma, amablemente, tratando de hacerle entender que ese diseño no era de ellos, a pesar de que en Asia fuera un éxito su producto, pues meses antes había salido desde las fábricas de la empresa estadunidense y en América eso se sabía claramente, aunque en Seúl contaran otra historia.
Él nunca lo aceptó.
Por eso creo que Samsung y las demás empresas coreanas sí se han robado muchas de las ideas surgidas del Purple Project. Sé que en Corea del Sur piensan lo contrario y que Chuck Palahniuk debe estar muy contento.
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